EE UU

El bloqueo de la Cámara de Representantes marca el segundo aniversario del asalto al Capitolio

Los republicanos se muestran incapaces de elegir al “speaker” a pesar de tener la mayoría en la Cámara Baja

Insurrección en el Capitolio de Estados Unidos.05/01/2023
Insurrección en el Capitolio de Estados Unidos.05/01/2023MARK FINKENSTAEDT / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTOMARK FINKENSTAEDT / ZUMA PRESS /

Se cumplen dos años de uno de los episodios más oscuros de la democracia estadounidense, el asalto al Capitolio. Muchas de las personas que atacaron el Congreso aquel 6 de enero de 2021 se encuentran en la cárcel, sin embargo, sus mismos reclamos aún se pueden escuchar en la sede del Legislativo. Hace hoy dos años, un proceso puramente burocrático, la ratificación de los resultados electorales, derivó en el primer asalto contra el Congreso de EEUU desde tiempos de los británicos mostrando así al mundo la polarización que se ha enquistado en el país recientemente. El tiempo ha pasado, pero el resquemor y el caos que marcaron ese 6 de enero de 2021, siguen instalados en los pasillos del Congreso.

La prueba más clara de ello, está siendo el sainete que a lo largo de esta semana viene ofreciendo el Partido Republicano en la Cámara de Representantes, incapaz de elegir a un presidente de la cámara a pesar de contar con una mayoría suficiente. Todo debido a desavenencias internas, que han llevado a cinco legisladores a cerrarse en banda a la posibilidad de que Kevin McCarthy acabe haciéndose con el cargo, a pesar de contar con el apoyo de gran parte de la formación.

A este puñado de congresistas, que coinciden en rechazar la legitimidad de las presidenciales de hace dos años, se han acabado sumando otros republicanos, unos veinte en total, haciendo que la situación haya entrado en un punto muerto sin visos de solución a corto plazo.

Polarización

Estas desavenencias son ahora el reflejo –y hace dos años el motor- de la polarización que sufre Estados Unidos, producto, según los expertos, de las campañas de desinformación y de un discurso político cada vez más incendiario.

En torno al 20,5% de los estadounidenses creen que “en general” el uso de la violencia está “a veces justificado”, según un sondeo de la firma Ipsos, divulgado el pasado mes de julio, en base a unas 8.500 consultas realizadas por todo el país.

Tras las elecciones presidenciales del 2020, los bulos sobre un posible fraude electoral llevaron a miles de estadounidenses, incluidos grupos paramilitares como los Oath Keepers y los Proud Boys, a darse cita en Washington ese ya histórico 6 de enero de 2021. Y fue un discurso del entonces presidente Donald Trump el que motivo a cientos de ellos a dirigirse al Capitolio y “luchar como demonios” para evitar la ratificación de Biden.

“Increíble por lo que tenemos que pasar, y tener que hacer que tu gente luche. Si ellos no luchan, tenemos que eliminar a los que no luchan”, arengó Trump a sus seguidores en aquel controvertido discurso, frente al Capitolio.

Cinco personas fallecieron a causa del asalto. Este miércoles, el fiscal general de EE UU, Merrick Garland, informó que más de 950 personas han sido arrestadas por su participación en los hechos, algunos se enfrentan a cargos como conspiración o sedición, que podrían acarrear penas de hasta veinte años de cárcel.

Grietas en el Partido Republicano

Tras el incidente, parte del Partido Republicano optó por darle la espalda a Trump. Algunos legisladores, tanto congresistas como senadores, votaron a favor de su destitución durante un fugaz proceso de “impeachment”.

Desde el lado demócrata, son muchos los legisladores que tras el asalto expresaron su negativa a trabajar con sus rivales que, desde su punto de vista, habían incluso puesto en peligro sus vidas.

“Ni siquiera me sentía segura junto a otros miembros del Congreso”, llegó a decir la demócrata Alexandria Ocasio-Cortez tras el asalto, en un mensaje de Instagram.

Tras el fallido juicio político, se abrió una investigación por parte de una comisión independiente, coliderada por una de las más acérrimas detractoras del entonces presidente, Liz Cheney. La investigación concluyó que el asaltó se debió a “un solo hombre” –Trump– y recomendó abrir un proceso criminal contra él.

Pero la ya excongresista, durante una de las audiencias, celebrada en junio, fue más allá al poner en duda la actuación de su propio partido, en el que el apellido Cheney es toda un institución: “Habrá un día en que Donald Trump ya no esté, pero vuestra deshonra permanecerá”.

La “mini-revolución” republicana

Apenas dos años después, la mayoría de esas voces republicanas críticas con el ‘trumpismo’ ya no sigue en el Congreso. Algunos optaron por retirarse, otros perdieron sus primarias contra candidatos más radicales, muchos de los cuales después acabaron siendo derrotados en las legislativas de noviembre del año pasado.

Esa tendencia, además, acabó con las esperanzas republicanas de hacerse con un cómodo control de ambas cámaras del Congreso frente a un Partido Demócrata liderado por un presidente Biden cuya popularidad se encontraba bajo mínimos, debido a los altos precios o la crisis migratoria en la frontera sur, entre otras causas.

En cualquier caso, Biden decidió tomar parte en la campaña electoral, haciendo hincapié, ante todo, en que la propia democracia estaba en juego. El mandatario apostó por un mensaje de unidad, frente a la hostilidad que se vivía en el seno de la oposición. “Parece que el Partido Republicano está intentando identificar qué es aquello que defiende y está en medio de algo así como una mini-revolución”, dijo en mayo desde la Casa Blanca.

Finalmente, el Partido Republicano apenas pudo hacerse con el control de la Cámara Baja, y por una escasa mayoría de diez escaños frente a un total de 435. El Senado, seguirá en manos demócratas, y con un escaño más que hasta ahora.

Y es por eso que ahora McCarthy parece encontrarse en un callejón sin salida, incapaz de ganarse la confianza del ala más conservadora de su partido, el llamado Caucus de la Libertad, sin arriesgarse a perder el apoyo de los republicanos más tradicionales.

Esto ha provocado un impasse inédito en cien años, que hasta el momento ha impedido al nuevo Congreso juramentarse y, por lo tanto, permanece paralizado. Los futuros congresistas aún no pueden acceder a sus cuentas de correo, ni a sus despachos; no se pueden conformar comités, ni tan siquiera aprobar las normas que regirán la cámara durante los próximos dos años. Se ven fumadores en los pasillos, periodistas y legisladores comparten imágenes inéditas del interior de la Cámara Baja. En fin, un caos.

“Es un limbo muy extraño”, reconocía a los periodistas la demócrata Madeleine Dean el miércoles. “Nos estamos aferrando a los precedentes”.