Opinión
La tentación autoritaria del sultán
Turquía no es Rusia. Es el país más extenso de la OTAN por lo que no puede perder su condición democrática
La frágil y golpeada democracia turca está en peligro. La inhabilitación del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, tras ser condenado por insultar a la Junta Electoral es un paso más en la deriva autoritaria iniciada por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, desde su llegada al poder en 2002. El fallo del tribunal se puede recurrir, pero la intención del todopoderoso Partido de Desarrollo y Justicia (AKP) de apartar al principal rival de Erdogan de las urnas es cristalina.
Cuando Ekrem Imamoglu ganó las elecciones municipales en 2019, el presidente Erdogan presionó a las autoridades para que se repitiesen los comicios. El carismático Imamoglu volvió a imponerse en las urnas con una victoria incontestable con la que rompió 25 años de dominio islamista en Estambul. De las cinco ciudades que perdió en esas elecciones, la del Bósforo fue probablemente la que más le dolió al sultán. Es la ciudad en la que creció y en la que se hizo famoso como alcalde hace un cuarto de siglo. El candidato socialdemócrata turco llamó «idiotas» a los funcionarios que acataron las órdenes de Erdogan y retorcieron las elecciones en busca de un resultado favorable. Maniobra estéril.
La semana pasada esos «insultos» le valieron una condena de dos años de prisión y la inhabilitación para ejercer cargos públicos. Ekrem Imamoglu sorteará la cárcel, pero si su apelación no prospera no podrá presentarse a las presidenciales del 2023 contra Erdogan. En los últimos años, el presidente turco y su gobierno de AKP han silenciado la disidencia, han tomado el control del poder judicial y han despojado a la prensa de cualquier resquicio de crítica, limitando por lo tanto lo que queda de democracia en Turquía al ejercicio del voto. Este último rasgo del sistema democrático pende ahora de un hilo. Vetar la participación de la figura más relevante de la oposición turca en unas elecciones supondría un movimiento definitivo hacia un sistema autocrático.
El Estado moderno turco creado por el general Kemal Ataturk desde las cenizas del Imperio Otomano cumple 100 años en 2023. Las elecciones presidenciales son cruciales. Erdogan tiene poco de lo que presumir. En 2010, el presidente turco se comprometió a aumentar el PIB a 2 billones de dólares y situar a la economía entre las diez más dinámicas del mundo, sin embargo, el país está atrapado en el puesto 19. Tampoco ha conseguido sus objetivos de crecimiento. La riqueza del país ha caído de 957.000 millones de dólares en 2013 a 815.000 millones en 2021, según «The Economist». La oposición ve estas elecciones como la última oportunidad para desbancar a Erdogan antes de que se convierta en un Vladimir Putin imposible de relevar democráticamente. La fragmentada oposición todavía no se ha unido entorno a Imamoglu, pero su condena podría catapultar su figura como un candidato de unidad. Turquía no es Rusia. Para empezar este país de 86 millones de habitantes es el más extenso de la OTAN. La condición democrática es un requisito indispensable para un país aliado. Occidente debe utilizar esta palanca para despejar cualquier tentación autoritaria del sultán de acabar con las elecciones libres. O como dijo Mario Draghi tendremos que empezar a llamar a Erdogan como lo que es: un dictador. Y eso tendrá consecuencias profundas.
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