Oposición
Raúl Castro ya no manda en Cuba, pero el estado policial que dejó como legado mantiene sus rudos métodos. La suerte de Luis Manuel Otero Alcántara, el artista que lidera el disidente Movimiento San Isidro, ha vuelto a dejarlo claro.
El activista de 33 años permanece bajo custodia de las autoridades en el hospital, aislado del mundo exterior, desde el pasado 2 de mayo, cuando agentes de la seguridad del Estado irrumpieron en su casa para poner fin a la huelga de hambre y sed con la que protestaba, una vez más, contra la falta de libertades en Cuba.
Fue la culminación de la última oleada de acoso oficial contra Otero. A las autoridades no les gustó esta vez que tratara de llevar a cabo en las calles de su barrio unas actividades con niños para denunciar las apreturas que sufre la infancia cubana por la grave crisis económica de la isla. El artista denunció que primero lo encerraron incomunicado en su casa como represalia y días después, como captaron algunos vídeos distribuidos en las redes sociales, las autoridades la allanaron y decomisaron sus obras. Ahí decidió comenzar su ayuno. “Si mi cuerpo llega a morir, espero sea la continuidad a la chispa por la libertad de Cuba”, dijo entonces. Poco más de una semana después un grupo de policías entraron en la vivienda y se lo llevaron al hospital.
Fuentes de su entorno aseguran que para entonces se encontraba ya muy debilitado, sobre todo por la falta de líquidos. Las autoridades emitieron un raro comunicado desde la Dirección de Salud que descartó que Otero estuviera desnutrido o deshidratado. Desde entonces permanece recluido en hospital Calixto García, al que rodea un fuerte cordón policial, y solo se le ha vuelto ver un vídeo difundido por uno de los médicos del hospital: En aparente buen estado, se le oye decir: “El personal médico ha sido indiscutiblemente espectacular, más allá de que pueda seguir exigiendo como artista”. El vídeo se grabó en circunstancias no aclaradas y se difundió después de que Estados Unidos y la Unión Europea reclamaran a La Habana que garantice su salud.
Un quebradero de cabeza para el Gobierno
Otero y su Movimiento San Isidro (MSI) se han convertido en un quebradero de cabeza cada mayor para el gobierno, absorbido por el opaco relevo en la cúpula del Estado de la generación de los hermanos Castro a la encabezada por el presidente Miguel Díaz-Canel y la tarea de resucitar una economía a la que la pandemia terminó de hundir. Un grupo heterogéneo en el que caben artistas como el propio Otero y la prestigiosa Tania Bruguera, o raperos como Maykel Osorbo, el MSI lleva desde 2018 protagonizando distintos gestos de desafío al poder, desde sentadas hasta huelgas de hambre con las que visibilizar sus demandas de libertad de expresión en Cuba.
Con sus acciones simbólicas, el MSI se ha erigido en la alternativa a la disidencia tradicional, desgastada por años de represión, exilio y agotada frente al inmovilismo a ultranza del castrismo. En este tiempo la casa de Otero en la calle Damas de la Habana vieja se ha convertido en el epicentro de un nuevo tipo de rebeldía al que la nomenclatura cubana no está acostumbrada. Los actos de resistencia vecinal en apoyo a Otero y a los suyos han llevado al despliegue de un enorme operativo policial junto a la vivienda del artista.
El aspecto racial que incomoda al Gobierno
Para el periodista Abraham Jiménez Enoa, Otero “encarna todo lo que el régimen dice promover, pero que en definitiva no reproduce: un artista negro de un barrio pobre que quiere expresarse y crear con libertad y tener una vida digna. Eso es lo que le molesta al castrismo”. El aspecto racial es especialmente incómodo para el gobierno. Ser joven y negro en la isla implica muchas veces vivir en la marginalidad y los mensajes provocadores de Otero conectan bien con los muchos muchachos que, como el, crecieron sin apenas recursos en las calles de La Habana. Son chavales que escuchan más los versos de los raperos del MSI que las viejas canciones revolucionarias de Silvio Rodríguez y otros avejentados ejemplares del establecimiento artístico cubano.
Otero no ha dudado en criticar los proyectos de “blancos de élite” como el actor Jorge Perugorría con los que el Estado ha intentado recuperar el terreno perdido entre los jóvenes del Barrio de San Isidro, abocados en muchos casos a buscarse la vida mendigando o robándoles al descuido a los turistas ellos, y prostituyéndose ellas. Una precaria forma de vida que con la desaparición del turismo provocada por la covid ha sufrido un golpe adicional y cuya existencia Otero denuncia con frecuencia irritante para los mandamases comunistas.
Para contrarrestar su voz las farragosas publicaciones oficiales destacan últimamente la importancia de la “batalla comunicacional”, el frente en el que se emplea a fondo el presentador Humberto López, azote habitual en la televisión estatal de los disidentes, a los que descalifica como “mercenarios a sueldo de Estados Unidos” y acusa de participar en “farsas” y “shows” para llamar la atención internacional.
Seguramente para el régimen la última huelga de hambre de Otero no sea más que una de esas “farsas” y por eso se ha decidido a controlarla con la receta habitual, mezcla de métodos policiales y propagandísticos, pero, pase lo que pase con Otero, seguirá teniendo ante sí la incómoda pregunta de qué puede ya ofrecer a los jóvenes cubanos.