Política

Conflicto Israel-Palestina

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El 10 de mayo de 1994 en Johanesburgo Nelson Mandela juraba como presidente y acababa con el Apartheid en Sudáfrica. Ese día, su primera reunión de trabajo aglutinó por primera vez a un presidente israelí y a un dirigente palestino. Al encuentro acudió un Yaser Arafat tocado con su sempiterna kufiya, de uniforme militar y con un fusil al hombro, recuerda a Efe el entonces embajador israelí en la capital sudafricana Alón Liel.

Al verle aparecer, el presidente israelí Ezer Weizman le dijo: "Soy general del Ejército israelí y no me intimidan las armas, pero si vienes a hablar conmigo de paz: ¿por qué acudes con un rifle?".

El líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) argumentó que el jefe de la Policía en Johanesburgo le había advertido de amenazas contra su vida y que traía el arma para defenderse.

La cita, que se produjo ocho meses después de la firma en Washington de los Acuerdos de paz de Oslo, se prolongó durante tres horas en un ambiente amigable, rememora Liel, que subraya sus gestos, el lenguaje corporal de cercanía y su sonrisa.

Acabada la cita, Weizman le pidió al diplomático israelí que le pusiera en contacto con el responsable de la Policía local al que preguntó sobre esas amenazas contra Arafat. Éste le contestó que desconocía de lo que le hablaba.

"Tras el encuentro, un líder de la comunidad judía sudafricana nos comentó que Arafat había acudido a una mezquita y defendido que se llevara a cabo la 'yihad' (guerra santa) contra Israel", revela Liel aún recordando el asombro que le causó tal acusación, certificada después al escuchar una grabación en la que, efectivamente, el líder palestino pedía combatir al Estado judío.

Liel, que volvió a reunirse en varias ocasiones con el histórico líder palestino como responsable del Ministerio de Economía o asesor de Ehud Barak, sostiene que en la izquierda entusiasta israelí "tendimos a hacer oídos sordos al problema del que durante años se habló: el doble discurso de Arafat".

Arafat, un anfitirión impecable

Del hombre, destaca su carisma, que era extremadamente amigable y un anfitrión impecable, llegando incluso a llenar hasta rebosar los platos de los comensales que tenía a mano, y al concluir cada encuentro abrazaba y "casi besaba"a sus invitados.

Arafat, al igual que lo hace hoy su sucesor, Mahmud Abás, era consciente de la necesidad de documentar las reuniones y aunque fueran a puerta cerrada y pocos los interlocutores, le gustaba hacerse una foto "quizá para dejar constancia del encuentro"en una época donde las redes sociales eran una quimera y las instantáneas verdaderos retratos de lo acontecido.

Su humor, sino cinismo también era plausible.

Así, en un encuentro en el que Liel fue invitado a Gaza junto a su ministro Yosi Beilin, en el que participaron del lado palestino Nabil Shaat, y Saeb Erekat, Arafat les dio una manzana para que se la entregaran a Ariel Sharón, entonces líder de la oposición, que se había declarado en huelga de hambre frente a la oficina del primer ministro israelí en protesta por el proceso de Oslo.

Pero esos años de relativo entusiasmo pronto quedaron atrás y al concluir el último proceso negociador que lideró Arafat, el de Camp David (julio de 2000), su actitud, según la entienden los interlocutores israelíes, giró 360 grados.

"Se trató de un punto de no retorno y a pocas semanas de comenzar la Intifada entendimos que volvía a la lucha armada, que lo habíamos perdido", afirma el diplomático, que dirigió el Ministerio de Exteriores entre 2000 y 2001.

El analista Amos Harel del diario "Haaretz"se pregunta si Arafat intentó sinceramente hacer la paz, o el proceso de Oslo fue siempre una trampa de difícil salida.

"Historiadores y políticos analizarán esta cuestión durante años. Lo que está claro es que nunca abandonó el terrorismo como herramienta para alcanzar sus objetivos nacionales y personales", destaca en un artículo, en el que traza comparaciones con Abás

Pese a las críticas en Israel sobre sus últimas declaraciones subidas de tono o gestos, su sucesor sale bien parado para Harel, pues hasta la fecha ha defendido una resistencia no violenta contra la ocupación israelí.

Por su parte, David M. Weinberg defiende en "Israel Hayom", medio afín al primer ministro, Benjamín Netanyahu, que Abás está siguiendo precisamente la senda dejada por Arafat y su doble mensaje.

"Durante más de una década se nos dijo que Mahmud Abás era el líder palestino más razonable que los israelíes podíamos esperar, que era un interlocutor de paz, moderado", escribe.

"Israel sufrió de manera similar con Yaser Arafat durante el proceso de Oslo",sostiene el articulista y asevera que "el mismo proceso patético se repite con Abás. Su extremismo está siendo ignorado, su obstruccionismo subestimado y sus críticos peligrosamente desacreditados".