
La Generación Z alza la voz
Protestas juveniles en Madagascar, Camerún y Costa de Marfil
Este fin de semana ha dejado tras de sí una imagen nítida e innegable. La de los jóvenes malgaches, cameruneses y marfileños que se enfrentan a regímenes envejecidos y a sistemas electorales truncados

Tres revueltas en tres países africanos en un solo fin de semana no es una noticia habitual.
Primero, en Madagascar. La protesta juvenil iniciada a finales de septiembre como queja por los cortes constantes de agua y de luz y que ocupaba la Plaza del 13 de Mayo dio un salto cualitativo cuando la unidad militar de élite conocida como CAPSAT anunció que tomaba el control operativo del Ejército e instaló al general Démosthène Pikulas como nuevo jefe militar. El presidente malgache, Andry Rajoelina, denunció por segunda vez en una semana un “intento de toma de poder ilegal y por la fuerza”, mientras que la aerolínea Air France suspendió sus vuelos entre París y Antananarivo por motivos de seguridad. La ONU ha reportado al menos 22 fallecidos desde el inicio de la crisis, aunque es una cifra discutida por el Gobierno.
Segundo, en Camerún. Las tensiones se originaron alrededor de las elecciones presidenciales que tuvieron lugar este domingo. Paul Biya (de 92 años y sujeto al poder durante más de cuatro décadas) busca en ellas un nuevo mandato, y no es de extrañar que la campaña electoral se desarrollara bajo acusaciones de opacidad y con un uso excesivo de la fuerza contra figuras opositoras. Además, Camerún arrastra sin resolver la crisis armada que afecta a sus regiones anglófonas y la lucha contra el terrorismo en el norte del país. La certeza de que las urnas no garantizan una alternativa en el poder actuó como detonante de una serie de movilizaciones protagonizadas por las juventudes urbanitas.
Tercero, en Costa de Marfil. La chispa fue la marcha del sábado en Abiyán contra la candidatura de Alassane Ouattara por un nuevo mandato (sería el cuarto desde su primera victoria en 2010) y contra la inhabilitación de figuras opositoras que se ha registrado a lo largo de los últimos meses. Las fuerzas de seguridad disolvieron la manifestación con gas lacrimógeno y realizaron al menos 237 detenciones, según el Ministerio del Interior marfileño. Los organizadores han denunciado el “cierre del espacio cívico” a dos semanas de las elecciones que tendrán lugar 25 de octubre.
Motivos de fondo
Aunque los detonantes inmediatos de las protestas difieren entre así, las causas de fondo parecen converger, hasta cierto punto. En Madagascar, los jóvenes se lanzaron a la calle como respuesta a la mala calidad de los servicios de agua y de luz, sumados a la subida de precios y la expansión de la corrupción política. Lo que se inició como unas protestas de tipo social ha derivado en una crisis político-militar que comenzó cuando una parte de las fuerzas armadas se alineó con los manifestantes. Eso sí, las semanas previas ya mostraban el deterioro de la situación y la incapacidad del gobierno de contenerla: se ordenaron toques de queda en Antananarivo, se acumularon las denuncias del uso excesivo de fuerza…
En Camerún, la situación de este fin de semana se puede explicar por medio del cansancio institucional y del desgaste político que acumula el país. Tras más de 40 años sufriendo al mismo presidente, una gran parte de la ciudadanía no cree que el proceso electoral produzca alternancia real. De hecho, en las últimas elecciones presidenciales, celebradas en 2018, apenas se registró una participación de un 53% del electorado. Cada proceso electoral supone para la población camerunesa un recordatorio de quién controla los hilos en la nación; un recordatorio que ha pasado a ser, quizás, demasiado insoportable para la juventud del país.
Los acontecimientos en Costa de Marfil se leen como un conflicto de tipo procesal y protagonizado por los cambios legislativos que bordean los límites democráticos del poder. La controvertida candidatura de Ouattara y la exclusión de sus rivales han erosionado la confianza del pueblo en el proceso electoral. Las protestas de este fin de semana discuten en esencia la legitimidad de Ouattara. La respuesta policial fue dura, demasiado, escenificada en esos cientos de arrestos en un solo día. Lo que reforzó la lectura del presidente marfileño como una figura con graves inclinaciones autoritarias.
