Irán

La cultura y el deporte de élite se rebelan contra el régimen iraní

Los ayatolás mantienen a un futbolista y a un rapero en el corredor de la muerte

Una fan iraní con una camiseta de Mahsa Amini en el Mundial de Qatar
Una fan iraní con una camiseta de Mahsa Amini en el Mundial de QatarDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Cuando todo el mundo tenía la mirada puesta en la final del Mundial de Fútbol de Qatar, reconocidas figuras internacionales de la cultura y el deporte no estaban tan pendientes de la coronación de Leo Messi. «En la final de hoy, solo espero que todo el mundo recuerde que hay un futbolista llamadoAmir Nasr, que está en el corredor de la muerte solo por hablar en favor de los derechos de las mujeres», tuiteó Shakira antes del partido.

Tras participar en las protestas contra el régimen de los ayatolás, el futbolista Amir Nasr-Azadani (26 años) se enfrenta a una probable pena capital. Está acusado de rebelión armada, formar parte de un grupo ilegal que pretende alterar la seguridad nacional, y moharebeh (delito contra Dios). Aunque las autoridades afirman que el deportista confesó haber participado en la muerte de tres policías, fuentes locales contaron a la BBC que el jugador participó en movilizaciones, pero no en la zona donde fallecieron los agentes.

«¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados y mirando hacia otro lado?», se preguntó el futbolista español Marc Bartra. En la misma línea se pronunciaron desde Federación Internacional de Futbolistas (FIFPRO) al mostrarse «conmocionados y asqueados por las noticias de que Amir Nasr-Azadani se enfrenta a la ejecución en Irán tras hacer campaña por los derechos de las mujeres y las libertades fundamentales en su país».

Las protestas desatadas por la muerte de la joven Mahsa Amini –fallecida en custodia de la policía de la moral por vestir inapropiadamente el velo islámico– no pierden tirón. Más de tres meses después de la muerte que despertó la furia de los iraníes, la revuelta de las mujeres sigue exigiendo la caída del régimen islamista que domina el país desde 1979. Según el recuento de Iran Human Rights (Oslo), el 17 diciembre las fuerzas de seguridad ya mataron al menos a 469 personas, y detuvieron a más de 18.000. Además, el régimen ya ejecutó dos penas capitales, y 39 personas están en riesgo de correr el mismo destino próximamente.

Entre los represaliados, hay decenas de deportistas, músicos o actores. El jugador de voleibol Ali Mozaffari murió durante las protestas desatadas en Ghouchan el 21 de septiembre. Al portero de fútbol Mohammad Ghaemifar lo encontraron muerto en Dezful el 22 de septiembre con más de 40 balazos en la cabeza y el cuello. La campeona de escalada Elnaz Rkabi, que participó en una competición en Corea del Sur sin el «hiyab», permanece en arresto domiciliario desde que regresó al país. Al ex capitán y goleador de la selección de fútbol Ali Daei le cerraron un restaurante y una joyería en Teherán por manifestarse a principios de diciembre.

A la indignación internacional mostrada por activistas o políticos, se sumaron un grupo de más de 500 artistas, escritores y académicos que hicieron un llamamiento a boicotear a las instituciones culturales iraníes. Exigen que se vete a Irán de cualquier presencia en eventos mundiales de arte, cultura o educación. Además de condenar «la represión violenta contra el pueblo iraní», los firmantes mostraron su indignación contra los «apologistas del régimen, que emiten inapropiadamente discursos anti-imperialistas para desviar la atención sobre la violencia del Estado contra su gente». En el listado figuran el economista griego Yanis Varoufkis, la filósofa estadounidense Judith Butler, el novelista turco Orhan Pamuk, o el artista visual alemán Hans Haacke.

Previamente, 6.000 artistas iraníes recordaron que sufren una «brutal represión, con secuestros, desapariciones, encarcelamientos, torturas, amenazas de ejecuciones masivas, y múltiples formas de abuso psicológico, físico y sexual». Tres de los firmantes, integrantes de la Asociación Iraní de Escritores, fueron detenidos. A pesar de los obstáculos, este colectivo lleva años publicando obras sorteando la censura, y recientemente más de 60 escritores anunciaron que publicarán sus trabajos sin entregarlos a los censores.

La imagen del rapero Saman Yasin resume el alto precio que está pagando la escena cultural iraní. El joven, de 24 años y de origen kurdo, fue de los últimos en recibir la pena de muerte. Para inculparle, el régimen usó vídeos aleatorios de una persona disparando y de alguien quemando contenedores. Mientras Abolqasem Salavati, conocido como «el juez de la muerte», leía su sentencia por «moharabeh», Yasin ocultó su rostro desesperadamente. Su «delito»: expresar solidaridad con la revuelta de las mujeres en Instagram y rapear contra la opresión y corrupción del régimen.

Los artistas insisten en la importancia de boicotear ciertas galerías iraníes, a las que acusan de «ser un brazo para el lavado de dinero del Gobierno» e «intentar despolitizar a los artistas iraníes». La conservadora Vali Mahlouji, con base en Londres, alerta que incluso miembros de las Guardias Revolucionarias son propietarios de galerías. «Deben ser boicoteadas», insistió. En octubre, un artista anónimo tiñó de rojo las aguas de la fuente Fatemi para recordar que «Teherán se ahoga en sangre» y demostró que la cultura también perdió el miedo al régimen teócratico.