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«Aquí siempre serás extranjero»
LA RAZÓN concluye su viaje con los inmigrantes a Alemania con una visita a varios refugiados llegados años atrás. Ahora al menos tienen un futuro, pero la vida no es fácil.
«Trajimos mano de obra y vinieron personas», dijo el autor germano Max Frisch sobre la llegada a Alemania de miles de turcos tras la Segunda Guerra Mundial, que vinieron a trabajar pero también quisieron iniciar una nueva vida. Lo mismo sucede con la actual crisis migratoria. El Gobierno ha anunciado que puede acoger a unos 500.000 refugiados al año, pero Alemania ha sido destino de la emigración desde hace años.
Después de llegar a Berlín o Múnich, se reparten por todo el país. Vamos a Dresde, a pocos kilómetros de la capital alemana, para hablar con varios de los que ya han echado raíces aquí. «Queremos estudiar y construir una vida aquí», asegura Salam Daish, un joven sirio cuya familia fue una de las primeras en entrar a Alemania en 2013, cuando el Ejecutivo puso en marcha varios programas de acogida en los que los aspirantes ya arreglaban los papeles antes de partir de Siria. «Vinimos en avión desde Estambul», cuenta Salam sobre su viaje, «y fuimos recibidos en el aeropuerto por una comitiva. Parecía una celebración». Nada comparado con la odisea que atraviesan los recién llegados ahora.
Tanto él como su hermana, Noor, terminaron hace unos meses un curso de alemán básico –pagado por el Gobierno–, imprescindible para entrar a la Universidad o acceder al mercado laboral. Su familia vive en un apartamento, también concedido por el Estado, y reciben unos 800 euros al mes. Ésos son los derechos como asilado que establece el Reglamento de Dublín y que, por falta de recursos económicos, algunos países como Grecia incumplen. Salam quiere acabar sus estudios de Economía y Noor, empezar la carrera de Derecho. Ninguno quiere volver a Alepo, su ciudad de origen, «aunque la guerra termine». Para Salam, «la guerra destruye casas y mata a personas, pero también destruye tu pasado. Ya no tenemos nada que nos ligue a Siria». En ese sentido, Stivel, cristiano iraquí, asegura que «con el tiempo te distancias de tu país, pero aquí siempre serás extranjero. Al final sientes que no perteneces a ninguna tierra».
Para él, «Alemania es un paraíso comparado con la amenaza que sufrimos en nuestros países», pero lamenta la carga de «ser refugiados antes que personas»: «Esa etiqueta la sientes tanto en la Administración, como en la calle y hasta en las relaciones personales, y nunca te la vas a quitar. Al cabo de un tiempo es duro vivir con eso». Asimismo, «en este país es todo un proceso inamovible: primero aprender alemán, luego trabajar y luego tener una familia». Para Stivel, que finalizó los estudios de Educación Física en Irak, «empezar de cero, volver a estudiar en una escuela... te hace sentir como un niño mantenido».
Stivel vino solo y dejó a toda a su familia en Mosul, «porque sólo había dinero para un viaje». Esto fue en 2012, mucho antes de la aparición del Estado Islámico. «La vida en Irak ya era complicada para los asirios –cristianos–, siempre fuimos perseguidos por cualquiera de los regímenes», explica. Los cristianos de Irak, junto con los sirios, están especialmente protegidos en Alemania. Más complicado para obtener asilo lo tienen los afganos. Por eso, algunos se hacen pasar por cristianos e incluso se cambian el nombre. El proceso de reconocimiento, sin embargo, es eterno. Los hermanos Danial –antes Mohamed– y Elham Mahdi llegaron a Dresde hace cinco años. El resto de su familia llevaba aquí desde 2004.
Sin medios para vivir
«No teníamos dinero para venir todos, ni tampoco hubieran dado asilo a una familia tan numerosa», cuenta Danial, «por eso pasamos seis años separados». Danial y Elham viajaron desde Afganistán a Irán y luego a Turquía para cruzar a pie hasta Grecia, cuando todavía no existía la valla en la frontera terrestre. Una vez en tierras germanas, pasaron seis meses en un campo de refugiados hasta que obtuvieron el estatus de refugiado, «algo imposible si nuestra familia no hubiese estado aquí», aunque «no sin antes pasar infinidad de entrevistas exhaustivas, casi una tortura psicológica, porque no puedes contradecirte», concluye. Para el resto, paquistaníes y africanos entre otros, lograr el reconocimiento de asilo es casi imposible. El trayecto de la mayoría de los sirios acabará a la larga con final feliz. Los demás compañeros de travesía estarán destinados a clandestinidad o terminarán deportados.
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