Puntos en común y posible influencia rusa
Pero las tres situaciones que se han dado en los tres países tienen más aspectos en común, además de las fechas. Tanto en Madagascar como en Camerún y en Costa de Marfil podría decirse que el protagonismo de las protestas recae sobre las juventudes urbanas (la generación Z), que ya han demostrado su sed de cambio en los últimos meses en Kenia, Marruecos y Nepal. Hiperconectados, coordinados a través de los canales de mensajería y de las redes sociales, saben cómo amplificar su mensaje por medio de memes e imágenes virales. Esta juventud contrasta con las élites gobernantes de sus naciones, ancianas, ancladas a un pasado que se diluye y aparentemente insensibles a las necesidades del pueblo.
Otro denominador común y nada desdeñable es el telón de fondo franco-africano. Madagascar, Camerún y Costa de Marfil mantienen lazos estrechos con Francia (son tres antiguas colonias), lo que convierte a París en un blanco recurrente de la indignación popular. Que Air France decidiera cancelar sus vuelos a Madagascar sirve de recordatorio de cómo los conflictos domésticos africanos emiten, antes o después, un eco que llega hasta sus antiguas metrópolis. En este caso, y como ya ha sucedido en los últimos años en Mali, Níger y Burkina Faso, se repite el mantra de indignación de los manifestantes en contra de Francia y de su influencia histórica en sus respectivas naciones. De hecho, los gobiernos de los tres países son considerados afines a Francia; una realidad que aviva todavía más el combustible de la indignación.
La siguiente pregunta lógica es si hay una “mano rusa” en el terreno de la narrativa detrás de las protestas. Es cierto que Francia ha denunciado en repetidas ocasiones (la última fue en junio de 2025) la existencia de operaciones clandestinas dirigida a francófonos africanos y que utiliza contenidos generados por IA para influir en las conversaciones públicas, en campañas “probablemente dirigidas desde Moscú”, según el organismo gubernamental Viginum. El objetivo sería el de erosionar la imagen de Francia y de sus aliados en África.
Una investigación de Al Jazeera documentó en marzo de 2025 la existencia de “reporteros fantasma” (identidades inexistentes) que difundían propaganda prorrusa y antifrancesa en diferentes medios y plataformas de África Occidental y Central. El trabajo describe redes de contenido que simulan pluralidad informativa y que reciclan mensajes de agencias rusas para insertarlos en el debate público local. El medio británico LBC publicó este mes de octubre una investigación titulada “Ivory Coast is Russia’s new target in West Africa” (Costa de Marfil es el nuevo objetivo de Rusia en África Occidental), que afirma que se han producido olas de desinformación vinculadas a Rusia y sus afiliados con el objetivo de desestabilizar Costa de Marfil y sus relaciones con Francia.
Madagascar tampoco es terreno virgen para ese tipo de injerencia informativa: diversos medios, incluyendo LA RAZÓN, investigaron las elecciones de 2018 y hallaron pagos y maniobras de consultores vinculados al entorno de Yevgeny Prigozhin destinadas a moldear el resultado electoral.
En resumen, puede decirse que lo que se observa hoy no es una causalidad directa (Rusia no provoca estas protestas), sino un trabajo de fondo. Moscú aprovecha agravios reales (fallos de servicios, exclusión electoral, longevidad presidencial) para inscribirlos en una narrativa antifrancesa y prorrusa que se mueve con fuerza en el espacio francófono africano. Esa guerra de relatos no sustituye a las dinámicas locales, que son las que explican por qué la gente salió a la calle este fin de semana en Antananarivo, Duala o Abiyán, pero sí condiciona cómo se perciben las diferentes crisis y con qué soluciones se fantasea. Desde la expulsión de influencias occidentales hasta la búsqueda de nuevos tutores.
Este fin de semana ha dejado tras de sí una imagen nítida e innegable. La de los jóvenes malgaches, cameruneses y marfileños que se enfrentan a regímenes envejecidos y a sistemas electorales truncados. Y todo ello ocurre en un campo informativo cada vez más contaminado y donde se juega buena parte de la gobernabilidad de las naciones implicadas.
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