Cuerno de África
Abiy Ahmed, de predicador de la paz a líder de una guerra fratricida en Etiopía
El primer ministro etíope hace oídos sordos a los llamamientos de la comunidad internacional que le piden desescalar la ofensiva en el norte
Hasta en 55 ocasiones el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, repitió la palabra “paz” en su discurso de recogida del Premio Nobel en 2019. Hoy, fuerzas etíopes bombardean desde hace semanas la región norteña de Tigray, convertida en un sumidero de refugiados y epicentro de un conflicto internacional.
“Hay quienes nunca han visto la guerra, y la glorifican e idealizan. No conocen el miedo, no conocen la fatiga, no conocen la destrucción ni la angustia”, expresó Abiy un histórico 10 de diciembre en el que el mundo reconocía su liderazgo a la hora de normalizar relaciones entre su país y Eritrea, dos décadas después de un conflicto (1998-2000) que dejó al menos 80.000 muertos.
“La guerra es el epítome del infierno para sus involucrados. Lo sé porque estuve allí y regresé”, continuó quién, siendo un adolescente se unió al Ejército como operador de radio, y asegura que habría muerto en un ataque de la artillería eritrea si no hubiese abandonado su trinchera en busca de señal radiofónica.
Sin embargo, esa misma animadversión hacia las armas que encandiló a Occidente, embelesado ante la visión de un mandatario de entonces 43 años que prometía en el Cuerno de África un oasis de “paz y progreso”, se ha visto resquebrajada en las últimas semanas, con cientos de muertos y más de 34.000 etíopes desplazados a Sudán.
UNA DIFÍCIL REFORMA
Desde el pasado 4 de noviembre, Abiy hace oídos sordos a los llamados de la comunidad internacional, entre ellos del propio Comité Nobel, que le piden desescalar la ofensiva en el norte y dialogar con el Frente de Liberación de Tigray (TPLF); partido al que acusa de corrupción, violación de derechos humanos e infracción del “orden constitucional”.
Reacio a cualquier atisbo de paz, etíopes incluso de la misma familia se enfrentan ahora en el campo de batalla; cohetes del TPLF cayeron el sábado en Asmara, capital de Eritrea y cuyas tropas supuestamente respaldan al Gobierno etíope, y analistas temen que Egipto o Sudán sean las próximas potencias en participar de esta contienda.
“Abiy Ahmed probablemente ha sido demasiado agresivo en su impulso de reforma. Para ello, se ha apoyado en viejas herramientas a su disposición dando lugar a una renovada represión, tensiones y (nuevos) presos políticos”, alegó en un editorial el pasado 14 de noviembre el periódico keniano The East African.
Desde su llegada al poder en 2018, su deseo por forjar, casi a cualquier coste, una Etiopía unida bajo la filosofía del “Medemer” -que en amárico significa “sinergia” y cuyo concepto desgranó en un libro homónimo- ha sido origen de una fuerte animosidad entre los tigriñas; que, pese a representar el 6 % de una población de 110 millones de habitantes, dominaron la política etíope durante 27 años.
Muchos oromos, de cuya región Abiy es originario y que además constituyen el grupo étnico más numeroso, también le consideran un líder represivo, incapaz de defender los intereses nacionalistas de Oromía y que no titubea a la hora de encarcelar a sus opositores.
"No olvidemos que hay una segunda insurgencia armada en el centro del país, en la región de Oromía, con rebeldes oromos armados luchando contra el Gobierno en los flancos sur y oeste", recordó a Efe el subdirector para África del International Crisis Group (ICG), Dino Mahtani.
A finales de junio, el asesinato de un popular cantautor oromo dio lugar al peor suceso de violencia intercomunitaria en Etiopía desde su transición democrática, con protestas masivas en Adís Abeba y a lo largo de Oromía, en las que murieron al menos 167 personas y miles de ellas fueron arrestadas, incluidos activistas oromos críticos con las políticas de Abiy.
CRECIENTE REPRESIÓN
Según el Gobierno, el TPFL habría atacado a principios de noviembre una base militar federal en Tigray para robar armamento, suceso que éste niega pero que a Abiy le sirvió de “casus belli”. A ojos del presidente del TFPL, Debretsion Gebremichael, se trata en realidad de un “castigo” contra su región tras meses de rebeldía.
En el que quizá fuera el punto de no retorno en este conflicto, el TPLF celebró el pasado septiembre unos comicios parlamentarios considerados "ilegales" por el Gobierno federal, ya que habían sido aplazados a 2021 debido a la pandemia de covid-19.
Desde el 5 de octubre, fecha en la que teóricamente vencía el mandato presidencial de Abiy, el gobierno de Tigray no reconoce autoridad alguna del Ejecutivo central. Menos de un mes después, misiles y cohetes federales sobrevuelan sus paisajes montañosos.
Todo ello se produce, además, en un contexto sin internet, telecomunicaciones y con las carreteras bloqueadas, lo que hace difícil verificar sobre el terreno que está sucediendo más allá del relato de exhaustos refugiados que caminan hasta 30 kilómetros para llegar a Sudán, o de ONG que ya hablan de una “crisis humanitaria”.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) advirtió este miércoles que faltaban "camas de hospital, colchones, mantas y sábanas", además de suministros médicos, como consecuencia del sitio que sufre Tigray. En el Hospital Universitario de Gondar, en la región limítrofe de Amhara, ya han sido atendidos unos 400 heridos.
Mientras, reporteros internacionales han visto su visa denegada, periodistas etíopes han sido detenidos por diseminar "noticias falsas" y decenas de oficiales del Ejército -la mayoría de origen tigriña- han sido arrestados y acusados de "traición" en unos movimientos que recuerdan a la ausencia de libertades que imperó bajo el férreo dominio tigriña.
“Me comprometo a trabajar por la paz todos los días y en todas las estaciones”, concluyó Abiy ante las cámaras al aceptar el Nobel. “Me quedan kilómetros por recorrer en el camino de la paz”, aseguró hace menos de un año sin ser consciente, quizá, de que mentía.
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