Presidente odiado
Gotabaya Rajapaksa, el hombre que llevó a Sri Lanka a la ruina
El presidente de esta isla dimite por su nefasta gestión de la crisis económica
Gotabaya Rajapaksa, electo presidente de Sri Lanka a finales de 2019, deberá abandonar mañana el poder forzado por meses de manifestaciones, con el país sumido en la peor crisis económica desde su independencia del imperio británico en 1948 y con una larga lista de promesas sin cumplir.
La imágenes de miles de manifestantes asaltando instalaciones gubernamentales, dándose un baño en la piscina, ocupando dormitorios, jardines y el gimnasio privado de la residencia oficial del presidente, quedarán como el colofón de unas protestas mayoritariamente pacíficas que pusieron fin al legado de Rajapaksa, el “héroe de guerra” que se había convertido en presidente para rescatar a la nación.
Tras su huida de la residencia oficial el pasado sábado, horas antes de que fuese asaltada por miles de personas desesperadas por la crisis del país, la renuncia de Rajapaksa se conoció primero a través del presidente del Parlamento.
La dimisión, efectiva a partir de mañana, fue confirmada dos días después por el despacho del primer ministro, sin mayores explicaciones ni mensaje alguno del mandatario.
Gotabaya Rajapaksa, hermano del expresidente Mahinda Rajapaksa (2005-2015), presentó su candidatura a las elecciones presidenciales poco después de los atentados islamistas del 21 de abril de 2019 contra tres hoteles de lujo y tres iglesias, en los que murieron más de 250 personas y más de 400 resultaron heridas.
La promesa de seguridad procedía de un militar retirado caracterizado de héroe por parte de la población por poner fin a la guerra civil de casi tres décadas con los Tigres Tamiles pero acusado también de delitos contra los derechos humanos.
Esa promesa disparó su popularidad entre la mayoría budista (69,3 % de la población y mayormente de etnia cingalesa).
La debacle
La economía de Sri Lanka, que ya cargaba un gran endeudamiento, comenzó a deteriorarse rápidamente con la crisis global derivada de la guerra en Ucrania, lo que disparó la inflación y los precios del combustible mientras las reservas de divisas comenzaban a caer a mínimos históricos.
Pero incluso antes de eso, los atentados de Pascua y las medidas para contener la pandemia del coronavirus habían puesto el freno a la potente industria del turismo, que da gran parte de los ingresos en divisas a la paradisíaca isla del sur asiático.
La decisión del Gobierno de Rajapaksa de prohibir el uso de fertilizantes químicos, con la ambición de convertirse en la primera nación 100% orgánica y disminuir los gastos en divisas, dio otra vuelta a la tuerca de la crisis provocando más tarde una caída de la producción que disparó aún más la inflación.
Un grave error que el Gobierno de Rajapaksa tendría que admitir cuando ya era demasiado tarde.
Con los ingresos cayendo estrepitosamente, incapaces de reactivar la actividad turística, ahora comprometida por la falla de suministros y la escasez de combustible, Sri Lanka se vio incapaz de cumplir con la millonaria deuda adquirida para el desarrollo de este país de 22 millones de habitantes.
En abril pasado, el Gobierno de Rajapaksa anunció la entrada de la nación en el impago preventivo de su deuda exterior, aniquilando la confianza de sus acreedores, y obligado a acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para solicitar un programa de rescate.
“Vete a casa” Gotabaya
Con “Go Home Gota” (vete a casa Gota) como grito de batalla de miles de esrilanqueses agobiados por el encarecimiento de la vida y las duras medidas de racionamiento, los manifestantes lograron echar del Gobierno a los miembros del clan Rajapaksa poco a poco.
Al menos cuatro miembros de la familia, entre ellos Mahinda Rajapaksa, expresidente y primer ministro bajo el mandato de su hermano, tuvieron que renunciar a sus carteras en los últimos meses debido a la presión ciudadana.
Hasta ahora se desconoce el paradero de Gotabaya Rajapaksa y los miembros de su familia, pero la tumultuosa salida del mandatario deja el país no solo sumergido en una crisis económica sino también en una crisis institucional, en cuanto se desconoce quién lleva en este momento las riendas y la oposición intenta un consenso para elegir un relevo interino.
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