Mafia

Al «Vito Corleone» japonés le espera su final en la horca

Satoru Nomura es el primer capo de la yakuza, la mafia nipona, sentenciado a muerte por sus crímenes

Satoru Nomura, en las inmediaciones de la Prefectura de Policía de Fukuoka, en Japón
Satoru Nomura, en las inmediaciones de la Prefectura de Policía de Fukuoka, en JapónKYODOvia REUTERS

Cada mañana, los miembros más veteranos de Kudo-kai, posiblemente la banda de yakuzas más violenta de Japón, salían corriendo de una sala de control de seguridad y se dirigían al pasillo, dentro de la ostentosa y amurallada mansión de Satoru Nomura, en el barrio de Kita-Kyushu. Allí, se sentaban en el suelo en una línea de recepción a la manera tradicional de los seiza, con las rodillas metidas rígidamente debajo de ellos, a esperar al padrino bajar del piso superior.

El ritual matutino en la residencia de Nomura, de 74 años, era uno de los adornos de los que disfrutaba el jefe de la única «organización de gánsteres peligrosos designada especialmente» del país.

Sin embargo, el 24 de agosto, el célebre capo de la yakuza cambió su casa palaciega por una celda en el corredor de la muerte de Japón tras recibir una sentencia sin precedentes. Por primera vez en la historia, un jefe de la yakuza ha sido condenado a muerte en un tribunal japonés. Nomura, jefe del grupo Kudo-kai de Fukuoka, fue declarado culpable de asesinato y tres agresiones tras un juicio celebrado sin jurado, por temor a posibles intimidaciones. Si fracasa la apelación, será ahorcado.

Lo que hace que el caso sea notable es que no se presentó ninguna prueba que vinculara a Nomura directamente con los delitos de los que se le acusaba. No obstante, el juez llegó a la conclusión de que se produjeron por orden suya. El tribunal condenó a Nomura a la pena de muerte y a su lugarteniente a la de cadena perpetua, tras comprobar que los acusados estaban implicados en cuatro incidentes, dos asesinatos y otras tantas agresiones.

Una de las víctimas de las agresiones fue la enfermera que se encargó de los cuidados del jefe de la mafia tras someterse a un alargamiento de pene. Nomura no quedó satisfecho con su operación y con la depilación de su entrepierna, y se molestó porque la enfermera desestimó sus quejas sobre el dolor: «Esto no puede doler tanto como hacerse uno de esos tatuajes yakuza». La auxiliar sufrió un ataque del que tuvo la increíble suerte de escapar con vida. Fue apuñalada en el cuello, el pecho y la cabeza mientras caminaba por la calle.

En su apogeo en los años 60, la yakuza podía presumir de tener 180.000 miembros. Florecieron en los caóticos años de la posguerra, controlando los mercados negros, el entretenimiento y el juego, antes de pasar a la construcción, el inmobiliario y la política.

El miembro tradicional de la yakuza era casi absurdamente llamativo, con el pelo teñido, gafas de sol, trajes afilados, un bronceado bien trabajado y una camisa desabrochada para dejar al descubierto algunos de sus tatuajes de cuerpo entero hechos a mano (insoportablemente dolorosos, al parecer). Su aspecto distintivo no sólo indicaba dureza física, sino que también servía como marca corporativa, ayudando a dar a la banda una especie de glamour comercial.

Lo curioso es que siempre han operado, más o menos, a la vista de todos. Tienen oficinas con placas de identificación y miembros con tarjetas de visita, algunos de los cuales incluso se registran en la Policía. Se consideraban guardianes del orden público y no delincuentes y se han ofrecido para ayudar tras el terremoto de Kobe de 1995 y el tsunami de 2011.