Guerra comercial
El coronavirus no frena el acuerdo comercial de China y Estados Unidos
Ambos países seguirán adelante con el pacto por el que Pekín se compromete a comprar bienes estadounidenses a cambio de que Trump reduzca los aranceles y no imponga nuevas tarifas
EEUU y China intentan salvar su incipiente acuerdo comercial, después de varias semanas de máxima tensión debidas al coronavirus y el cruce de acusaciones entre los dos gobiernos. De hecho, y durante todo el viernes, los negociadores de los dos países habrían acordado no sabotear la primera fase del acuerdo anunciado hace varios meses, concretamente el pasado 15 de enero.
Robert E. Lightzer, asesor de comercio de la Casa Blanca, y Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, han subrayado su confianza en la disposición de los dos países por seguir el espíritu y la letra de lo firmado. China había aceptado comprar productos estadounidenses por valor de varios cientos de millones de dólares.
Al mismo tiempo aceptaba estudiar los problemas derivados por las controversias sobre patentes y piratería, la guerra tecnológica del 5G, las grandes reclamaciones de las majors de Hollywood, perpetuamente saqueadas, etc. Pero el presidente de EEUU, Donald Trump, había amenazado con romper la baraja y suspender los pactos, con paralizar la siguiente fase de conversaciones y volver a imponer unos aranceles multimillonarios, si China no estaba a la altura de todo lo acordado.
Si más allá de las promesas y declaraciones retóricas no aborda, en serio, el asunto de las compras: algo que, de forma inevitable, parece más difícil en un momento de seria contracción comercial a nivel mundial, y que entre otros países ha afectado durante a una China obligada a cerrar antes que nadie. De hecho su economía se ha contraído en casi un 7%, algo no visto en varias décadas de crecimiento ininterrumpido.
Tampoco ayudan las acusaciones en absoluto veladas del secretario de Estado, Mike Pompeo, que insiste en que la neumonía vírica de Wuhan podría haber sido creada en un laboratorio chino. Mucho menos las insinuaciones, repetidas por Trump, de que habría que exigir algún tipo de compensación económica si finalmente se demuestra que China actuó con negligencia o, todavía peor, mala fe.
A fin de rebajar la tensión el gobierno chino, en un comunicado firmado por el vicepresidente, Liu He, explica su país sigue empeñado en «fortalecer la cooperación en macroeconomía y salud pública y crear condiciones favorables para implementar el acuerdo de la Fase 1». Por supuesto el primer país en meter gasolina al incendio del coronavirus fue la propia China, que hace apenas mes y medio, por boca de varios oficiales y funcionarios de medio rango, insinuó que el coronavirus habría llegado a su país de la mano de varios soldados estadounidenses.
Una teoría tan poco fundada, y con tan poco respaldo científico, como la que sitúa el origen de la enfermedad en algún programa ultrasecreto de investigación de armas biológicas. Sea como sea el gobierno de EEUU sigue empeñado en estudiar la necesidad de sacar de China a las empresas nacionales dedicadas a fabricar componentes considerados como cruciales.
Lo sucedido durante la reciente crisis, cuando todo el planeta comprendió que depende del suministro de material médico y profiláctico que llega de China, encendió todas las alarmas. No ya por una cuestión electoralista, ni siquiera económica, sino, sencillamente, de seguridad nacional. Para lograrlo el gobierno de EEUU estudia imponer todo tipo de aranceles y/o ofrecer subvenciones y estímulos.
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