OTAN vs Rusia

Así es el ejército de la OTAN, ¿es más potente que el de Rusia?

La fortaleza de la OTAN, cimentada en un gasto billonario, choca con la realidad del equilibrio nuclear y un liderazgo estadounidense que, al pausar la ayuda a Ucrania, mira más a sus fronteras que al este de Europa

El general Pardo de Santayana con el equipo de verificación de la OTAN
El general Pardo de Santayana con el equipo de verificación de la OTANEMAD

La gran paradoja del poder en el siglo XXI se escenifica en la confrontación latente entre la OTAN y Rusia. Sobre el papel, el pulso parece resuelto antes de empezar. La Alianza Atlántica, una coalición de 32 naciones forjada en la lógica de la Guerra Fría, representa una maquinaria bélica sin parangón en la historia moderna. La fuerza combinada de la Alianza, con más del doble de efectivos en activo que Rusia (3,44 millones frente a los 1,5 de Rusia), proyecta una imagen de dominio convencional abrumador. Sin embargo, esta superioridad numérica, aplastante en todos los frentes, no se traduce en una política exterior agresiva, sino en una estrategia de contención y disuasión que revela las complejas aristas del poder militar contemporáneo.

En efecto, si la guerra fuera un simple ejercicio aritmético, el resultado sería indiscutible. La OTAN despliega una fuerza aérea que supera las 22.000 aeronaves, frente a las menos de 5.000 de Moscú. En tierra, la desproporción continúa con más de 11.400 carros de combate principales, más del doble de los que se atribuyen a las fuerzas armadas rusas. Esta balanza se inclina aún más al analizar el músculo financiero que sostiene a ambos contendientes: el gasto militar conjunto de los aliados roza los 1,47 billones de dólares, una cifra que ridiculiza el presupuesto de defensa del Kremlin y evidencia una apabullante superioridad material.

Sin embargo, la verdadera fortaleza de una alianza militar no reside únicamente en la suma de sus arsenales, sino en su capacidad para actuar como un organismo único y cohesionado. Este es, precisamente, el mayor desafío para la OTAN. Sincronizar las doctrinas, los idiomas y los equipos de 32 ejércitos distintos es una proeza logística y política que se ensaya sin descanso en maniobras como Allied Spirit 24. Un informe de Defense News subraya que el ingente esfuerzo inversor, simbolizado en el objetivo de destinar el 2% del PIB a defensa —una meta que Polonia ya supera al dedicar el 4,12%—, busca ante todo la estandarización, un pilar esencial para garantizar la compleja coordinación de fuerzas en un conflicto sostenido. La interoperabilidad es clave, y por ello el poder militar europeo busca aumentar su capacidad con armas estadounidenses, especialmente en el campo de los sistemas autónomos.

Del poder convencional al jaque mate nuclear

A pesar de esta formidable ventaja en el plano convencional, existe un ámbito donde la balanza se equilibra de forma drástica, alterando por completo la ecuación estratégica. En el terreno nuclear, la distancia entre los dos bloques se desvanece. En el terreno nuclear, la ventaja convencional se anula. Según estimaciones del SIPRI, Rusia y las potencias atómicas de la OTAN mantienen arsenales de tamaño comparable, lo que crea un delicado equilibrio estratégico. Este empate técnico constituye el gran ecualizador estratégico, el factor que transforma cualquier agresión a gran escala en un escenario de destrucción mutua asegurada y explica la cautela de Occidente. Este equilibrio dinámico obliga a las potencias aliadas a una constante modernización de sus vectores estratégicos, como demuestra la construcción del submarino nuclear más avanzado en la historia del Reino Unido.

Por ello, el verdadero corazón de la OTAN no es un sistema de armas, sino un compromiso político: el Artículo 5 del Tratado de Washington. Este precepto, que consagra el principio de defensa colectiva, es la piedra angular de la Alianza. La certeza de que una agresión contra Estonia o Portugal desencadenaría una respuesta militar de Estados Unidos, un mensaje que la propia organización reitera en sus comunicados oficiales, es la base de su poder disuasorio. Fue esta garantía de seguridad la que impulsó su expansión desde los 12 miembros fundadores en 1949 hasta los 32 actuales tras la reciente incorporación de Suecia.

Asimismo, este delicado equilibrio se está poniendo a prueba en tiempo real en Ucrania, que se ha convertido en un campo de pruebas real para la determinación y la cohesión de la Alianza. El conflicto ha demostrado la capacidad occidental para sostener a un país tercero con un flujo masivo de ayuda, como los 64.600 millones de euros en apoyo militar proporcionados por Estados Unidos hasta mediados de 2025. No obstante, la pausa en la ayuda norteamericana que se inició en marzo de este año ha sembrado serias dudas sobre la sostenibilidad del esfuerzo y la solidez del consenso político a largo plazo, revelando las fisuras internas que Moscú busca explotar. Este desafío logístico es inmenso, y de hecho crece la preocupación por el suministro de sistemas clave como los misiles Patriot, vitales para la defensa aérea de Ucrania.

Rusia no está sola

De hecho, la guerra ha servido también para trazar las líneas rojas de la organización. La OTAN ha dejado claro que Ucrania no podrá ingresar en sus filas mientras el conflicto permanezca activo, una decisión prudente para evitar una escalada que conduzca a un enfrentamiento directo con Rusia. Esta cautela demuestra que, si bien el apoyo a Kiev es firme, la Alianza gestiona los riesgos con un pragmatismo absoluto, consciente de las consecuencias catastróficas de una guerra abierta contra una potencia nuclear. La unidad, por tanto, se muestra robusta en la defensa, pero mucho más vacilante a la hora de proyectar poder más allá de sus fronteras.

Para complicar aún más el panorama global, el tablero estratégico ya no es un duopolio. La irrupción de nuevos actores, principalmente China, está redefiniendo el equilibrio de poder. El panorama global se complica con el rápido crecimiento del arsenal nuclear de Pekín, que se está convirtiendo en un tercer polo de poder capaz de alterar los cálculos de disuasión tradicionales.

En definitiva, la pregunta sobre quién es más poderoso carece de una respuesta simple. La OTAN posee una ventaja económica y convencional incontestable, pero su fuerza depende de una unidad política que puede ser frágil y está sujeta a los debates de 32 parlamentos. Rusia, por su parte, compensa su inferioridad material con un formidable arsenal nuclear y una voluntad de acción centralizada y ágil. El resultado es un delicado equilibrio de fuerzas, una paz tensa garantizada no por la superioridad de uno, sino por el miedo de todos a las consecuencias de un fracaso.