Elizabeth Warren

La cólera por George Floyd en EE UU alcanza a Cristóbal Colón

Trump rechaza renombrar las bases confederadas. Desoye una moción del Senado y defiende «la gran herencia» de sus líderes. Cuatro estatuas del descubridor de América vandalizadas por el movimiento «Black Lives Matter»

Las estatuas evocan viejas heridas, los nombres invocan fantasmas del pasado y toca remediar el pecado de la esclavitud y el racismo cambiando el nombre de los monumentos. Eso sostienen los activistas de Black Lives Matter y otras organizaciones, y al menos en lo que atañe a los fuertes eso apoya el Senado. Al menos su Comité de Defensa, que ha aprobado, por 25 votos contra 2, una ley que, aparte de proveer con más de 7 mil millones de dólares a las Fuerzas Armadas, concede tres años al Pentágono para que cambiar el nombre de las instalaciones militares nombrados en honor de varios destacados líderes confederados. La moción relativa a los nombres, planteada por la senadora Elizabeth Warren, fue apoyada tanto por los senadores demócratas como por sus colegas republicanos.

Es importante consignar que el citado comité tiene mayoría republicana. Sobre todo porque el presidente de Estados Unidos, a la sazón republicano, ha prometido que en ningún caso firmará los cambios en la nomenclatura. «Aquellos que niegan su historia están condenados a repetirla», había escrito Trump.

Apenas 24 horas antes aseguró que «se ha sugerido que cambiemos el nombre de hasta 10 de nuestras legendarias bases militares, como Fort Bragg en Carolina del Norte, Fort Hood en Texas, Fort Benning en Georgia, etc. Estas bases, monumentales y poderosas, son parte de una Gran Herencia americana, y una historia de victoria, victoria y libertad. Los Estados Unidos de América entrenaron y desplegaron nuestros en estos terrenos sagrados, y ganaron dos guerras mundiales. Por lo tanto, mi Gobierno ni siquiera considerará el cambio de nombre de estas magníficas y legendarias instalaciones militares". Trump añadió que: «Nuestra historia, como la nación más grande del mundo, no será alterada. ¡Respetad a nuestros militares!».

La imagen de la polémica, el pasado 1 de junio, a la derecha, el general Mark Milley
La imagen de la polémica, el pasado 1 de junio, a la derecha, el general Mark MilleyPatrick SemanskyAP

Uno de esos militares, nada menos que el jefe del Estado Mayor del Ejército, Mark Milley, un flamante nombramiento presidencial, sucesor del general Joseph Dunford, ha pedido disculpas públicas por haber acompañado a Trump en las fotografías frente a la iglesia de St. Johns. Las imágenes fueron tomadas después de que los agentes antidisturbios cargasen contra una multitud pacífica, congregada frente a la Casa Blanca, para que el presidente y su comitiva pudieran atravesar la plaza de Lafayette y Trump posara frente a las cámaras con una Biblia.

“No debería haber estado allí”

En su histórica declaración, grabada como parte de un discurso para unos cadetes, el general Milley explica que «como líderes, todo lo que hagan será vigilado de cerca. Y yo no soy inmune. Como muchos de ustedes comprobaron tras el resultado de una fotografía mía en la plaza de Lafayette la pasada semana. Eso provocó un debate nacional sobre el papel de los militares en la sociedad civil. No debería haber estado allí. Mi presencia en ese momento y en ese ambiente creó la percepción de que los militares están involucrados en la política interna. Como oficial de uniforme con un cargo, aprendí del error y espero sinceramente que todos podamos aprender de él».

Sus palabras llegan después de que otro general, y ex secretario de Defensa con Trump, Jim Mattis, haya llamado defender la Constitución frente a una presidencia que tachó de inmadura, y de que otro ex general, John Allen, que comandó al Ejército estadounidense en Afganistán, también haya criticado el uso de la fuerza cuando los ciudadanos ejercen «sus derechos de la Primera Enmienda, que garantizan el derecho a reunirse de forma pacífica y la libertad de libertad de expresión».

Furia contra Cristóbal Colón

A la polémica por los nombres se suma la renovada cruzada para derribar las estatuas de varios generales confederados y, por supuesto, las estatuas y bustos de Cristóbal Colón, cuya figura nunca falla cuando se trata de releer los conflictos del ayer con la mentalidad contemporánea. No hace tanto que la la alcaldesa demócrata de Chicago, Lori E. Lightfoot, anunció que suspendía la celebración del Día de Colón, que pasaba a ser el Día de los Pueblos Indígenas. Otro clásico de este tipo de campañas es Fray Junípero Serra y/o el empeño por hacer que el día que se conmemora el descubrimiento de América por los navegantes europeos pase a ser el día del respeto a la diversidad cultural.

Por no hablar del mural San Francisco, en el colegio George Washington, obra del emigrante ruso Victor Arnautoff, que en 1936 pintó 13 paneles y 1.600 pinturas con escenas de la vida del primer presidente, incluidas denuncias de su trato con la esclavitud. En agosto de 2019 la junta del colegio votó por destruirlo y finalmente cubrirlo con unos paneles pedagógicos para contar «cómo hemos luchado y continuaremos luchando contra la discriminación, el racismo, el odio y la pobreza».

Al gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, le han preguntado qué opina sobre la estátua de Colón en Manhattan. Entiende la conmoción, pero no apoya que sea derribada, pues la estatua simboliza el aprecio «por la contribución italoamericana a Nueva York». El apoyo del votante italoamericano, a salvo; la Leyenda Negra, también.