Señalización de un centro de votación en Marietta en Georgia ayer

La batalla por el poder en Estados Unidos se libra en Georgia

El Senado es vital para decidir los impuestos o la designación de los altos cargos. Los dos escaños en juego en este Estado sureño definen la mayoría

La batalla de Georgia quedó ayer vista para sentencia. En la segunda vuelta de las elecciones al Senado estaban en juego dos escaños. Suficientes para decidir la mayoría en el legislativo durante los próximos años. Si los republicanos, David Perdue y Kelly Loeffler, lograban al menos uno, su partido tendría garantizada la Cámara Alta de EE UU. Esto, entre otras cosas, se traduce en que podrán controlar y hasta cierto punto evitar que el futuro Gobierno de Joe Biden saque adelante parte de su programa. Del nombramiento de jueces, incluidos los del Supremo, al control presupuesto o de la presión fiscal, el Senado es la pieza esencial que unos y otros codician.

40% de voto anticipado

Pero los resultados de Georgia, territorio sureño por excelencia, una de las trece colonias originales, y uno de los primeros Estados en ratificar la Constitución, también una de las piezas claves de la Confederación, llegaban despacio. Entre otras cosas debido a la altísima participación. Emulando lo sucedido en las presidenciales del 3 de noviembre, tres millones de georgianos votaron anticipadamente. Eso equivale al 40% del censo electoral. Un número que, en teoría, podría beneficiar a los candidatos demócratas, el reverendo afroamericano Raphael Warnock, y el joven Jon Ossoff. Su discurso es el de una Georgia urbanita, galvanizada por el voto de Atlanta, más diversa y, sobre todo, más alejada de las corrientes ideológicas mayoritarias en el Estado desde que hace medio siglo los presidentes Kennedy y Johnson pusieron fin a la ignominiosa segregación racial.

Elecciones en Georgia
Elecciones en GeorgiaTania Nieto

Consciente de que en Georgia están en juego las posibilidades de su partido, Donald Trump, que finalmente acudió para hacer campaña, promocionaba a los candidatos republicanos. «Georgia, sal y VOTA por dos grandes senadores, @KLoefflery @sendavidperdue. Es importante hacerlo!», escribió en Twitter. Poco después comentó que el vicepresidente, Mike Pence, «tiene el poder de rechazar a los electores elegidos fraudulentamente». Se refería a la ratificación del voto electoral del 6 de enero en el Congreso y al papel que podría desempeñar su «número dos».

Le respondió el propio Biden, cuando aseguró que «en Estados Unidos, los políticos no pueden afirmar, tomar o tomar el poder, que emana del pueblo estadounidense. Nunca podremos renunciar a eso. La voluntad del pueblo debe prevalecer siempre».

La atención que estas elecciones locales han recibido es sencillamente histórica. Y con ella, tanto la participación de los líderes de los partidos a nivel nacional como la afluencia de millones y el bombardeo publicitario.

Tanto la maquinaria republicana como la demócrata han asumido que Georgia es tanto el epicentro de la próxima legislatura como la llave para forjar el futuro político en años venideros.

Del lado republicano porque en la pervivencia del trumpismo, y la hipotética remodelación del partido tendrá mucho que ver el papel que el Senado pueda desempeñar de aquí a los comicios de 2021; para los demócratas, porque el 3 de noviembre, más allá de la victoria de Biden, fue un trago inesperado y amargo, con pérdidas sustanciales en varios bastiones del Congreso, y porque arriesgan una bancarrota del incipiente entusiasmo del nuevo Gobierno si al final éste, como sucediera con buena parte del mandato de Obama, queda atado en las palancas de poder esenciales.

Un pato cojo

Biden podría convertirse en lo que los americanos llaman «un pato cojo» desde el inicio del mandato. Un presidente que no controla el Capitolio y que sufre a la hora de aprobar su agenda legislativa. Los programas económicos o sanitarios así como la lucha contra el cambio climático quedarán en suspenso. También la tentación demócrata de aumentar los impuestos a las rentas más altas. Las iniciativas demócratas tendrán que contar con el aval republicano.

Desconfianza en los sondeos

Aunque los sondeos han demostrado que no eran capaces de predecir el rumbo de las últimas elecciones, lo cierto es que el país lleva días perdido en el análisis y exégesis de toda clase de encuestas, estudios prospectivos y vaticinios más o menos científicos, más o menos voluntaristas. Lo único seguro es que los datos de participación eran elevadísimos.

Tanto por el voto anticipado como por las grandes concentraciones de votantes a la puerta de los colegios electorales durante el martes. Hasta el punto de que según «The New York Times» y otros los votantes habrían acudido a las urnas de forma anticipada en unos números incluso superiores a los de las generales de noviembre.

Por otra parte, la diferencia entre Biden y Trump fue de apenas 12.000 papeletas. Una magra distancia, pequeñísima en proporción a la población estatal, y que ha propiciado tres recuentos, de los cuales uno de ellos fue a mano. Cuando éste concluyó, el secretario de Estado, el republicano Raffensperger, reafirmó la limpieza del proceso y reconoció el «arduo trabajo de nuestros funcionarios electorales locales y del condado que se movieron rápidamente para emprender y completar una tarea trascendental en un corto período de tiempo».

Resultado ajustado

Ayer, con unas cifras de participación enormes, los expertos en demoscopia pronosticaban un resultado ajustadísimo. El desenlace de la carrera tardará días en conocerse y puede desencadenar otro farragoso proceso de impugnaciones. La sospecha de que el voto anticipado jugaba en favor de los aspirantes azules combinaba con el pálpito de que la alta participación presencial beneficiaría a sus rivales.

Unos y otros cruzaban los dedos y escrutaron los cambios en el censo, las pistas diseminadas el 3 de noviembre y los sondeos internos para comprobar si Georgia mantiene su orgullosa identidad republicana o si los cambios de hace dos meses llegaron para quedarse.