Sabotaje contra el colonial pipeline

Jaque a la seguridad nacional de EE UU con un clic

El «hackeo» contra el oleoducto de Texas ha revelado la vulnerabilidad de los sectores estratégicos

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La caída del oleoducto Colonial Pipeline, atacado por ciberpiratas, ha devuelto al primer plano la vulnerabilidad de unas infraestructuras amenazadas tanto por las agresiones del exterior como por las insuficiencias propias. Dado que los delincuentes parecen ser rusos, resulta inevitable añadir al cóctel la larga lista de desencuentros entre Washington y el Kremlin, coronados hace apenas un mes con las sanciones impuestas por el Departamento de Estado, junto con la expulsión de diez diplomáticos.

El castigo contra Rusia llegaba en un momento dramático. Está el fantasma de Ucrania, la amenaza permanente de guerra. También sobresale la necesidad de retomar las conversaciones para el control de las armas estratégicas. Sin olvidar el papel que Moscú pueda jugar en la negociación con Irán. Demasiados problemas como para que en esta ocasión Washington acusara a Rusia de estar detrás de lo ocurrido con el oleoducto.

Los republicanos, por supuesto, han aprovechado para recordarle a la Casa Blanca que tumbar el polémico oleoducto Keystone XL deja al país más inerte ante posibles carestías. Lo dijo el líder de los republicanos en el Congreso, Kevin McCarthy: «La crisis del oleoducto Colonial demuestra que necesitamos más energía estadounidense para impulsar nuestra economía, no menos». «Hace seis meses», abundó ¡en Twitter, «Estados Unidos tenía independencia energética. Ahora tenemos colas en las gasolineras». «El presidente Biden», añadió, «está en camino de reeditar la economía de Jimmy Carter». La congresista republicana Nancy Mace acusó al Gobierno de causar una situación de inseguridad energética, provocando de paso «la subida de los precios y largas colas en las estaciones de servicio».

Desde que tuvo lugar la agresión contra el oleoducto, la Casa Blanca ha lidiado con una semana de pesadilla. No en vano transporta el 45% de toda la gasolina, el gasóleo, el queroseno y el aceite de calefacción que consume la Costa Este. Algunos Estados, que tienen más complicado abastecerse de otras fuentes, como Georgia, demostraron ser particularmente dependientes del oleoducto. Tampoco contaban con el músculo necesario para afrontar la demanda.

Biden, entretanto, firmaba una orden ejecutiva concebida para fortalecer la seguridad cibernética del país. En el documento explica que «Estados Unidos se enfrenta a campañas cibernéticas maliciosas, persistentes y cada vez más sofisticadas, que amenazan el sector público, el sector privado y, en última instancia, la seguridad y privacidad del pueblo estadounidense». La orden insta al Gobierno federal a «mejorar sus esfuerzos para identificar, disuadir, proteger, detectar y responder a estas acciones y actores» y a «examinar cuidadosamente lo que haya sucedido durante cualquier incidente cibernético importante, a fin de poder aplicar las lecciones aprendidas».

Respecto al oleoducto, los delincuentes habrían atacado con la intención de exigir luego un rescate. Su acción mantiene bloqueado el mayor oleoducto nacional, casi 9.000 kilómetros que conectan las grandes reservas de Texas con muchas de las principales metrópolis del país. La asesora de seguridad nacional, Elizabeth Sherwood-Randall, aseguró el lunes que el oleoducto no parecía haber sufrido daños estructurales y que podrá restablecer el servicio con «relativa rapidez». Tal y como explicó, todo apunta a que la empresa no habría pagado ninguna cantidad de dinero a los chantajistas, que habrían exigido más de 5 millones de dólares en criptomonedas.

En la entrevista en la que llamó a Putin “asesino”, Biden aseguró que su país «desea una relación con Rusia estable y predecible». También advirtió de que EE UU defenderá los «intereses nacionales» e impondrá «costos por las acciones del Gobierno ruso que busquen dañarnos». Pero son tantos los frentes abiertos que, en esta ocasión, la Casa Blanca ha preferido bajar los decibelios.