Estados Unidos

La ira racial incendia Mineápolis

Cuarta noche consecutiva de disturbios por la muerte de George Floyd a manos de la Policía

La muerte del ciudadano George Floyd a manos de un agente de policía de Mineápolis ha resucitado todos los viejos fantasmas de la segregación y la violencia policial. A los disturbios de las últimas 24 horas le sucedió una histórica declaración del fiscal general de Wisconsin, Josh Caul, donde afirma que «aquello de lo que Estados Unidos fue testigo, lo que le sucedió a George Floyd en Mineápolis, no fue la aplicación de la ley en ningún sentido verdadero de la palabra. Fue tortura y asesinato, bajo la coartada de la ley. La justicia exige que los involucrados en este crimen sean procesados con todo el peso de la ley».

Derek Chauvin, el agente que puso la rodilla en el cuello de Floyd hasta su muerte, fue detenido ayer, acusado de homicidio involuntario y asesinato en tercer grado. Él y los tres compañeros implicados ya habían sido apartados del servicio y, según comentó el fiscal del condado de Hennepin, Mike Freeman, se han acogido a su derecho a no autoincriminarse, garantizado por la Quinta Enmienda de la Constitución. Mientras, las calles de las principales del estado registraron los peores incidentes en varias generaciones. A la caída del día, los saqueos e incendios proliferaron por la ciudad mientras miles de manifestantes se agruparon alrededor de la estación de Policía del Tercer Precinto de Mineápolis, convertida en un símbolo de la protesta por la muerte de Floyd. En un momento dado, los manifestantes lograron prender fuego a la estación policial, que ardió ante el festejo de muchos.

Trump enciende más los ánimos

El presidente, Donald Trump, aprovechó para explicar que no podía permitir el espectáculo, acusar de falta total de liderazgo al alcalde, Jacob Frey. Trump conminó a las autoridades a atajar los disturbios. De lo contrario enviaría a «la Guardia Nacional y haré el trabajo bien». Inmediatamente después calificaba a los manifestantes de «matones» y añadía que «cuando comience el saqueo, comenzará el tiroteo».

Poco antes de las palabras del fiscal Caul, que también prometió atajar el problema de raíz y se refirió a un «legado histórico de esclavitud y servidumbre» y a ciudadanos de «segunda clase», el gobernador, Tim Walz, había comparecido ante las cámaras para pedir disculpas en nombre del estado. «Mineápolis y St. Paul están en llamas. Los incendios todavía arden en nuestras calles», dijo, visiblemente conmocionado. Para Walz, «las cenizas simbolizan décadas y generaciones de dolor y angustia, inauditas». El gobernador también pidió disculpas, pues según dijo, «no hay absolutamente ninguna razón por la que algo así pueda suceder».

Detenido un periodista

Walz, que aprovechó para señalar que asume toda la responsabilidad de lo ocurrido, admitió que el catalizador de los disturbios fue la «detención de Floyd». Para terminar de arreglar las cosas, un periodista de CNN, Omar Jiménez, que cubría los incidentes y que fue detenido en directo por los antidisturbios. Walt calificó su detención de «inaceptable», pues es una de la prioridad de la Policía debe ser garantizar «la protección y seguridad de los periodistas».

Más allá de lo ocurrido, los disturbios se extienden a otras ciudades y el país vuelve a recordar los casos más famosos de los últimos años, del niño de 12 años Tamir Rice, abatido por la policía de Cleveland cuando jugaba en un parque con una pistola de juguete, a Eric Garner, Michael Brown o Amadou Diallo, al que Bruce Springsteen dedicó en 2000 una canción, «American skin (41 shots)», que le valió ser repudiado por el sindicato mayoritario de la Policía de Nueva York.

Como cada vez que el ciudadano de una minoría étnica es tiroteado por la Policía, el país, atormentado, debate sobre las espantosas huellas de la esclavitud, sobre el legado de la lucha por los derechos civiles, sobre las sombras del racismo y sobre la posibilidad de que los agentes discrimen y ataquen a los ciudadanos en base a sesgos raciales. Porque el racismo existe, y está presente en todos los ámbitos de la vida.

Un mal enquistado

Aunque lo cierto es que todas las evidencias disponibles apuntan a que existen factores estructurales que explican con mucha más precisión el racismo y la desproporción del número de negros y blancos abatidos por la Policía. Sí, los afroamericanos apenas representan el 13% de la población y, sin embargo, constituyen el 32% de los tiroteados por los agentes. Como escribió en «The New York Times» Sendhil Mullainathan, profesor de ciencias del comportamiento en la Universidad de Chicago, «los datos son inequívocos. Los asesinatos policiales son un problema racial: los afroamericanos son asesinados de manera desproporcionada».

Pero más allá de los sesgos racistas, lo cierto es que los «los afroamericanos» tienen una gran cantidad de encuentros con oficiales de policía» y «cada encuentro conlleva un riesgo». Las evidentes desigualdades económicas, educativas y etc., las brutales bolsas de marginación, propician esos encuentros. Sin olvidar que en EE UU existen miles de policías locales, con lo que resulta imposible regular u homogeneizar a nivel federal los filtros de contratación de agentes, su entrenamiento, las regulaciones sancionadoras en el caso de excesos, etc.

El gobernador Walz, entre tanto, lamentaba con los periodistas los tuits del presidente. Calificó sus palabras de «innecesarias» e «inútiles» y señaló que ese tipo de manifestaciones contribuyen a enrarecer y añadir «combustible al fuego».