Corea del Norte
Hace apenas unos días, de madrugada y en pleno Paralelo 38, un hombre se echó al mar con el firme objetivo de llegar a Corea del Sur. El joven, de unos 20 años, cruzó la frontera que separa las dos Coreas a nado y caminó durante unos cinco kilómetros. Su enrevesada huida duró más de seis horas y logró poner en evidencia a los servicios de seguridad surcoreanos, que no detectaron su presencia pese a las continuas alertas de las cámaras de seguridad.
Ya en su destino, el desertor aseguró que su idea era entregarse a los civiles para que los militares apostados en la frontera no le dispararan ni le llevaran de vuelta a Corea del Norte. Toda una hazaña teniendo en cuenta que la Zona Desmilitarizada entre las dos Coreas (ZDC) es la frontera más fortificada y peligrosa del mundo.
Un pescador norcoreano
Según la investigación de lo sucedido, el hombre nadó durante varias horas por las gélidas aguas del Mar del Este, ataviado con traje de neopreno y unas aletas. Una vez llegó a un observatorio del sur cercano a la ciudad oriental de Gaseon sobre las 01:05 de la mañana se deshizo del traje de baño, que posteriormente encontraron los militares surcoreanos. Allí, se introdujo por un conducto de drenaje que los uniformados dijeron desconocer y que está situado por debajo de las cercas de alambres de púas a lo largo de la costa.
Tras lograr salir de la tubería, siguió a pie sin ser detectado hasta las 4:16 de la mañana, cuando por fin los uniformados lo localizaron a través de una cámara de circuito cerrado de televisión e informaron a sus superiores. Sin embargo, no fue hasta cerca de las 7:30 -tres horas después- cuando dieron con este hombre que al parecer trabajaba en la industria pesquera y de ahí su conocimiento y resistencia en el mar.
Sonó la alarma dos veces
A lo largo de su periplo, el hombre fue captado por las cámaras de vigilancia hasta en diez ocasiones e incluso sonó la alarma dos veces, señales que los soldados de guardia pasaron por alto. Según se supo más tarde, el militar encargado de monitorizar el equipo de vigilancia se encontraba realizando labores de mantenimiento del servicio informático, por lo que interpretó que aquellas señales eran fallos del sistema, mientras que su compañero se encontraba realizando una llamada telefónica relacionada con su trabajo con otro miembro de la base.
La espectacular fuga ha vuelto a poner en tela de juicio la eficacia de los servicios de seguridad surcoreanos, que en los últimos años han vivido episodios similares. El más reciente hace tan solo cuatro meses, cuando un exgimnasta norcoreano saltó la valla de púas y recorrió casi un kilómetro hacia el sur antes de ser capturado. Entonces, se culpó a los sensores de las cercas del mal funcionamiento al detectar varios de sus tornillos sueltos.
En esta ocasión, se achaca además a que el conducto de drenaje por el que pasó el norcoreano no había sido revisado, ya que ni siquiera tenían conocimiento de su existencia. Ya el año pasado, las autoridades ordenaron a todas las unidades de la Guardia Costera revisar las barreras dentro de los túneles de drenaje después de que un desertor norcoreano que vivía en el Sur regresara al Norte cruzando por dicho canal de agua. Para salir del paso, las autoridades militares surcoreanas se han comprometido a revisar la formación y gestión del equipo y personal de la 22.º división encargada de la vigilancia.
33.000 deserciones
Las deserciones por la ZDC son escasas ante los peligros que conllevan y tan solo un puñado de las 33.000 personas que han desertado a Corea del Sur lo han hecho por este paso. La ruta más común es la frontera con China, que limita con el Norte, para luego llegar a otro país en el que haya una Embajada de Corea del Sur. Aún así, algunas de las huidas han sido épicas. Una de las más recientes, la de un soldado en noviembre de 2017, que huyó hacia el sur a la carrera a través de la aldea de Panmunjom mientras sus compañeros militares le disparaban.
Las razones para escapar son obvias. En la década de los 90 la nación sufrió una gran hambruna que empujó a muchos a abandonar el país en busca de algo que comer. Más adelante, las sanciones económicas junto a las malas cosechas aumentaron la presión sobre una población con cada vez menos posibilidades. Este año, el coronavirus y las lluvias torrenciales se lo han puesto aún más difícil. Por otro lado, están las razones políticas, a las que algunos diplomáticos que han desertado se aferran. En los últimos cinco años, tres diplomáticos norcoreanos de alto rango han llegado a Seúl, según los registros públicos.
Minas para evitar las fugas
Tampoco es tarea fácil entrar en un país con un régimen opresor que se enfrenta a numerosas acusaciones de violaciones de derechos humanos y que controla toda la información que sale al exterior. Quien lo hace está sometido a una vigilancia constante. Con el fin de que nada escape a su gobierno, Kim endureció los controles fronterizos llegando a colocar minas terrestres para evitar las deserciones cuando tomó el mando del país en 2011.
Aún así, se estima que alrededor de 1.000 personas desertan de Corea del Norte cada año. El que se va se la juega. Si es interceptado, lo más seguro es que acabe en un centro de detención para ser interrogado, juzgado y condenado a permanecer en un campo de trabajo. Si logra completar su fuga, en su destino le espera un complejo comienzo en el que además de convencer a las autoridades de que no son espías, se enfrentan a una sociedad totalmente dispar a la suya en la que la adaptación supone todo un reto.