Reino Unido

El laborismo cierra la era del marxista Corbyn

Tras sufrir su peor debacle electoral desde 1935, los laboristas británicos buscan un nuevo líder para hacer frente a los “tories” de Johnson. El centrista y proeuropeo Keir Starmer se perfila como favorito en unas primarias marcadas por el coronavirus

El líder laborista británico, Jeremy Corbyn, durante la presentación de su programa electoral en Birmingham el pasado otoño/EFE
El líder laborista británico, Jeremy Corbyn, durante la presentación de su programa electoral en Birmingham el pasado otoño/EFENEIL HALLEFE

Nunca las formas habían representado tan bien el fondo de la cuestión. La pandemia por el coronavirus ha obligado a suspender este sábado el gran evento que el Partido Laborista había preparado como colofón a sus primarias. En su lugar, el nuevo líder de la oposición tendrá que ser presentado por videconferencia. En otras circunstancias, cancelar la pompa y boato habría pasado más desapercibido. Pero, francamente, el hecho de que todo se tenga que hacer ahora de una manera tan gris supone la mejor metáfora para explicar el ánimo que se respira en una formación de capa caída.

El Partido Laborista llevaba años sumido en una crisis de identidad, pero las últimas generales de diciembre supusieron el declive final, después de que Jeremy Corbyn, de 70 años, llevara a la formación a sus peores resultados desde 1935. El veterano político -enemigo de la austeridad, defensor de Hugo Chávez, simpatizante de la causa palestina y valedor de nacionalización de los ferrocarriles, el gas y la electricidad- nunca llegó a contar con el gran beneplácito de la mayoría sus propias filas.

Hubo un tiempo en el que tomó fuerza la teoría de que el nuevo líder tenía que ser, por primera vez en la historia de la formación, una mujer. Rebecca Long Bailey, de 40 años, euroescéptica, y gran protegida de Corbyn estuvo durante mucho tiempo como primera opción en las quinielas.

Sin embargo, tras el batacazo electoral, la “candidata continuista” perdió popularidad y todo apunta a que este sábado, el más moderado Keir Starmer, 57 años, quien por cierto, siempre apostó por un segundo plebiscito sobre la permanencia en la UE, tomará el testigo.

En términos políticos, esto querría decir que la formación quedaría ahora en un punto intermedio entre el “centro izquierda” de Tony Blair que tanto éxito reportó en su momento y la “izquierda radical” de Corbyn que de manera tras estrepitosa fracasó en los últimos comicios que Reino Unido celebró como parte de la UE, los mismos donde el conservador Boris Johnson consiguió una aplastante mayoría absoluta de 80 escaños.

La crisis de la pandemia por coronavirus está suponiendo un auténtico desafío ahora para todos los líderes mundiales. En este sentido, el primer ministro británico también está recibiendo críticas por su gestión. En cualquier caso, hoy por hoy, los analistas dan prácticamente por hecho que la era Johnson no tiene pinta de finalizar en 2024, cuando están previstas las próximas elecciones. Por lo tanto, todo indica que al Partido Laborista podrían quedarle otros diez años más en la oposición.

Lo cierto es que, estadísticamente, Corbyn ganó en diciembre un porcentaje de votos mayor al cosechado en su día por Ed Miliband (2015) o Gordon Brown (2010). Sin embargo, la sensación fue de auténtica catástrofe al haber perdido hasta 24 circunscripciones del conocido como “Muro Rojo”, donde el electorado había apostado por los laboristas desde la II Guerra Mundial.

La derrota, por ejemplo, de Dennis Skinner, de 87 años, conocida como “la bestia de Bolsover” -llevaba representado al bastión laborista en Westminster desde 1970- se convirtió en todo un símbolo.

La mayoría de estos distritos abogaron en su día por el Brexit. Y en este sentido, el hecho de que el laborismo se presentase con la promesa de un nuevo referéndum supuso para muchos una traición. “Nunca fue una buena receta”, señaló luego el presidente del partido, Ian Lavery. “Ignora la democracia y las consecuencias volverán y te morderán la espalda”, matiza.

Sin duda alguna, la ambigüedad que siempre mostró Corbyn ante la cuestión comunitaria no ayudó. Los voluntarios que participaron la campaña se quejaban de que, ante el mensaje directo y claro de los tories (“ejecutemos el Brexit”), ellos no conseguían la atención del electorado cuando se ponían a enumerar las larga lista de promesas del que supuso su manifiesto más radical desde la II Guerra Mundial.

Con todo, no fue ni el Brexit ni el programa (las nacionalizaciones propuestas, de hecho, tenían el respaldo del electorado) por lo que los votantes acabaron abandonando a la formación. La razón principal fue el propio Corbyn. El laborismo lo sabe. Y el propio Corbyn también.

Su defensa a regímenes como el venezolano o el iraní, las simpatías mostradas en el pasado hacia el IRA o las constantes polémicas con los problemas de antisemitismo por las que no se quiso disculpar en el programa del reputado Andrew Neil en la BBC le convertían en un líder nada popular.

Los defensores del veterano político siempre le presentaron como un altruista, sin ningún tipo de ego, que siempre se mostró fiel a sus ideales. El problema es que en política, tal y como apuntaba el columnista Jonathan Freedland recientemente en “The Guardian”, “un partido o se convierte en un vehículo plausible para el formar Gobierno o no es nada”.