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Riñas de frontera

Un contrabandista de coltán ruandés: “Nuestro mayor problema es que nos caiga un árbol encima”

En la región del lago Kivu, al límite de la frontera entre Ruanda y República Democrática del Congo, los contrabandistas tutsis transportan sin problemas el preciado oro y el coltán extraído en las minas congoleñas

Mina en Ruanda. Alfonso Masoliver

Hay un detalle que no cuadra en la hoja de exportaciones de República Democrática del Congo y de Ruanda, su país vecino. Mientras Ruanda no tiene una sola mina de oro en su territorio, nada más que dos refinerías del preciado metal, un 71% de sus exportaciones (dirigidas en su mayoría a Emiratos Árabes Unidos) consisten precisamente en oro; mientras RDC, que cuenta con decenas de minas de oro en su inmenso territorio y cuyas reservas bajo tierra se calculan en al menos 28.000 millones de dólares, apenas dedica un sorprendente 0,11% de sus exportaciones a este metal. Y pese a que Ruanda apenas mantiene una diminuta reserva de coltán, en 2014 llegó a ser catalogado por diversos medios como su mayor exportador mundial. Es tan llamativo que llama a ser grotesco. Y es evidente que el contrabando de oro (y de coltán) que numerosas organizaciones y medios de comunicación llevan décadas denunciando se encuentra detrás de este misterio que ya no es un misterio para nadie, dada su obviedad.

Conocer a fondo cada esquina del negocio no tiene cabida en un solo artículo, pero describir uno de sus engranajes sí que se puede hacer. Así nos trasladamos a los alrededores de Gisenyi, una ciudad de 100.000 habitantes ubicada en el extremo ruandés de la frontera con República Democrática del Congo, y tras una exitosa excursión entre plataneros y rastrojos de selva nos encontramos con Patrick, un sujeto de estatura más bien baja y que vigila en todo momento los movimientos de veinte mineros, veinte hombres y mujeres silenciosas que pican piedra y pican piedra y pican piedra caliza hasta que llega la hora de irse a casa a soñar con piedra picada.

Patrick tiene un puesto de cierta responsabilidad porque es un engranaje de cierta importancia en la cadena de negocio en que participa. Él no siempre vigila a los mineros que pican piedra caliza del lado ruandés. También hay días donde su trabajo le lleva a cubrir la vigilancia de los mineros del lado congoleño, o a colaborar con la logística del contrabando que transporta los metales a través del inmenso lago Kivu. Un inciso del lago Kivu: es una mole de agua que ostenta el honor de tratarse del lago del planeta con una mayor reserva de metano bajo su superficie. Un escape de metano del lago Kivu podría asfixiar a millones en una sola noche. Este es un lago siniestro. Brillante y aclarado por las mañanas, se transforma en un agujero negro cada noche, cuando las lamparitas de los pescadores se apagan y el viento empuja lejos toda la luz.

La autoridad de una hormiga obrera

Patrick no pierde el tiempo en expresar la autoridad que sostiene sobre sus trabajadores. Indica que su tarea principal consiste en vigilar que los mineros no roben un gramo del material que se dedican a extraer, y súbitamente cambia la expresión de su rostro para hacer una demostración. Flexiona las cejas, transforma su boca en una mueca cruel. Parece crecer unos centímetros cuando estalla en una furiosa perorata hablada en kiñaruanda, la lengua local, que se prolonga durante varios segundos hasta que queda satisfecho con su representación de poder. Varios de quienes pican elevan la cabeza con los ojos asustados. “Y así”, confirma Patrick volviendo a adoptar el inglés, “es como asusto a los trabajadores y mantengo mi autoridad”. Lo dice volviendo a sonreír, diríase que orgulloso.

Pero Patrick se quita peso y dice que él no es tan importante. Sólo es una hormiga que trabaja en el enorme hormiguero de agua del lago Kivu. Señala al lago (que puede verse desde la ladera de la montaña donde nos encontramos, allá a lo lejos) e indica que un barco con un cargamento de plátanos cruza sus aguas todos los lunes, desde la orilla de RDC hasta la orilla ruandesa. Afirma que “no haría falta esconder el oro y el coltán debajo de los plátanos porque está todo acordado a ambos lados de la frontera, pero hay veces que aparece un grupo de policías especialmente molesto y lo mejor es no ponérselo demasiado fácil”. Sí, no duda a la hora de decir que está todo acordado a ambos lados de la frontera. Patrick pide que no se haga caso de las críticas que Ruanda recibe del Gobierno de RDC a causa del contrabando porque el negocio los implica a todos y nadie tiene derecho a criticar. Pone de ejemplo la mina de Rubaya, ubicada a escasos 50 kilómetros de la frontera con Ruanda, cuando confirma que “el coltán se extrae de la mina y es el propio Ejército congoleño quien custodia los cargamentos hasta que llegan al lago y pueden embarcar”.

