
Análisis
El Apocalipsis ya tiene nombres: Skyfall, Poseidón y misiles hipersónicos
Los nuevos misiles hipersónicos envenenan cualquier futuro control de armas porque no encajan en las definiciones clásicas. Sustituyen la disuasión racional por la disuasión mediante el terror y la incertidumbre

Durante décadas, la estabilidad global se cimentó, paradójicamente, sobre el axioma más aterrador de la Guerra Fría: la Destrucción Mutua Asegurada (MAD). Su lógica era brutal: ningún actor racional iniciaría un ataque nuclear, porque sabía con absoluta certeza que la represalia del adversario sería igualmente devastadora. La "mutua" era la garantía; la "destrucción" era el precio.
Este equilibrio del terror funcionaba porque presuponía dos cosas: actores racionales y vectores de ataque predecibles. Los misiles balísticos (ICBM) dibujaban arcos parabólicos en el cielo, detectables, rastreables y, en teoría, interceptables. Esa era ha terminado.
Occidente, y específicamente Estados Unidos, se enfrenta hoy a una realidad estratégica descarnada: está perdiendo, si no ha perdido ya, la carrera tecnológica de las armas de última generación.
Rusia, China, Irán y Corea del Norte ya poseen y perfeccionan la tecnología de misiles hipersónicos. Occidente, de momento, no. ¿Qué define a estas armas? No es solo su velocidad pura, es la letal combinación de esta con la maniobrabilidad. Hablamos de velocidades de pesadilla: Mach 15 en prototipos iraníes, hasta Mach 20 (veinte veces la velocidad del sonido) en algunos modelos rusos. A esa velocidad, un misil puede cruzar el Atlántico en menos de 20 minutos.
Pero el verdadero salto cuántico es su trayectoria: a diferencia del arco predecible de un ICBM, un misil hipersónico vuela dentro de la atmósfera y puede maniobrar en pleno vuelo. Zigzaguea. Es un fantasma en los radares. El resultado es que nuestros escudos antimisiles más avanzados —Patriot, THAAD y el sistema naval AEGIS—, diseñados para interceptar "balas" balísticas, son hoy, en el mejor de los casos, deficientes. En el peor, y más probable, trágicamente inútiles.
La mutación estratégica
Este desequilibrio hipersónico fue solo el preludio de una mutación estratégica mucho más profunda y peligrosa. Rusia ha convertido en realidad doctrinas que parecían salidas de la literatura de ciencia ficción.
El misil de crucero 9M730 Burevestnik (Skyfall) y el vehículo submarino Poseidón (Kanyon) no son simples programas técnicos: son sistemas de armas estratégicos que inauguran una nueva era de gravísimo riesgo de escaladas bélicas. Llegan en un momento en que la tensión y la multiplicidad de conflictos amenazan con desbordarse de manera verdaderamente incontrolable.

Lo que antes se discutía en términos de modernización —mejores misiles, mejores radares— hoy empuja la lógica de la disuasión más allá de los límites conocidos, con un único fin: desbordarla. La nueva era se define por la propulsión nuclear de misiles y drones submarinos, una autonomía prácticamente ilimitada y perfiles de ataque diseñados para quebrar toda predictibilidad.
Burevestnik: el “Chernóbil Volador” imprevisible
El primer pilar de esta nueva doctrina es el misil de crucero 9M730 Burevestnik, designado por la OTAN como SSC-X-9 Skyfall. Su presentación por Vladímir Putin en 2018 no fue una bravuconada; fue el anuncio solemne de un salto cualitativo en la estrategia rusa. Solo los expertos y las publicaciones especializadas analizaron de inmediato los enormes riesgos que se cernían sobre la paz mundial.
El Burevestnik no es un ICBM. Es un misil de crucero propulsado por un reactor nuclear compacto. Esta combinación le confiere dos atributos que rompen el tablero estratégico:
- Alcance ilimitado: teóricamente, puede volar durante días, circunnavegando el globo.
