Derrumbe en Miami
«A esta región de tierras bajas se la va a tragar el mar»
Ya son once las víctimas confirmadas del derrumbe en Miami. La Torre Champlain se edificó sobre terrenos ganados al agua. La búsqueda de supervivientes continúa en medio de las dudas sobre las causas del siniestro
Los equipos de rescate continúan la búsqueda entre la montaña de escombros de la Torre Champlain de Surfside, en el condado de Miami-Dade. Con once muertos confirmados en el derrumbe del bloque de apartamentos y todavía 151 desaparecidos, según confirmó la alcaldesa del condado, Daniella Levine Cava, las preguntas sin responder en torno a las causas de la tragedia crecen al mismo ritmo que se disipan las esperanzas de encontrar supervivientes.
Bomberos y efectivos del Equipo de Búsqueda y Rescate de Miami-Dade siguen buscando, por ahora infructuosamente, indicios de vida entre los cascotes, labor dificultada por las tormentas típicas en el sur de Florida en esta época del año y el peligro de verse ellos mismos atrapados bajo la gigantesca pila de escombros. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reafirmó el apoyo del Gobierno para hacer frente a la tragedia y anunció el envío de expertos de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). Todo el apoyo será poco si se confirman los temores, acrecentados a medida que pasan las horas, de que todo el que se encontraba en el edificio cuando se derrumbó el jueves yace muerto bajo sus restos. “Dios no lo quiera, pero proveeremos un mortuorio si es necesario para colocar los cadáveres”, dijo Biden.
Algunas familias esperaban ayer que su visita a los aledaños del edificio de 12 pisos les permitiera gritar mensajes a sus seres queridos sepultados bajo los escombros. Mientras regresaban a un hotel cercano, varios se detuvieron para abrazarse mientras bajaban del autobús. Otros caminaron lentamente de vuelta al hotel donde se alojan, cogiéndose de la mano. «Solo estamos esperando respuestas. Eso es lo que queremos», explicó Dianne Ohayon a AP, cuyos padres, Myriam y Arnie Notkin, estaban en el edificio. «Es difícil pasar estos largos días. Aún no hemos recibido ninguna respuesta».
El edificio se derrumbó pocos días antes de la fecha límite para que los propietarios comenzaran a realizar pagos elevados por más de 9 millones de dólares en reparaciones que se habían recomendado casi tres años antes, en un informe que advirtió sobre «daños estructurales importantes» por un «grave error» al realizar la piscina. El ingeniero Frank Morabito señalaba que subsanar el error original, que hacía que el agua de la piscina se filtrara por el cemento del edificio, sería “extremadamente caro”, pero debía hacerse “oportunamente” o de lo contrario el deterioro “se extendería exponencialmente”.
El edificio había recibido en los últimos meses permiso para llevar a cabo varios trabajos de mejora. No obstante, varios propietarios presentaron una demanda contra el condominio, la comunidad de propietarios, por no “asegurar ni salvaguardar las vidas y las propiedades en el edificio”.
Se está lejos aún de conocer las causas y los responsables de un suceso que ha conmocionado a la habitualmente festiva y colorida Miami, uno de los lugares considerados más idílicos de Estados Unidos, pero lo ocurrido ha servido para recordar los peligros que se ciernen sobre ella.
Miami, como gran parte del sur de Florida, tiene un problema de difícil solución con la subida del nivel del mar provocada por el calentamiento global. Según los científicos, los paradisíacos cayos a los que se retiró Ernest Hemingway y que han sido una de las señas de identidad del “Estado del Sol Brillante” serán engullidos por las aguas en pocas décadas.
Miami Beach, reclamo turístico principal de la ciudad, y a cuya orilla se levantaba el bloque derrumbado, está en riesgo de correr una suerte similar. De hecho, ya hay muchos días del año en que la subida de la marea hace que se inunden sus calles, lo que ha obligado a instalar unas costosas bombas de drenaje de utilidad dudosa a medio plazo.
La catástrofe se cierne sobre Miami
“Hay una verdad ineludible sobre la vida en el sur de Florida: a esta región de tierras bajas se la va tragar el mar”, escribió en el portal de la Escuela Ambiental de la Universidad de Yale, Mario Alejandro Ariza, autor de un libro sobre “la catástrofe climática” que se cierne sobre Miami.
No está claro aún si esto ha jugado algún papel en el triste final de la Torre Champlain. Se edificó en terrenos ganados al mar y los expertos estiman que el nivel de las aguas en la península de Florida ha subido 5 pulgadas desde 1993. El profesor de la Universidad Internacional de Florida (FIU) Shimon Wdowinski detectó que en esa zona costera la tierra se hundió entre 1 y 3 milímetros al año entre 1993 y 1999. El estudio de Wdowinski concluyó que las áreas donde la tierra se hunde tienen un mayor riesgo de sufrir consecuencias graves por la subida del nivel del mar. Sin embargo, el científico señaló que el hundimiento de la tierra donde se alza no basta para explicar por sí solo que un enorme edificio de apartamentos se desplome cual castillo de naipes.
La amenaza medioambiental sobre las ubicaciones en primera línea de playa, tradicionalmente las más cotizadas, es una de las razones que explican el estado febril en que se encuentra actualmente el mercado inmobiliario local. Con los precios de la vivienda en máximos históricos, los promotores se fijan ahora en los terrenos más alejados de la costa, a los que durante décadas se relegó a afroamericanos y haitianos, las minorías menos favorecidas en el crisol racial y cultural que siempre ha sido Miami.
Con la costa saturada de edificaciones y en peligro de sumergirse para siempre, no se atisba otro lugar en el que ubicar a los muchos inversores latinoamericanos que siguen viendo en Miami el mejor lugar para invertir lo que ahorraron en sus inestables países y a los trabajadores calificados de otros estados de EE.UU. que, ahora que la pandemia abrió la puerta al teletrabajo, prefieren vivir y trabajar en Florida, donde se disfruta un clima más cálido y se pagan menos impuestos.
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