
Un reto histórico
Líbano busca desarmar a Hamás y otras milicias palestinas
Donald Trump y Netanyahu presionan a Beirut mientras Hizbulá y Hamás resisten el desarme

Desde su toma de posesión en el arranque del año, una de las promesas repetidas del presidente Joseph Aoun -un cristiano maronita, como establece el Pacto Nacional- ha sido garantizar el cumplimiento del alto el fuego de finales de noviembre entre Israel y Hizbulá, uno de cuyos requisitos encierra uno de los mayores retos históricos del país levantino: conseguir que no haya armas -léase milicias- fuera del control del Estado. Un objetivo, el de conseguir devolverle al Estado el monopolio de las armas casi 35 años después del final de la guerra civil, que pasa, sobre todo, por el desarme de la más poderosa de las milicias libanesas, Hizbulá, algo inimaginable antes de la dura ofensiva israelí -que logró descabezarla y destruir gran parte de su arsenal- contra la organización proiraní del otoño pasado.
Aunque todo comienza y acaba en una Hizbulá en horas bajas pero que se resiste a entregar el resto de sus armas, no acaba en ella. Junto a la organización chií hasta nueve organizaciones armadas palestinas cuentan con material bélico de distinto calibre y tipo en los 12 campamentos de refugiados repartidos por la geografía libanesa (en ellos viven 200.000 personas registradas).
Después de que el pasado viernes el ejército entregara al Gobierno la hoja de ruta con la que las fuerzas armadas libanesas habrán de hacerse con el control militar del sur del país y con el armamento de Hizbulá y resto de milicias -el proceso debe completarse antes de final de año-, las autoridades libanesas se mantienen firmes y esperanzadas en cerrar una larga página en la historia de un país desgarrado durante décadas por el sectarismo. La Administración Trump -e Israel- presionan, pero los esfuerzos del Gobierno libanés serán prácticamente inútiles si Hizbulá no se aviene a negociar la entrega progresiva de su mayor baza: el resto de un arsenal acumulado durante cuatro décadas.
A la cabeza de las al menos nueve entidades armadas palestinas se sitúa Hamás, presente con fuerza en los campamentos libaneses desde década de 1990. La organización islamista, que coordinó desde sus posiciones libanesas con Hizbulá sus ataques contra Israel posteriores al 7 de octubre de 2023, ha guardado hasta ahora oficialmente silencio al respecto de los planes del Gobierno, aunque las declaraciones de sus mandos en suelo libanés han dejado claro que no habrá desarme mientras no haya un acuerdo global con Hizbulá. Además, Hamás tiene que contar con el visto bueno de la dirección de la organización en Gaza y Qatar cuando el desarme en la Franja sigue siendo innegociable para la organización. La «resistencia» pasa por la organización chií y, en última instancia, por la República Islámica de Irán. Todos los caminos conducen a Teherán. El régimen envió este verano a Beirut a su ministro de Exteriores y al jefe del Consejo Supremo de Seguridad para abordar el futuro de la relación bilateral en plenas negociaciones con Hizbulá.
La otra gran organización palestina en posesión de material bélico es Al Fatah, el movimiento político de marbete secular en control de la Autoridad Palestina en Cisjordania y liderado por Mahmud Abbas. Tras su encuentro con el presidente Joseph Aoun en Beirut el pasado mes de mayo, el veterano líder palestino mostró su disposición a cooperar con el Estado libanés al dar luz verde a la entrega de las armas en manos de los representantes de su partido. Un paso esperanzador, pero insuficiente incluso en las filas de la organización toda vez que la autoridad de Abbas es, a día de hoy, limitada en las filas de Al Fatah.
Por ahora, y con dos meses de retraso, las autoridades libanesas, que acordaron formar una comisión conjunta con la Autoridad Palestina para supervisar el proceso, apenas pueden presumir de haber comenzado -el 21 de agosto- la recogida de armas.
A día de hoy, los misiles, minas, municiones de artillería de distintos calibres y granadas -no hay armas pesadas- recuperados por el ejército libanés son, en definitiva, una parte testimonial y simbólica del arsenal en manos de las siete organizaciones armadas palestinas. En el caso de que Al Fatah entregara todas las que están en manos de sus leales, aún hay otras seis siglas -empezando por Hamás, que sí cuenta con armas pesadas- que no han dado muestras de estar por la labor.
Para el antiguo profesor de la Universidad de Oxford y especialista en política libanesa Nadim Shehadi, la ausencia de derechos de los refugiados palestinos en Líbano será un obstáculo para el desarme. «Si vinculas la provisión de servicios y derechos a la entrega de armas, refuerzas a los grupos que las tienen y les das razones para que las mantengan. Por eso, para liberar a los jóvenes que viven los campamentos, el Gobierno libanés tiene que darle estos derechos a los palestinos por una cuestión de principios y no en un intercambio por algo», explica a LA RAZÓN.
El ultimátum dado por la Administración Trump a Beirut para que se haga con las armas de Hizbulá antes del 31 de diciembre parece, a día de hoy, ilusorio. Si al presidente estadounidense -y al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se les acaba la paciencia-, Líbano puede volver a las andadas, ya sea por un enfrentamiento entre Hizbulá y las milicias palestinas con el ejército o por una nueva campaña militar israelí.
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