-Vuelo furtivo: vuela a muy baja cota, "lamiendo" el terreno para ocultarse bajo el horizonte radar, zigzagueando y atacando desde ángulos completamente impredecibles.
El objetivo del Burevestnik no es un primer golpe (First Strike). Su diseño es mucho más siniestro: es el arma del segundo golpe letal (Lethal Second Strike). Su función es garantizar la represalia, desbordando y saturando cualquier defensa existente. Está concebido para sobrevivir a un intercambio masivo de ICBMs, quizás siendo lanzado preventivamente para permanecer en vuelo perpetuo, esperando coordenadas, y golpear centros de mando supervivientes días después del ataque inicial.
Esta es la "disuasión de segunda generación": ya no confía en la racionalidad de MAD, sino en la disuasión por saturación estratégica y desgaste psicológico.
El precio técnico y ambiental es brutal. Su reactor le ha granjeado el apelativo de "El Chernóbil volador", debido al riesgo de contaminación si fallase o se estrellase. Su historial de pruebas ha sido problemático, con incidentes letales que subrayan su poca fiabilidad. Aun así, desde la óptica de Moscú, cumple su propósito de sacar pecho geopolítico.
Poseidón: el “Asesino de Flotas” y la tercera andanada
Si el Burevestnik redefine la amenaza aérea, el súper dron submarino 2M39 Poseidón (Kanyon) redefine la guerra naval y la destrucción costera. Esto no es una invención de guionistas; es un arma con capacidades apocalípticas.
La gran obsesión de los estrategas estadounidenses durante la Guerra Fría fue el "Carrier Killer", un arma capaz de neutralizar su activo más valioso: el portaaviones. Para espanto de los estrategas occidentales, la pesadilla se ha hecho realidad, pero magnificada. El Poseidón no es un "Carrier Killer"; es un "Fleet Killer", un asesino de flotas.
Se trata de un vehículo submarino no tripulado (UUV) —un "súper torpedo"— de propulsión nuclear, armado con una cabeza nuclear de varios megatones. Sus prestaciones declaradas son aterradoras:
-Velocidad: hasta 70 nudos (más de 130 km/h) más rápido que el más veloz de los torpedos.
-Profundidad: operativo hasta 1.000 metros.
-Alcance: prácticamente ilimitado.
Lanzado desde un submarino nodriza como el K-329 Belgorod (capaz de portar seis), el Poseidón viaja a profundidades y velocidades donde la detección y la interceptación son casi imposibles.
Su objetivo no es un barco, sino la represalia garantizada contra objetivos costeros: bases navales, puertos y grandes ciudades. Su lógica es la misma que la del Burevestnik: eludir por completo la arquitectura defensiva de EE UU. No puede ser interceptado en el aire porque viaja bajo el agua.
Se ha hablado de su capacidad para generar "tsunamis radiactivos". Conviene tomar esta retórica con cautela. La devastación se concentraría más en la destrucción directa del litoral y la infraestructura portuaria que en un tsunami al estilo de Hollywood, pero las consecuencias serían igualmente devastadoras.
El Poseidón multiplica las vías del "daño inasumible", multiplica el terror psicológico y desnuda las vergüenzas de la vulnerabilidad costera. Doctrinalmente, es un arma de "segunda" o incluso "tercera andanada". La función del Poseidón es rematar la capacidad de recuperación del adversario, asegurando que, aunque EE UU sobreviviera al primer ataque, sus costas y su economía marítima serían aniquiladas.
La nueva geoestrategia: Saturación, China y el fin de los Tratados
La suma de Burevestnik y Poseidón no produce una superioridad rusa automática. Produce una mutación de la disuasión. Ya no es la clásica MAD; es la disuasión por saturación: multiplicar los canales de ataque y de incertidumbre hasta desquiciar sensores, algoritmos y cadenas de mando.
