Estados Unidos
Arresto y penas de hasta diez años para quien derribe estatuas en EE UU
La advertencia de Donald Trump se produce después de que un grupo de manifestantes tratase de sabotear el monumento al ex presidente Andrew Jackson cerca de la Casa Blanca
Donald Trump promete mano dura contra los iconoclastas. A diferencia de otros contendientes más ilustrados, pero también menos demagogos, el presidente tiene a su favor que sabe manejarse en el tablero populista. Así, desde Twitter, anuncia que «ha autorizado al Gobierno Federal a arrestar a cualquier persona que atente o destruya cualquier monumento, estatua u otra propiedad federal en Estados Unidos, penándolo con hasta 10 años de prisión, según la Ley de Preservación de los Monumentos a los Veteranos o cualquier otra ley que pueda ser pertinente».
Como si hasta el momento la destrucción del patrimonio histórico artístico saliera gratis. O como con una acción ejecutiva pudiera condenar él mismo a los futuros reos. «Esta acción», añade, «entra en vigor de inmediato, pero también se puede utilizar de forma retroactiva para la destrucción o el vandalismo ya causado. ¡No habrá excepciones!».
Descontadas las dudas que pueda suscitar la invocación de la retroactividad, pues en puridad los jueces deben siempre de elegir la ley menos lesiva, en la batalla contra las huestes posmodernas nadie como Trump para situarse en frente. Solo él, armado con el martillo de sus abruptos comentarios en redes sociales, blindado por su infinita capacidad para exprimir un buen titular, parece capacitado para competir en condiciones de igualdad, sin arrugarse ni desdeñar el cuerpo a cuerpo, con unos activistas empeñados en destruir todas las estatuas del país.
Solo Trump, moldeado en los platós de televisión y los debates en los tabloides, sabe cómo contestar en tono similar a los partidarios de arrasar los bustos, dinamitar los monumentos de cualquiera con una mínima sombra de racismo, machismo, fascismo o cualquiera otra acusaciones en el diario menú del moderno antifascismo.
El mensaje de estos últimos resuena por unos campus universitarios cegados de oscurantismo posmo y centelleantes turbas censoras. El verbo de Trump reverbera entre sus partidarios con mucha más facilidad que cualquier ponderada crítica que puedan publicar la revista “Quillette” o firmar una figura como Jonathan Haidt o Steven Pinker.
Poco antes Trump también había advertido desde Twitter que «numerosas personas han sido arrestadas en D.C. por los actos de vergonzoso vandalismo, en Lafayette Park, de la magnífica Estatua de Andrew Jackson, además del deterioro exterior de la Iglesia de St. John al otro lado de la calle. Diez años de prisión bajo la Ley de Preservación del Monumento a los Veteranos. ¡Tengan cuidado!».
Sus palabras llegan en plena ola de demencia iconoclasta, con ataques a monumentos dedicados a figuras históricas como Miguel de Cervantes y Fray Junípero Serra, y que ahora parecen ampliarse incluso a los grandes tótems del santoral anglosajón. Si cabe agredir los monumentos dedicados a don Quijote o Gandhi, y si será retirada la estatua de Theodore Roosevelt a las puertas del Museo de Historia Natural de Nueva York, ninguna figura, literaria o histórica, queda a salvo de la gran purga.
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