
Oriente Medio
El penúltimo martirio de los cristianos en Oriente Próximo
Las menguantes poblaciones cristianas siguen siendo víctimas de la persecución religiosa en la cuna de la fe en Cristo resucitado

Con la excepción libanesa, no existe lugar seguro para los cristianos de Oriente Próximo. La historia contemporánea de las distintas comunidades en la región que vio nacer la fe en Cristo resucitado hace dos milenios -Jerusalén, Damasco, Antioquía- es la de una extinción a cámara lenta.
Tras más de diez años sufriendo las consecuencias del conflicto civil, la peor situación la viven en estos momentos los cristianos sirios. Los aproximadamente 250.000--300.000 sirios cristianos -que han pasado de ser el 10% de la población a apenas suponer el 1-2% de la misma desde 2011- se reparten entre miembros de la Iglesia ortodoxa de Antioquía y la Iglesia ortodoxa siríaca -mayoritarios-, católicos -la Iglesia greco-melquita católica es la principal, aunque también hay cristianos de rito maronita, antioqueno o latino- y protestantes.
Nueve meses después del derrumbe de la dictadura de Bachar al Asad y la llegada a Damasco de los islamistas radicales de Hayat Tahrir al Sham (HTS), los últimos cristianos del país levantino son conscientes del peligro que corren en el nuevo escenario político, una incertidumbre y falta de protección que han padecido con especial virulencia en las últimas semanas las minorías alauí y drusa.
Durante los primeros seis meses de las nuevas autoridades comandadas por Ahmed al Sharaa, la hostilidad de las milicias islamistas radicales y yihadistas no pasó de episodios de vandalismo y amenazas verbales sufridos por los habitantes cristianos del barrio damasceno de Bab Touma y otras localidades con comunidades cristianas considerables durante las pasadas celebraciones de Navidad y Semana Santa. Hasta el pasado 22 de junio, cuando al menos un atacante abrió fuego y se inmoló en el interior de la iglesia greco-ortodoxa de San Elías, situada en el barrio capitalino de Dweilaa, durante la celebración de la misa dominical. El ataque suicida, asumido por una desconocida entidad yihadista vinculada al Estado Islámico, dejó más de dos decenas de muertos y numerosos heridos, y, sobre todo, la sensación de impunidad de los grupos radicales ante las nuevas autoridades.
En medio del horror de Gaza, los cristianos del mundo observaron con dolor lo ocurrido en la única iglesia católica de la Franja, la de la Sagrada Familia, hace apenas dos semanas. Sus pocos fieles se hicieron conocidos en todo el planeta gracias al papa Francisco y a sus habituales videollamadas interesándose por la integridad de la parroquia durante el largo asedio sobre el territorio. Un proyectil lanzado por el Ejército israelí sobre el templo causaba el pasado 17 de julio la muerte a tres personas y heridas a varias más, entre ellas el propio párroco Gabriel Romanelli. Una nueva desgracia para una comunidad que apenas cuenta con apenas 800 miembros -un ínfimo porcentaje en relación con los más de dos millones de gazatíes- después de años huyendo de la dictadura de Hamás hacia lugares más seguros, principalmente Cisjordania y terceros países.
Tel Aviv nunca reconoció haber tenido como objetivo la iglesia de la Sagrada Familia y fue la Casa Blanca la encargada de disculpar a las fuerzas israelíes por el ataque contra la parroquia. Apenas un día después de lo ocurrido, el patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, visitó la parroquia en compañía del patriarca ortodoxo griego Teófilo III. Como revelaría el prelado italiano, el papa León XIV lo llamó por teléfono para expresarle “su cercanía, preocupación, oración, apoyo y deseo de hacer todo lo posible no solo para lograr un alto el fuego, sino también para poner fin a esta tragedia”.
Si bien Israel se ha jactado siempre de haber sido uno de los lugares más seguros para los cristianos en Oriente Próximo, lo cierto es que los colonos judíos vienen protagonizando recurrentes episodios de violencia contra las poblaciones palestinas de fe cristiana en Cisjordania. El más reciente de ellos se produjo a comienzos de mes, cuando un grupo de colonos provocó daños materiales en lugares de culto y propiedades de vecinos en la única localidad palestina enteramente cristiana de Taibeh -la bíblica Efraín-, donde hay iglesias católicas, griego-ortodoxas y melquitas.
La situación es desigual en el resto de la región. La cara de la moneda regional la sigue constituyendo el Líbano, donde al menos un 25% de la población sigue siendo cristiana -aunque el porcentaje lleva menguando décadas- y donde el presidente de la República ha de ser -de acuerdo al aún vigente Pacto Nacional de 1943- católico maronita. En Jordania el exiguo número de cristianos, apenas un 2% de la población, puede permitirse practicar su fe con normalidad. La cruz regional -por partida doble- la carga Irak, donde las dos últimas décadas los cristianos -mayoritariamente católicos caldeos- que quedan, apenas 250.000, han sufrido en sus carnes las consecuencias de la violencia y el fanatismo islamista radical. En medio de un Oriente Próximo cada vez más hostil, los últimos cristianos de la región se aferran ya solo a un milagro para sobrevivir a medio plazo.
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