Reino Unido

Reino Unido y la UE se conjuran para evitar un Brexit económico

Johnson se reúne por videoconferencia con los líderes de las instituciones comunitarias para desatascar las negociaciones del acuerdo comercial de cara al 31 de diciembre

Boris Johnson durante el encuentro por videoconferencia con los líderes de la Unión Europea.
Boris Johnson durante el encuentro por videoconferencia con los líderes de la Unión Europea.ANDREW PARSONS / DOWNING STREETEFE

En el mundo del Brexit nadie se atreve a descartar por completo ningún escenario, más aún si el impredecible Boris Johnson es el inquilino de Downing Street. El líder «tory» ya ha recalcado que si las cosas se tuercen demasiado, no le va a temblar el pulso para salir a efectos prácticos de la UE a finales de este año sin acuerdo comercial. Pero hoy se respira cierto optimismo ante la posibilidad de que finalmente pueda evitarse que las relaciones entre Reino Unido y la UE se rijan solo bajo las directrices de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

El «premier» mantuvo este lunes una videoconferencia con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, así como con los líderes del Consejo Europeo, Charles Michel, y de la Eurocámara, David Sassoli. En los últimos cinco meses, las negociaciones a nivel técnico no han conseguido ningún avance significativo. Pero las conversaciones cambiaron hoy a un nivel político y todos los sentados en la mesa coincidieron en la necesidad de intensificar los contactos a fin de conseguir un «momentum» para cerrar un acuerdo comercial antes del 31 de diciembre.

«Las partes acordaron que se necesita un nuevo impulso. Apoyaron los planes acordados por los jefes negociadores para intensificar las conversaciones en julio y crear las condiciones más propicias para concluir y ratificar un acuerdo antes del final de 2020», aseguraron Londres y Bruselas El calendario tiene previsto ahora reuniones presenciales para negociar, ya sean rondas completas o citas más reducidas, todas las semanas desde el 29 de junio hasta la que comienza el 27 de julio en Bruselas o Londres. En agosto, se espera una ronda negociadora en la capital belga entre los días 17 y 21.

Downing Street ha comunicado ya oficialmente que Londres no pediría ningún tipo de prórroga del período de transición. Legalmente, tenía de plazo hasta finales de junio para poder hacerlo. A priori, esto reduce las opciones de éxito. Si el acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá tardó en fraguarse más de siete años, ¿hasta qué punto es realista pensar que ahora el pacto entre Londres y Bruselas puede cerrarse en cuestión de meses?

Las razones para mostrar optimismo es que Johnson sigue asentado en mesa de negociaciones. El «premier» había amenazado con levantarse en junio si no había ningún tipo de avances para ir preparando al país para un Brexit duro.

Con todo, queda lo más complejo: realizar concesiones. Hasta ahora, Londres ha rechazado las demandas de la UE sobre regulaciones de pesca y competencia (el tan repetido “level playing-field”) al considerar que no respetan la ansiada “soberanía nacional”, la que siempre ha sido el gran emblema de la causa euroescéptica. Pero Bruselas quiere evitar a toda costa que las empresas británicas se conviertan en una competencia desleal. Esto, dice la UE, es imperativo para proteger la “integridad” del mercado único.

En pesca, el acercamiento sería posible si la UE renuncia al sueño de mantener las mismas cuotas que tiene hasta ahora para pescar en aguas de Reino Unido. A cambio, en lo relativo a competencia, Londres tendría que comprometerse a no debilitar las regulaciones laborales y ambientales por debajo del nivel actual.

En definitiva, más que una cuestión técnica, todo se trata de una cuestión política. Y, en este sentido, la clave de todo es cómo estará la figura de Johnson a nivel interno para otoño. El “premier” tendrá que elegir entre renunciar a un poco de soberanía nacional (como exigen básicamente todos los acuerdos, en mayor o menor medida) y ser criticado por los “brexiters” más puristas o apostar por una salida caótica (declarando que era imposible ceder ante las demandas de la UE) y enfrentarse una protesta de muchos británicos y comunidad empresarial. ¿Salir por las bravas y culpar al coronavirus de todos los males o intentar cerrar un pacto que no dañe aún más la economía británica?

Retóricas y propagandas aparte, ni Londres ni Bruselas quieren quedar bajo los términos de la OMC, ya que sería mucho menos lucrativo que tener unas relaciones futuras sin aranceles ni cuotas, como pretenden.

Antes de la cita, Von de Leyen avisaba de que los Veintisiete están dispuestos a trabajar siete días durante 24 horas con el objetivo de conseguir un acuerdo antes del 31 de octubre. Éste es el plazo necesario para que se complete el proceso de ratificación. La semana pasada, el negociador jefe de los Veintisiete, Michel Barnier, ya dejó abierta la puerta a una reedición del denominado método túnel: reuniones de los negociadores jefes de ambas delegaciones sin tener que contar con el visto bueno de las capitales y, por lo tanto, con amplio poder de maniobra para propuestas y contrapropuesta.

En Bruselas, preocupan fundamentalmente dos cosas: los pocos avances por parte de Londres a la hora de poner en marcha el Acuerdo de Salida, especialmente los detalles técnicos para evitar una frontera dura en el Ulster y los intentos de Downing Street de saltarse a la torera lo pactado en la Declaración sobre la Relación Futura. Quizás el que mejor ha sabido trasladar este malestar ha sido el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli que ayer aludió a la máxima latina “Pacta sunt servarda” para recordar los compromisos de Londres con sus antiguos socios.