Estados Unidos
Masiva marcha en Washington por el sueño pendiente de Luther King
Miles de personas protestan contra el racismo en el 57º aniversario del mítico discurso del activista de los de los derechos civiles
El reverendo Al Sharpton habló delante de una multitud congregada para celebrar la Marcha sobre Washington de Martin Luther King Jr. Sharpton comentó que son demasiadas las promesas rotas. Lamentó que Estados Unidos no ha cumplido con sus compromisos.
Joe Biden escribió que «no podemos permitir que George Floyd y Jacob Blake se conviertan en un par de ‘hashtags’ más. Éste es un momento de acción». «Ya es hora de que reformemos la Policía, revertamos el racismo sistémico y hacemos que nuestras comunidades sean más seguras», reclamo el candidato demócrata a la Casa Blanca.
Había miles de personas frente al monumento dedicado a Abraham Lincoln. Un presidente, por cierto, reivindicado por unos y otros durante las últimas semanas. Así, en la Convención Republicana, Mike Pence habló desde la mítica cabaña del presidente que trajó la abolición de la esclavitud y el triunfo de la Unión sobre los confederados. Igual que Trump, cuando recordó que Lincoln fue republicano. Algo muy cierto, pues en aquellos días y durante muchas décadas los extremistas y supremacistas sureños siempre estuvieron con los demócratas.
También durante los infames años de la Reconstrucción y las leyes Jim Crow, levantadas para ganarse el favor de los barones del algodón y los aparceros racistas y responsables de que la segregación llegara viva hasta mediados de los años sesenta.
La manifestación había sido bautizada como «Quita tu rodilla de mi garganta». Obviamente por Floyd y el policía que acabó con su vida tras ocho largos minutos de angustia. El hijo de Martin Luther King, MLK III, pidió a los congregados que América nunca olvide la pesadilla del racismo institucionalizado y la segregación.
La congresista demócrata Joyce Beatty pidió al Senado que apruebe la ley aprobada en el Congreso que prohibiría a los agentes de policía conducir determinadas llaves, entre otras la de colocar una rodilla en el cuello del detenido.
Por supuesto, y como ya sucedió ayer durante el discurso de Trump, nadie guardó la distancia de seguridad ni respetó los dos metros de rigor que exigen los protocolos sanitarios. A la hora del acto público y la demostración política las medidas para evitar la propagación de la covid-19 parecen siempre secundarias. Había sucedido también durante muchas de las multitudinarias protestas del mes de junio, después de la muerte de Floyd. Y volvió a repetirse durante varios de los actos de la Convención Republicana.
Escuchando a Sharpton parecía que América hubiera regresado otra vez a 1963. Pero Trump no es aquel gobernador, George Wallace, que exigía segregación para hoy y para siempre. Y tampoco existen estudios fiables que demuestren que los ciudadanos de color mueren más a manos de la Policía a causa de un teórico racismo sistémico. Sea como sea, la brutalidad en las calles, la violencia de la Policía y el viejo y enquistado dolor de la esclavitud y su evenenada herencia vuelven a enseñorearse del discurso público en EE UU.
Como escribió Mark Twain y sentenció Norman Mailer, se trata del pecado original del país. Y a veces parece que unos y otros lo usan a conveniencia. Desde el podio, de espaldas a Lincoln, el padre de Jacob Blake, el hombre tiroteado este fin de semana, sentenció que hay dos sistemas de justicia en EE UU. «Estamos cansados. Estoy cansado de mirar las cámaras y ver sufrir a estos jóvenes negros y morenos», dijo. Cuando la multitud sentenció a gritos que el país es «culpable, culpable, culpable», casi podías sentir la excitación de los asesores electorales de Trump. La guerra será larga y cruenta y no habrá concesiones a la moderación.
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