EE UU

El último golpe de Trump para revertir las elecciones

En un gesto sin precedentes, el mandatario invita a la Casa Blanca a las autoridades de Michigan para que anulen el resultado. Mientras, se confirma la victoria de Biden en el recuento manual de Georgia

El puño del presidente Donald Trump a su llegada a la sala de prensa de la Casa Blanca
El puño del presidente Donald Trump a su llegada a la sala de prensa de la Casa BlancaCARLOS BARRIAREUTERS

El presidente Donald Trump convocó ayer en la Casa Blanca a los líderes republicanos en Michigan. Quiere que ignoren los resultados electorales del 3 de noviembre. Joe Biden ganó en ese Estado por un margen de 155.629 votos. Una distancia insuperable. Pero Trump aspira a que los oficiales de la Junta Electoral del Estado, encargada de certificar oficialmente el resultado de los comicios, denuncien una serie de irregularidades sin base fáctica para cambiar a su favor los votos del colegio electoral. A la reunión en Washington habría acudido el líder de la mayoría republicana en el senado local, Mike Shirkey, y el presidente del Congreso de Michigan, el también republicano Lee Chatfield.

El día antes el mismísimo presidente llamó por teléfono a dos de los miembros de la Junta Electoral del condado de Wayne, Monica Palmer y William Hartmann. Aunque los oficiales republicanos rechazaron cualquier clase de presión lo cierto es que ahora quieren revocar su firma y negarse a certificar los votos. Unas horas antes, de hecho, parecía que no iban a firmar, y una de las abogadas Jenna Ellis que asesoran a Trump, lo celebró en Twitter: «Esta noche, la junta de escrutinios del condado de Wayne, Michigan, se negó a certificar los resultados de las elecciones. Si la junta estatal hace lo mismo, el legislador estatal republicano seleccionará a los electores. Gran victoria para Donald Trump».

Resulta inevitable recordar que la principal ciudad de Wayne es Detroit, con un 80% de población negra, y que desde hace días tanto Trump como su abogado, Rudy Giuliani, han tachado a estas otras poblaciones de corruptas, lo que a su vez les ha valido numerosas acusaciones de racismo. En el condado de Wayne Joe Biden cosechó 420.986, por 144.232 de su rival. Para enjuagar semejante distancia habría sido necesaria una conspiración inédita en la historia de EE UU. De tal calibre que sólo podría darse en un estado fallido.

Giuliani, por cierto, concedió durante la tarde del jueves y desde la sede del partido republicano una rueda de prensa histórica. En su última y gran pedalada para discutir y, llegado el caso, subvertir los resultados de las elecciones, insistió en que el 3 de noviembre el país fue víctima de una maniobra de descomposición colosal. Diseñada y coordinada a nivel nacional. Con ramificaciones en las principales ciudades demócratas y capaz de cambiar el curso de unos comicios donde uno de los candidatos aventajó a su rival en casi 6 millones de votos. En opinión del ex alcalde de Nueva York y abogado del presidente, EE UU está a punto de convertirse en Venezuela o Cuba.

A su lado, la abogada Sidney Powell, proclamó que «No seremos intimidados. Vamos a limpiar este lío. El presidente Trump ganó por abrumadora mayoría. Lo vamos a demostrar. Y vamos a reclamar los Estados Unidos de América para las personas que votan en libertad». Para entender el calibre y calado de estas denuncias nada más llamativo que los comentarios del presentador de Fox News, Tucker Carlson, una de las grandes estrellas de la televisión conservadora y, durante años, firme aliado de Trump. Carlson exclamó en antena este jueves, tras la comparecencia de Giuliani y Powell, que en su programa siguen a la espera de que alguien les muestre las pruebas del teórico fraude.

«Hemos invitado a Sidney Powell a este programa. Le hubiéramos dado la hora entera. Pero nunca nos ha enviado ninguna prueba». Según Carlson cuando la productora del programa presionó para que Powell materialice alguna evidencia, ella «se enojó y nos dijo que dejáramos de contactarla». Carlson no niega que la estafa no haya podido producirse. Pero exige pruebas. Y de momento nadie ha visto ninguna.

Entre tanto, en Georgia, el secretario de Estado, el republicano Brad Raffensperger, anunció que con el segundo recuento concluido, esta vez manual, Biden había ganado por 2.475.141 a 2.462.857 votos. Aunque tras la revisión Trump subió en cerca de 2.000 papeletas, la distancia en favor del rival es de más de 12.000 votos. Raffensperger, encargado por ley de supervisar el proceso electoral, ya denunció esta semana presiones dentro de su partido para que de alguna forma tratase de satisfacer al todavía presidente.

«El recuento de Georgia es una broma y se está haciendo BAJO PROTESTAS», había escrito Trump.

El senador republicano por Utah, y candidato a la presidencia en 2012, Mitt Romney, ha publicado un comunicado donde acusa a Trump de haber sido incapaz de armar delante de los tribunales un caso mínimamente plausible y de «presionar a los oficiales estatales y locales para subvertir la voluntad de la gente y cambiar el resultado de las elecciones».

«Es difícil imaginar una acción peor y más antiamericana», añadió, «por parte de un presidente americano».

Trump le ha respondido tachándolo de RINO (iniciales en inglés de Republicano sólo de nombre).

Por su parte Chris Krebs, destituido esta semana de su cargo al frente de la Agencia de Seguridad de las Infraestructuras y Ciberseguridad, ha calificado la rueda de prensa de Giuliani como «la 1 hora y 45 minutos de televisión más peligrosa en la historia de Estados Unidos. Y posiblemente la más loca. Si no saben de lo que estoy hablando, tienen suerte».

Krebs, que dirigía por nombramiento del propio Trump la ciberseguridad nacional, firmó el pasado 12 de noviembre, un comunicado donde aseguraba la limpieza del proceso electoral. Kreb, junto con e0l presidente de la Comisión de Asistencia Electoral de EE UU, Benjamin Hovland, la presidente de la Asociación Nacional de Secretarios de Estado, Maggie Toulouse Oliver y la presidente de la Asociación de directores de Elecciones Estatales, Lori Augino sostiene que las elecciones del 3 de noviembre han sido «las más seguras en la historia de Estados Unidos».