Cutro imágenes del presidente Donald Trump que pasa sus últimas horas en la Casa Blanca después de un mandato lleno de sobresaltos

Así pasa las últimas horas Trump: aislado en el Ala Oeste y en un silencio vigilado

El presidente saliente pide a sus asesores algún tipo de despedida honorífica mientras justifica su ausencia en la investidura de Biden para no reconocer públicamente su derrota en las elecciones

El presidente saliente, Donald Trump, no quiere asistir a la toma de posesión de Joe Biden. De hecho tiene previsto abandonar Washington D.C. antes de la llegada de su sucesor a la Casa Blanca. Aborrece la idea de que su participación pueda interpretarse como una señal de debilidad. Su combustible político desde el 3 de noviembre ha sido adobado con reclamaciones legales y proclamas de corte épico. Un guión que podría dañar si asume, o da la sensación de que asume, su derrota. En la tribuna sí estarán Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton. Pero resulta asombroso imaginar que Trump no figure a su lado. Según los libros de historia para encontrar un desplante similar habría que remontarse a Andrew Johnson en 1869.

Sí asistirá el vicepresidente, Mike Pence, siempre respetuoso con las obligaciones institucionales, e irremediablemente transformado en bestia negra de cuantos insisten en que las elecciones fueron manipuladas y creen que Pence tuvo en sus manos cambiar los resultados del colegio electoral. Nunca fue así. Su papel era honorífico.

Segundo “impeachment”

Pero a tres días de la toma de posesión del demócrata da un poco igual. El interés, ahora, gira sobre los próximos pasos del “impeachment”. Sobre los tambores de guerra interna que sacuden el espinazo del Partido Republicano. Sobre los informes de las aerolíneas, que avisan de un repunte en el número de armas de fuego declaradas por los pasajeros en los últimos días. El foco informativo, con los hospitales devorados por la tercera ola de la pandemia, está en el descomunal despliegue de policía y Guardia Nacional, tanto en Washington como en el resto de las ciudades con capitolios estatales, así como en el auge de los grupos de supremacistas y neonazis, envalentonados tras los sucesos del 6 de enero. La conversación pública pivota respecto al pavor del nuevo gobierno a que el «impeachment» enfoque toda la actualidad mediática a ponderar los méritos y deméritos de Donald Trump y, por supuesto, sobre lo que planea hacer el propio propio Trump con vistas a la inauguración.

Silenciado

Aislado en el Ala Oeste de la Casa Blanca, lejos de muchos de sus antiguos fieles, rodeado de una guardia pretoriana que trata desesperadamente de limitar sus apariciones públicas, empeñados sus asesores y speechwriters en que si comparece ante las cámaras no diga que nada que no esté previamente escrito, Trump ha comentado entre los suyos su deseo de recibir algún tipo de despedida honorífica. Bastaría con un sobrio despliegue de militares, una última fotografía a los pies del helicóptero oficial, un viaje final en un avión del Pentágono. Quizá lo más amargo de las horas finales haya sido la imposibilidad de dar rienda suelta a su monumental cabreo vía redes sociales. Durante años Twitter le permitió elaborar una agenda de comunicación paralela, que en muchas ocasiones circulaba incluso contra los consejos de su áulicos, imparable en su logorrea y su incorrección, fuente inagotable de hilos informativos para unos medios de comunicación y un público enganchados a sus mensajes.

Rituales en el aire

La tradición manda que el presidente saliente deposite una carta para su sucesor sobre la mesa del Despacho Oval. También es norma que la primera dama le muestre las zonas residenciales de la Casa Blanca a su sucesora. En la era moderna este ritual nunca se detuvo, contribuyendo a limar malas impresiones y a fortificar una relación institucional que, en el caso de Laura Bush y Michelle Obama, ha llegado a ser de mutua admiración personal. En cuanto a la carta, dicen que durante los primeros meses en la Casa Blanca a Trump le gustaba leer a sus visitantes pasajes del texto que le escribió Obama.

Entre otras cosas le dijo que ambos debían reconocer que fueron «bendecidos, de diferentes formas, con una gran suerte. No todo el mundo tiene tanta suerte. Depende de nosotros hacer todo lo que podamos para construir más vías de éxito para cada niño y familia dispuestos a trabajar duro». «En segundo lugar», añadió Obama, «el liderazgo estadounidense en este mundo es realmente indispensable. Depende de nosotros, a través de la acción y el ejemplo, mantener el orden internacional que se ha expandido de manera constante desde el final de la Guerra Fría y del que dependen nuestra propia riqueza y seguridad». También le recordó que «sólo somos ocupantes temporales de esta oficina. Eso nos convierte en guardianes de esas instituciones y tradiciones democráticas, como el Estado de derecho, la separación de poderes, la igualdad de protección y las libertades civiles, por las que nuestros antepasados lucharon y sangraron. Independientemente de la política diaria, depende de nosotros dejar esos instrumentos de nuestra democracia al menos tan fuertes como los encontramos». Cuando los Obama abandonaron la Casa Blanca una de las imágenes más icónicas fue la del recibimiento al matrimonio Trump. No está nada claro que en esta ocasión el mundo asista a un momento similar.

Dos maletines nucleares

Desde el punto de vista de la seguridad nacional la negativa a escuchar en la tribuna el juramento de su sucesor provoca la necesidad de duplicar el maletín nuclear, de modo que el presidente entrante pueda recibirlo en el mismo momento en que los especialistas activan desactivan las claves del duplicado que porta Trump. Claro que los quebraderos de cabeza por la duplicidad de residencias ya acompañó al servicio secreto, encargado de proteger al presidente y su familia, durante varios años. Sobre todo mientras Melania insistió en residir junto al hijo de la pareja, Barron Trump, en su apartamento de la Torre Trump, en la Quinta Avenida.

En aquella carta de Barack Obama de 2017 el hombre que fue presidente entre 2008 y 2012 remataba, en su nombre y en el de Michelle, deseándoles «a usted y a Melania lo mejor mientras se embarcan en esta gran aventura» y aseguraban que estaban listos «para ayudar en todo lo que podamos». Nadie cree a estas alturas que Trump abandone la más alta magistratura de Estados Unidos con un gesto similar. El rencor, la tensión, las frustraciones, las acusaciones mutuas de traición y el temor a nuevos incidentes violentos son tan densos que recorren Washington D.C. como una maldición.