Canadá

El declive de Trudeau

El primer ministro canadiense se bate hoy contra los conservadores de Erin O’Toole que le pisan los talones en las encuestas

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A mediados de agosto, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, sorprendía anunciando la convocatoria de elecciones adelantadas: el 20 de septiembre, dos años antes de los previsto, los canadienses volverán a las urnas. Una decisión que la mayoría de los ciudadanos no considera necesaria, pero con la que el líder de los liberales espera recuperar la mayoría parlamentaria de la que gozaba y que le permitía sacar adelante sus propuestas legislativas en el Parlamento.

Cuando Trudeau se presentó por primera vez a las elecciones en 2015, los liberales arrasaron y consiguieron una amplia mayoría con 184 escaños en la Cámara de los Comunes. El hijo de Pierre Trudeau, uno de los políticos más famosos y mejor valorados de la historia de Canadá (y al que se le debe que el país sea bilingüe), ponía así un sonado punto y final a más de una década de mandato conservador, partido que pasaba a la oposición con solo 99 escaños. Con él, llegaba al Gobierno uno de los políticos más populares y el segundo primer ministro más joven de la historia canadiense (por detrás del conservador Joe Clark, que ocupó el cargo en 1979 antes de cumplir los 40); una cara nueva y fresca que se alzaba como la promesa que pondría en marcha cambios notables, especialmente en materia de medio ambiente, políticas públicas y Derechos de los Indígenas.

Pero poco a poco fue perdiendo fuelle hasta convertirse en «el mito Trudeau». Una serie de escándalos salpicaron su idílica relación con la política y le hicieron perder popularidad. Su implicación en el caso de corrupción de la empresa SNC-Lavalin, la mayor ingeniera del país, sería solo el primero de muchos traspiés por los que tendría que pedir perdón y que le harían ir perdiendo votantes por el camino. Le seguiría esa foto de juventud en la que salía disfrazado de indio con turbante y la cara pintada de negro, algo que una fracción importante del país se tomó como un insulto (recordemos que, además, el líder de la izquierda Nuevos Demócratas, Jagmeet Singh, es indio Sikh y va con turbante).

Todo esto, sumado a que su gestión política no fue lo que prometía, hizo que al presentarse a un segundo mandato en 2019 los resultados electorales no fueran los esperados. Esta vez solo consiguió 157 escaños, haciendo que los conservadores subieran hasta 121. Empezaba así un periodo difícil para el partido de Trudeau, que desde entonces se ha encontrado con trabas para sacar adelante muchas de sus propuestas legislativas. Ahora, los liberales necesitan recuperar 13 escaños para alcanzar los 170 de los 338 totales que les otorgaría de nuevo la mayoría parlamentaria.

Eso es lo que llevó al primer ministro a reunirse con la gobernadora general, Mary Simon, representante de la reina Isabel II en Canadá (la reina de Inglaterra es la jefa de Estado) y pedirle que disolviera el Parlamento. Trudeau confía en que la gestión de su gobierno sobre la crisis sanitaria, el alto ratio de canadienses vacunados (más de un 70% ya cuenta con la pauta completa y alrededor del 82% ha recibido al menos una dosis) y el presupuesto aprobado en julio de este año (que inyectará más de 100.000 millones de dólares para hacer frente a la cuarta ola de Covid-19 y estimular la economía) le ayuden a recuperar la mayoría que ansía. La gestión de la crisis sanitaria es uno de los aspectos que más importa a los canadienses. Los resultados de las encuestas del Instituto Angus Reid revelan que un 45% de los encuestados considera que la respuesta del gobierno ante Covid-19 es clave a la hora de votar a un candidato. Y esa es la baza con la que está jugando Trudeau y con la que espera recuperar la popularidad perdida. Pero le podría salir mal la jugada Los sondeos auguran una noche de infarto. El último de Nik Nanos da 30,8% al Partido Liberal y 30,5% a los conservadores de Erin O’Toole.