Un negocio familiar

¿Y por qué no iban a hacerlo? Aquí todos merecen su parte del dinero. “Los congoleños ganan dinero y nosotros ganamos dinero, es así, el oro y el coltán nos pertenece a todos porque la frontera, esto que ves aquí, esta frontera la dibujaron unos señores blancos hace muchos años y no van a ser ellos quienes decidan que el oro pertenece a unos africanos y no a otros”. Lo dice convencido en apariencia. Incluso critica que los congoleños metidos en el negocio ganan más dinero que él. De una manera asombrosa, Patrick se escuda en las líneas de frontera dibujadas durante el colonialismo para establecer a una etnia, y no a una nación, como dueña de ese oro de sangre y que hoy se sabe que se utiliza para financiar al grupo M23 responsable de una fuerte situación de inseguridad en el este de RDC. El oro y el coltán, no lo duda, “pertenece a los tutsis que viven en esta zona”. Llega a referirse a este negocio como uno de índole “familiar”. Concretamente, de quienes descienden de los tutsis huidos de Ruanda durante la represión de 1959 (una antesala al genocidio histórico de 1994) y asentados desde entonces en el este de RDC. Tutsis que también engrosan las filas del M23.

Miembros del Ejército keniano desplegados la semana pasada en Goma, en el este de RDC.Ben CurtisAgencia AP

Aquí se observa un detalle peculiar que debe valorarse: desde que sucedió el genocidio de Ruanda en 1994 se ilegalizó la identificación por etnias en el país africano, sustituyendo a los hutus y los tutsis por cinco categorías que funcionan según el poder adquisitivo de cada individuo. Sin embargo, una conversación con los contrabandistas, o quizás una visita a los tutsis y hutus que viven en República Democrática del Congo, nos muestra que la eliminación de etnias en Ruanda no deja de ser un espejismo acotado, y a duras penas, en su minúsculo territorio nacional. Que los hutus siguen vivos, y los tutsis también, y que las diferencias entre unos y otros continúan pese a lo escrito sobre el papel.

Patrick se encarga de recibir cada martes unos “200 kilos de coltán y entre 10 y 20 kilos de oro” que llegan en el famoso barco de los plátanos. Todo el mundo de aquí sabe lo que transporta el barco de los plátanos. Patrick me presentaría al día siguiente a un hombre que estaba acompañado por seis hombres más y que vendía un surtido variado de marihuana, cocaína y sustancias por determinar en un barco oxidado que sigue amarrado en la bahía de la Brasserie, a 7 kilómetros de Gisenyi. Este traficante de drogas, cuyo nombre nunca llegué a saber, me confirmaría más adelante que el barco cruza cada lunes a las tres de la tarde, a la vista de todos, y no por la noche, ya que “a partir de las siete de la tarde está prohibido navegar por el lago” y resulta más sencillo transportar la mercancía en un momento en que el barco de los plátanos puede cruzarse con las embarcaciones de turistas que visitan Kivu sin enterarse de nada.

800 reclamantes asesinados

Junto con otros, Patrick se encarga de hacer subir el cargamento en unos camiones que se llevarán a Kigali (la capital de Ruanda), desde donde luego embarcarán en aviones a diferentes naciones del mundo. Entre sus declaraciones cabe decir que “se comunican con el Ejército del Congo a un alto nivel” para evitar que los bandidos que pululan por su lado de la frontera les roben el cargamento, y recalca que la solución para que las cosas fluyan consiste en trabajar en RDC como “una cooperativa”. Que su único problema consiste en que “nos caiga un árbol encima”. Y ríe por su ocurrencia.

Pero Patrick está orgulloso de su trabajo y no consiente que nadie le diga lo contrario. Al final, considera un punto positivo que “dan trabajo a cientos de personas” y permiten comercializar todo el excedente de coltán y de oro que sus vecinos del Congo, simplemente, “no pueden exportar debido a su mala logística y su inseguridad”. Los militares ganan dinero, los mineros ganan dinero, los transportistas ganan dinero, los funcionarios involucrados ganan dinero, Patrick gana dinero, Ruanda gana dinero, los tutsis ganan dinero... ¿Quién se iba a quejar? Los 800 muertos que la ONU ha contado entre febrero y junio de 2022 causados por los conflictos del este de RDC no pueden quejarse, eso desde luego. Los muertos no se pueden quejar. Aunque Patrick sí que se queja de que le gustaría ganar tanto dinero como los del lado congoleño.

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