Opinión

El grave paralelismo entre trumpistas y bolsonaristas radicales

Tanto la joven democracia brasileña (nacida en 1985) como el viejo Estado de Derecho estadounidense (1776) padecen una democracia vacilante secuestrada por “hombres fuertes” que, con frases incendiarias, socavan las instituciones públicas y explotan la subcultura política de sus conciudadanos

Combo de fotografías que muestra, a la izquierda, a dos manifestantes pro Trump durante la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, en Washington y a la derecha, la toma de hoy por parte de manifestantes Bolsonaristas en la sede del poder de la república de Brasil, en Brasilia
Combo de fotografías que muestra, a la izquierda, a dos manifestantes pro Trump durante la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, en Washington y a la derecha, la toma de hoy por parte de manifestantes Bolsonaristas en la sede del poder de la república de Brasil, en BrasiliaEFE/ ARCHIVOAgencia EFE

El ataque de miles radicales bolsonaristas contra el centro político de Brasil -Brasilia y las sedes de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial– este domingo recuerda al asalto al Capitolio estadounidense por parte de los partidarios de Donald Trump, hace dos años.

El acto se anunciaba hace semanas, véanse meses. No fue menos impactante y doloroso. El 8 de enero de 2023 pasará a la historia como uno de los días más oscuros de la historia de Brasil. El día en que las principales instituciones democráticas del país fueron asaltadas, invadidas y destrozadas por multitudes de manifestantes de extrema derecha. Un trauma y un reto sin precedentes para la joven república. El desastre se evitó por los pelos porque el Ejército no siguió el movimiento de los radicales.

Durante toda la tarde, los partidarios del expresidente Jair Bolsonaro atacaron los edificios de la Plaza de los Tres Poderes: obras del arquitecto Oscar Niemeyer, símbolo de la democracia y genio modernista brasileño. El Congreso, con sus cúpulas de hormigón, el cubo de cristal del Tribunal Suprema Federal (STF) y el paralelepípedo de mármol del Planalto, lugar de trabajo del jefe del Estado.

Las imágenes recuerdan vívidamente el asalto al Capitolio de hace dos años. Sobre todo porque Jair Bolsonaro y Donald Trumptienen mucho en común.

Bolsonaro y Trump
Bolsonaro y TrumpAlan Santos/Brazilian PresidencyAgencia EFE

El 6 de enero de 2021, una multitud de partidarios de Trump invadió el Capitolio, símbolo del poder, matando a varias personas y empañando permanentemente la imagen de la democracia estadounidense. Casi dos años después de aquel día, este domingo, una marea humana amarilla y verde pro-Bolsonaro tomó el control, durante varias horas, del palacio presidencial, el Congreso y el Tribunal Supremo en Brasilia, la capital brasileña.

Como Trump en su momento, Bolsonaro niega cualquier responsabilidad, condenando, sin firmeza, los actos de sus partidarios, invocando las supuestas degradaciones e invasiones de edificios públicos en 2013 y 2017 por parte de la izquierda.

Si ahora la Justicia debe investigar los fallos de seguridad que permitieron estos saqueos y determinar los responsables, las similitudes entre lo ocurrido en Brasilia y en Washington, dos años antes, se multiplican. Provienen, en primer lugar, de las personalidades de los dos presidentes apoyados por los alborotadores del Capitolio y los de Brasilia.

Durante su mandato, Jair Bolsonaro, el presidente de extrema derecha fue llamado a menudo el “Trump de los trópicos”. Los dos hombres no ocultaban sus buenas relaciones, y sus mandatos estuvieron marcados por comentarios sexistas, racistas y homófobos. Siguiendo los pasos de su amigo estadounidense, durante la campaña presidencial, Jair Bolsonaro y su bando clamaron fraude electoral, cuestionando en particular la fiabilidad del voto electrónico. Al igual que Donald Trump, que nunca reconoció la victoria de Joe Biden, el brasileño guardó silencio durante 40 días tras su derrota, limitándose a hablar de boquilla de la transición a su sucesor. El exJefe de Estado también boicoteó su toma de posesión, negándose a entregar la banda presidencial a Lula, que le derrotó por un estrecho margen en las elecciones presidenciales de octubre.

Tanto en el asalto al Capitolio como en el de Brasilia, fueron los símbolos del poder los que fueron atacados. Las imágenes de los pro-Bolsonaro divirtiéndose en el Senado Federal, la cámara alta del Congreso brasileño, se hacen eco, naturalmente, de las de los alborotadores del Capitolio. Un manifestante se sentó en el escaño del presidente del Senado, un remedo sorprendente de los partidarios de Donald Trump.

Un partidario del Presidente de los Estados Unidos Donald J. Trump se sienta en el escritorio de la Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos Nancy Pelosi EFE/EPA/JIM LO SCALZO
Un partidario del Presidente de los Estados Unidos Donald J. Trump se sienta en el escritorio de la Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos Nancy Pelosi EFE/EPA/JIM LO SCALZOJIM LO SCALZOAgencia EFE

El asalto en Brasilia, que sin duda marcará la política brasileña en los próximos años, resuena especialmente entre los trumpistas. Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, había animado a Jair Bolsonaro a no reconocer los resultados de las elecciones ya en noviembre. Como muestra de los estrechos lazos entre Jair Bolsonaro y su amigo estadounidense, Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente brasileño, fue recibido por Donald Trump poco después de la derrota de su padre. En enero de 2021, Bolsonaro se había negado a condenar el asalto al Capitolio, apuntando a la “falta de confianza” en las elecciones que “llevó a lo que está sucediendo”.

Manifestantes, partidarios del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, rebuscan entre papeles en un escritorio tras irrumpir en el Palacio de Planalto en Brasilia, Brasil
Manifestantes, partidarios del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, rebuscan entre papeles en un escritorio tras irrumpir en el Palacio de Planalto en Brasilia, BrasilEraldo PeresAgencia AP

Tanto la joven democracia brasileña (nacida en 1985) como el viejo Estado de Derecho estadounidense (1776) padecen una democracia vacilante secuestrada por “hombres fuertes” que, con frases incendiarias, socavan las instituciones públicas y explotan la subcultura política de sus conciudadanos. Además de lamentar este espectáculo desastroso par la imagen exterior de Brasil, como demócratas occidentales y europeos, hemos de ser vigilantes con nuestras instituciones y nuestra educación política. Brasilia y Washington no son se epifenómenos, ni mucho menos. Los extremos de izquierda y derecha ganan terreno y, adormecidos por el rechazo y el hastío, los ciudadanos europeos se alejan de la política. Los muros de nuestros parlamentos y ministerios no están a salvo de un asalto a la democracia.