Castrismo

La crisis empuja a Cuba hacia el libre mercado

A pocos meses de que Raúl Castro ceda definitivamente el mando del Partido Comunista, la dramática situación fuerza al gobierno a reformas económicas sin precedentes

Fotografía que muestra varios autos clásicos utilizados como taxis , en La Habana
Fotografía que muestra varios autos clásicos utilizados como taxis , en La HabanaErnesto MastrascusaEFE

A la fuerza ahorcan. Después de seis décadas de estricta ortodoxia comunista en Cuba, el gobierno de la isla ha puesto en marcha un plan de reformas económicas sin precedentes, acuciado por la crisis provocada por la pandemia de covid y el peso de las sanciones de Estados Unidos.

Si en diciembre se anunció una reforma monetaria que puso fin a una de las dos monedas oficiales en el país, el gobierno aprobó esta semana una liberalización del mercado de trabajo en la mayoría de actividades económicas y permitirá que muchos emprendedores presten servicios hasta ahora reservados al Estado. La ministra de Trabajo, Marta Elena Feito, afirmó que se busca “liberar a las fuerzas productivas” del país. Todo indica que vendrán más cambios.

Con un PIB que se desplomó un 11% en 2020, golpeado por la desaparición de los turistas que llegaban antes del coronavirus, la nomenclatura castrista se apura ahora para darle aire a una economía en estado crítico, anquilosada por años de burocratismo y corrupción.

No será tarea fácil. Los cubanos se han acostumbrado estos meses a que escaseen los productos básicos y a hacer largas colas para abastecerse. Las escenas recuerdan a las del Periodo Especial de la década de 1990, cuando la dictadura aplicó restricciones draconianas para sobrevivir al colapso de la Unión Soviética, su gran valedor global.

Si entonces se contaba con el carisma y la energía de un Fidel Castro en plenitud, la crisis actual se produce a pocos meses de que su hermano Raúl abandone la secretaría general del Partido Comunista Cubano (PCC), el último de los cargos que conserva. Será en el próximo Congreso del PCC en abril y supondrá la jubilación de la vieja guardia de nonagenarios que han regido los destinos del país desde el triunfo de la revolución en 1959.

Su sucesor, el gris burócrata Miguel Díaz-Canel, heredará el reto de llevar a la práctica la apertura económica, una estrategia aprobada ya en 2011 que el gobierno nunca se ha atrevido a implantar decididamente. El temor a que la liberalización alentara las demandas de cambio político y abriera grietas en el muro de la dictadura, expresado varias veces por Fidel Castro, explican el retraso en aplicar unas medidas consideradas urgentes por los economistas.

Solo durante el deshielo con Estados Unidos de la era Obama se iniciaron tímidas reformas, pero se abandonaron tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca con su retórica hostil al comunismo y sus sanciones. “El gobierno se atrincheró, y fue un error, porque ahora se ve obligado a hacer los cambios en un escenario mucho más adverso”, afirma Arturo López-Levy, experto cubano en relaciones internacionales.

A la espera de que la presidencia de Joe Biden sirva para suavizar la presión sobre el régimen, sus jerarcas se aplican ahora a lo que Carmelo Mesa-Lago, economista de la Universidad de Pittsburgh, ha descrito como “una terapia de caballo, que dolerá al principio”.

El dolor inicial ya lo están sintiendo los cubanos. La supresión del peso cubano convertible o CUC ha disparado la inflación y el aumento salarial decretado por el gobierno no ha cubierto ni de lejos la subida de los precios. Las quejas se escuchan a diario en las redes sociales y en los mercados de La Habana.

El sueño de los dirigentes es imitar el modelo de China, y levantar una economía competitiva sin renunciar a la hegemonía del partido único y a que el Estado controle los sectores estratégicos. Pero las diferencias entre Cuba y China son colosales. Tanto como los desequilibrios acumulados durante años por una política de planificación centralizada al más puro estilo soviético, que creó un sector estatal gigantesco e ineficiente, y ahogó cualquier posible desarrollo o innovación.

Entre los muchos lastres, destaca el de las empresas del Estado, la mayoría de ellas inviables, cuando no totalmente improductivas. El gobierno busca con la reforma monetaria conocer realmente su situación, maquillada durante años por la sobrevaluación artificial del CUC.

Una vez completado el diagnóstico, llegará lo más peliagudo, sanearlas. Los expertos coinciden en que muchas requerirán una reducción drástica de sus plantillas, pero eso podría agravar el malestar social en un momento de relevo en el poder y cuando, por primera vez en años afloran en Cuba manifestaciones de descontento, como la del llamado Movimiento San Isidro, un grupo de artistas e intelectuales que se ha atrevido a convocar protestas callejeras. Ninguna de ellas ha sido masiva, pero la aparición de cualquier forma de disidencia siempre enciende las alarmas en el celoso aparato policial cubano.

Tampoco el escenario internacional invita al optimismo. Las intenciones de Biden de mejorar las relaciones bilaterales aún no se han concretado en una relajación de las sanciones. La Venezuela de Nicolás Maduro, el gran aliado, sigue enviando petróleo barato, pero, carcomida por su propio desastre, su apoyo no es garantía de nada. Ahogada, Cuba ha dejado de pagarle al Club de París, el grupo de países con España a la cabeza que aceptaron una renegociación de su deuda. E incluso los intercambios con Rusia han quedado paralizados por los incumplimientos de La Habana.