Cinco años sin el comandante

La Cuba post Fidel Castro pelea por sobrevivir

Una de las dictaduras más antiguas del mundo cumple 5 años sin su fundador

La efeméride pasó esta vez sin pena ni gloria y el régimen no pudo llevar a cabo ninguna de las aglomeraciones masivas a las que acostumbraba en sus épocas de mayor fortaleza
La efeméride pasó esta vez sin pena ni gloria y el régimen no pudo llevar a cabo ninguna de las aglomeraciones masivas a las que acostumbraba en sus épocas de mayor fortalezaALEXANDRE MENEGHINIREUTERS

Una de las dictaduras más antiguas del mundo cumple 5 años sin su fundador. Para la dirigencia castrista hay poco que celebrar, aparte de su capacidad para aferrarse al poder. En medio de una de sus mayores crisis económicas y enfrentada a la mayor contestación social en décadas, el régimen trató de darle brillo a la efeméride con publicaciones en los medios de propaganda oficial, pero no hay motivos para pensar que eso vaya a aplacar el descontento de los cubanos que han empezado a perderle el miedo a protestar en las calles.

La efeméride pasó esta vez sin pena ni gloria y el régimen no pudo llevar a cabo ninguna de las aglomeraciones masivas a las que acostumbraba en sus épocas de mayor fortaleza. Lejos quedan los tiempos de las concentraciones de cientos de miles en la Plaza de la Revolución de La Habana. La Cuba post Fidel es igual de opresiva pero está de capa caída.

En ese contexto, la élite heredera del mayor de los hermanos Castro se afana por mantenerse en lo alto de un edificio cada vez más agrietado. Hasta ahora lo ha conseguido al coste de una brutal represión y centenares de detenidos en las protestas.

Ahí sigue su hermano Raúl, como símbolo viviente de la continuidad del proyecto revolucionario, pero apartado ya de las presidencias de los Consejos de Estado y de Ministros. A sus 90 años, Raúl dedica la energía que le queda a aparecer junto a su sucesor designado, Miguel Díaz-Canel, cuando el régimen se siente amenazado, pero a estas alturas ya quedan pocas dudas de que el de Díaz-Canel es un liderazgo débil. El nuevo presidente juega más el papel de “primus inter pares” sumiso al alto mando militar que el de timonel carismático e infalible que se atribuía a Fidel.

Seguramente, los jerarcas castristas, los jerarcas castristas no imaginaban el desencanto en torno a la figura y el legado de Fidel que acabarían instalándose entre los cubanos, especialmente los más jóvenes, cuando hace 5 años los restos mortales del caudillo que empujó a Cuba por la senda del comunismo recorrían la isla en loor de multitudes.

Según el historiador cubano Rafael Rojas, “en las protestas juveniles del último año se ha podido apreciar un enorme desgaste de la historia mítica y heroica de la Revolución cubana”. El relato de las gestas de Fidel y Raúl en Sierra Maestra parece agotado para los muchachos de barrios populares como el de San Isidro en La Habana, que se informan a través de internet y bailan al son del rap reivindicativo de la canción “Patria y vida”.

Sueñan con poder expresar sus ideas y construir un futuro en su país, y la historia de cómo un grupo de barbudos armados derribó el régimen de Fulgencio Batista, repetida hasta el hastío por la propaganda oficial, no solo no colma sus expectativas, sino que agrava su indignación, como han dejado claro cada vez que se han echado a las calles en el último año.

Aún así, un gobierno debilitado por el golpe económico de la Covid y su propia incapacidad por construir nada que se parezca a una economía eficiente ha mantenido la apuesta de la propaganda y la hagiografía para sortear el malestar popular. Si ya en los últimos años de vida de un Castro convaleciente, en publicaciones como Gramma, Cubadebate y Juventud Rebelde, proliferaron los artículos que presentaban a un Fidel menos belicoso y más familiar, en los últimos años su protagonismo se ha reducido, quizá para no destacar la total falta de carisma de Díaz-Canel.

El contraste entre el prestigio del guerrillero Fidel y el desprecio general que inspira el gris funcionario que es Díaz-Canel no pudo quedar más claro el 11 de julio, cuando intentó emular al Fidel de los buenos tiempos y disuadir en persona a los manifestantes, que lo recibieron con improperios obligándole a abandonar el lugar.

El nuevo presidente se ha ganado hasta ahora la antipatía de muchos cubanos, sobre todo a raíz del estruendoso fracaso de la llamada “Tarea Ordenamiento”, el intento de reformas económicas que el régimen presentó a bombo y platillo y que abandonó de la noche a la mañana tras constatar su absoluta inoperancia.

La “Tarea Ordenamiento”, presentada por Díaz-Canel como el remedio para los problemas de la economía cubana, solo contribuyó a empeorar la inflación que azota al país y al cierre de empresas estatales, inviables casi todas, que debían ser saneadas.

A la espera de comprobar hasta dónde alcanza la longevidad de Raúl, los manifestantes ya le han dejado claro a Díaz-Canel y la nueva generación de dirigentes castristas que el recuerdo cada vez más en sepia de Fidel no bastará para apagar el descontento, aunque frente a la reacción popular el Estado sigue contando con la única de sus herramientas que se ha revelado siempre fiable, los tentáculos de su aparato represivo.