Estas armas marcan el fin de la MAD como la entendíamos. La MAD presuponía transparencia (tratados como START o SALT) y previsibilidad. El Burevestnik y el Poseidón son, por diseño, indetectables e incontables. Envenenan cualquier futuro control de armas porque no encajan en las definiciones clásicas. Sustituyen la disuasión racional por la disuasión mediante el terror y la incertidumbre.
Este escenario se complica exponencialmente al incluir a China. Pekín también busca su propia capacidad de segundo golpe letal, pero enfrenta un problema geográfico que define toda su estrategia militar: Taiwán.
La obsesión de China por Taiwán no es solo nacionalismo; es una necesidad geoestratégica vital. La plataforma continental china es de muy poca profundidad. Es un martirio para sus submarinos nucleares balísticos (SSBN), que son fácilmente detectables mientras navegan cientos de millas para alcanzar aguas profundas donde ocultarse. Justamente, la costa oriental de Taiwán ofrece lo que China continental no tiene: acceso inmediato a aguas profundas.
Controlar Taiwán significa, para Pekín, liberar su flota de SSBN y garantizar su propia capacidad de primer y segundo golpe.
Nos encontramos, por tanto, ante la tormenta perfecta. Occidente se ha quedado estratégicamente rezagado, aferrado a sistemas de defensa obsoletos. Rusia ha desplegado armas apocalípticas de segunda generación que hacen irrelevantes dichos escudos. Y China está dispuesta a arriesgar una guerra total por el único activo geográfico, Taiwán, que le falta para proteger su capacidad de ataque.
Límites técnicos y la respuesta occidental imperativa
Conviene subrayar los límites antes de conceder a estas tecnologías un poder absoluto. La fiabilidad es el talón de Aquiles de Moscú.
-Fiabilidad y seguridad: un sistema de represalia debe ser robusto. Las pruebas fallidas sugieren que ambos sistemas están plagados de serios problemas de ingeniería. Hoy por hoy, los submarinos balísticos (SSBN) siguen siendo la plataforma más fiable para el segundo ataque.
-Mando y control: mantener enlaces seguros con un misil que vuela días o un dron que navega en silencio plantea retos inmensos en un ambiente de guerra nuclear (caos en comunicaciones), si bien pueden ser preprogramados.
-Vulnerabilidad Prelanzamiento: Si no están ya en patrulla, las plataformas y cadenas de suministro que sostienen estos sistemas son físicas, localizables y pueden ser neutralizadas en tierra.
En suma: Burevestnik y Poseidón añaden una pica asimétrica al tablero, pero no sustituyen a los instrumentos tradicionales de disuasión. Su impacto inmediato es político y psicológico, aunque su impacto estratégico es indudable si sobreviven al primer ataque.
La reacción occidental no puede ser puramente militar; debe articularse en tres vectores:
-Tecnológico-defensivo: dar prioridad a redes de sensorización seabed-to-space (del lecho marino al espacio): hidrófonos, fusión de datos, UUV interceptores y vigilancia ASW (Guerra Antisubmarina) de nueva generación.
-Diplomático y legal: Impulsar marcos de transparencia que incorporen estas nuevas categorías de armas (UUV nucleares, misiles de crucero de propulsión nuclear) a futuros acuerdos.
-Resiliencia societaria: reforzar puertos, diversificar cadenas logísticas y descentralizar infraestructuras críticas para reducir la dependencia de nodos vulnerables.
Conclusión: la Normalización del tabú
Burevestnik y Poseidón no inventan la destrucción garantizada; reinventan las vías posibles de su ejecución. Lo más peligroso no es tanto la tecnología en sí como la normalización política de vectores que antes eran impensables.
Rusia exhibe una capacidad disuasoria ampliada cuyo valor real es estratégico y psicológico. El Apocalipsis tiene nuevos nombres. Se llaman Skyfall, Poseidón e Hipersónicos. Y no son ciencia ficción.
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