Asia

Cumbre del G20

Biden y Xi tratan de evitar una Guerra Fría en su desencuentro sobre la política china hacia Taiwán

La reunión entre los presidentes de China y Estados Unidos en Bali, la primera desde que el demócrata ganó las elecciones en 2020, ha durado alrededor de tres horas

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la derecha, junto al presidente chino, Xi Jinping, antes de una reunión al margen de la cumbre del G20
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la derecha, junto al presidente chino, Xi Jinping, antes de una reunión al margen de la cumbre del G20Alex BrandonAgencia AP

Mientras crecen los temores de una nueva Guerra Fría, la paradisiaca isla de Bali acogió el lunes a dos gigantes geopolíticos en duelo. En el marco de la cumbre del G-20 en Indonesia, Xi y Biden celebraron su primer cara a cara como presidentes y pusieron de manifiesto el creciente abismo entre dos potencias que solían creer que podían cooperar, al menos en las crisis mundiales y el comercio. Se entrevistaron en medio de unas relaciones sumamente tensas por la invasión rusa de Ucrania y el apoyo incondicional de Pekín a Moscú, el estrechamiento de los lazos de Washington con Taiwán y la volátil situación en la Península coreana.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la derecha, y el presidente de China, Xi Jinping, se dan la mano antes de su reunión al margen de la cumbre del G20
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la derecha, y el presidente de China, Xi Jinping, se dan la mano antes de su reunión al margen de la cumbre del G20Alex BrandonAgencia AP

Ambos llegaron a la reunión envalentonados, con un renovado control del poder. En su intervención, un Biden conciliador destacó que Pekín y Washington “comparten la responsabilidad de mostrar a la humanidad que pueden gestionar sus diferencias y evitar que la competencia se convierta en conflicto para trabajar juntos en cuestiones globales urgentes”.

Xi respondió que el mundo “ha llegado a una encrucijada” y lamentó que sus relaciones no estaban cumpliendo con las expectativas globales. “Así que tenemos que trazar el camino correcto para poder reconducir una relación a futuro”, enfatizó un esperanzado Xi.

Ambas naciones desconfían cada vez más la una de la otra. Funcionarios estadounidenses apuntaron antes de la reunión que Biden esperaba establecer " barreras de seguridad” en la relación con China y evaluar cómo evitar las “líneas rojas” que podrían llevar a las dos mayores economías del mundo a un conflicto. Por ello el objetivo general fue el de establecer “guardarraíles” y “reglas de juego claras”.

Como acérrimos adversarios, ambos mantienen relaciones diplomáticas complicadas y economías entrelazadas, al tiempo que se enzarzan en una batalla por la supremacía tecnológica. Washington ha calificado a China como “el desafío más serio a largo plazo” para el orden mundial. China por su parte ha insinuado que su relación con EEUU no es un menú a la carta: es todo o nada, y quiere que Washington lo entienda.

Taiwán
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Los dos hombres se conocen bien, desde la época de Biden como vicepresidente (2009-2017). Como presidentes, han hablado hasta ahora cinco veces, por teléfono y en videollamadas.

El principal objetivo de Washington en el G-20 es reunir a los países en desarrollo para que apoyen su estrategia de aislamiento y condena de Rusia por la invasión de Ucrania. El grupo está dividido en campos geopolíticos entre el Occidente antirruso, las naciones BRICS pro-rusas y las naciones en desarrollo no alineadas, representadas por Indonesia en esta cumbre.

Sería mucho más fácil para Biden reunir a esos países si pudiera persuadir a Xi de que apoye tácitamente la retirada de las fuerzas rusas de Ucrania. Aunque China se ha negado a criticar la invasión, sí ha mostrado su oposición al uso de armas nucleares. La línea oficial de Pekín actualmente, es que tanto Ucrania como Rusia negocien de inmediato, una postura de la que se hacen eco otras naciones del BRICS como India, Brasil y Sudáfrica.

Xi llegó con una mano ostensiblemente más poderosa, al haber obtenido un tercer mandato sin precedentes en el XX Congreso del Partido el mes pasado, y haber copado por completo el Comité Permanente con aliados. Aun así, existe un creciente descontento a nivel interno por la inquebrantable aplicación de la política “Cero Covid”; que ha empujado a la prodigiosa economía china y está de capa caída, en medio de un elevado desempleo, la salida de capitales y el desplome de los mercados.

La retórica de Xi es coherente con su política de no hacer concesiones en cuestiones fundamentales. Cuando la Administración Biden asumió el cargo, los funcionarios chinos esperaban que ofreciera un respiro a las críticas belicosas de la era de Donald Trump. Aunque el lenguaje de Washington se ha enfriado, muchas políticas se han mantenido, incluidos los aranceles punitivos sobre algunas exportaciones chinas. Las prácticas económicas no comerciales chinas preocupan a Biden.

Defensa del statu quo en Taiwán

La Casa Blanca planteó sus objeciones a las acciones coercitivas de China hacia Taiwán, que “socavan la paz y la estabilidad en la región y ponen en peligro la prosperidad mundial”.  Insistió en que se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo por cualquiera de las partes. Además planteó el tema de las prácticas de la República en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong y los derechos humanos en general.

Pekín ha dejado patente su malestar por el viaje que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, realizó a la isla a principios de agosto. El viaje de un funcionario estadounidense de tan alto nivel no es algo inédito -el entonces presidente de la Cámara, Newt Gingrich, lo visitó en 1997-, pero hoy China es mucho más influyente y está más dispuesta a mostrar su cólera.

Y lo ha hecho organizando ejercicios militares con fuego real sin precedentes, medidas que, según los analistas militares, pretendían sugerir la creciente capacidad de los chinos para plantear un bloqueo naval en caso de una invasión real. Asimismo, interrumpió la cooperación en ámbitos como el cambio climático y cercenó la mayor parte de las comunicaciones, incluidas las de los dos mayores ejércitos del mundo.

Por su parte, Washington consideró irresponsable y peligrosa esta última muestra de la actitud pragmática, culminada por la negativa de Pekín a responder al teléfono, y una razón para trazar las “líneas rojas” de las naciones en su reunión de Indonesia.

Tanto para China como para Estados Unidos, la “credibilidad” respecto a Taiwán es fundamental para sus intereses. Las credenciales nacionalistas del Partido Comunista se basan en la defensa de su integridad territorial, que ha proclamado firmemente que incluye a la isla. En 1972, cuando el gobierno de EEUU estableció relaciones formales con la República Popular China (RPC), aceptó una formulación de “una sola China” que reconocía a la RPC como el único gobierno legítimo, no cuestionaba la opinión china de que Taiwán es una parte de ese país y se comprometía a tener sólo contactos no oficiales con el gobierno taiwanés.

Por su parte, Pekín declaró que perseguiría la unificación pacífica como primera prioridad, sin renunciar por ello a su derecho soberano a emplear la fuerza sobre lo que considera su territorio nacional.