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Conflicto asiático

El régimen de Xi Jinping impone su límite: Taiwán como casus belli contra Japón

Desde el Ministerio de Defensa chino se ha lanzado una intimidación a Takaichi de una severidad inusual, incluso para los parámetros, ya de por sí duros, de la narrativa china sobre la isla autogobernada

Taiwán.- China advierte a Japón de que sufrirá "una derrota aplastante" si interviene en las disputas sobre Taiwán EUROPAPRESS

Pekín dinamitó este viernes un nuevo umbral en su presión sobre Tokio. En una advertencia con resonancias de choque de bloques y un tono abiertamente marcial, el Ministerio de Defensa chino amenazó a Japón con una “derrota aplastante” a manos del “férreo” Ejército Popular de Liberación si se atreve a intervenir en un eventual conflicto por Taiwán.

No fue un exabrupto ni una salida de tono improvisada, sino un mensaje diseñado al milímetro. El coronel superior Jiang Bin, portavoz de Defensa, utilizó la comparecencia informativa oficial —habitualmente rutinaria— como plataforma para lanzar una intimidación de una severidad inusual, incluso para los parámetros, ya de por sí duros, de la narrativa china sobre la isla autogobernada. Si Japón “no extrae lecciones de la historia” y opta por “correr el riesgo” de recurrir a la fuerza en la llamada “cuestión de Taiwán”, sentenció, “solo sufrirá una derrota aplastante frente al acero del Ejército Popular de Liberación y pagará un precio muy elevado”.

El destinatario directo de esa andanada es la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, que en la Dieta calificó un eventual ataque de la República Popular contra Taiwán como una “situación de amenaza existencial” para su país. Ese escenario, precisó, activaría la posibilidad de invocar el derecho a la autodefensa colectiva por parte de las Fuerzas de Autodefensa, el término con el que Japón designa, desde la rendición de 1945, a unas fuerzas armadas que la Constitución pacifista limita sobre el papel pero que Tokio ha ido reforzando y reinterpretando en los últimos años.

Tokio, en el punto de mira de Pekín

Las afirmaciones de Takaichi, lejos de ser un arrebato aislado, se inscriben en la remodelación de la doctrina de seguridad japonesa de la última década: incremento sostenido del presupuesto de defensa, integración operativa creciente con Estados Unidos y una postura cada vez más nítida respecto al futuro de Taiwán. Acorralada por la oposición en la Dieta, la primera ministra precisó después que sus palabras respondían a un “supuesto de peor escenario”, que cualquier decisión estaría condicionada por las “circunstancias reales” y que no pretendía fijar por sí sola la posición oficial de todo el Gabinete.

Las correcciones posteriores no amortiguaron la reacción de Pekín. Jiang Bin tachó las palabras de la dirigente japonesa de “injerencia burda” en los asuntos internos chinos y de “violación grave” del principio de “una sola China”, la premisa sobre la que se reconstruyeron las relaciones diplomáticas entre ambas naciones tras 1945. Según el portavoz de Defensa, Takaichi vulnera el espíritu de los cuatro documentos políticos que articulan el vínculo bilateral y erosiona “las normas básicas que rigen las relaciones internacionales”.

Pekín no se limita al reproche jurídico y desplaza el pulso al terreno de la memoria histórica. Jiang evocó que este año se cumplen 80 años de la victoria en la Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa y en la contienda mundial contra el fascismo, así como el 80º aniversario de la llamada “restauración de Taiwán”. En ese marco con fuerte carga simbólica, China acusa a Japón de “repetir los errores del pasado” y de lanzar “señales extremadamente equivocadas” a las corrientes secesionistas de la isla, a las que considera el principal factor de desestabilización en el estrecho.

La eterna “línea roja” de Pekín

La reiteración del coronel Jiang de que la cuestión taiwanesa es “un asunto interno exclusivo de China” y de que Pekín no aceptará “ninguna injerencia extranjera” no aporta un argumento nuevo, pero sí marca un salto cualitativo en el tono. Elevar a declaración pública la amenaza de una “derrota aplastante” dirigida a un vecino con el que China mantiene una densa interdependencia económica y que está amparado por el paraguas estratégico de Estados Unidos ilustra hasta qué punto el aparato de Xi Jinping ha decidido militarizar el lenguaje diplomático y normalizar la intimidación como herramienta de política exterior.

En un entorno ya cargado por las maniobras navales y aéreas del Ejército Popular de Liberación en torno al estrecho de Formosa, por los vuelos de bombarderos estratégicos y por las patrullas conjuntas con Rusia en las inmediaciones del archipiélago japonés, la advertencia no es una mera hipérbole retórica: busca desanimar de raíz cualquier intento de Tokio de involucrarse en un choque que Pekín define como su “línea roja definitiva” y convertir el coste potencial de esa implicación en un mensaje disuasorio para toda la región.

Osaka, nuevo frente diplomático

La escalada no se limita al Ministerio de Defensa. La tormenta se trasladó también al terreno diplomático con otro protagonista chino: Xue Jian, cónsul general de China en Osaka. Sus comentarios públicos sobre Takaichi han sido considerados tan ofensivos en Japón que ya se alzan voces que exigen su expulsión.

En un editorial contundente, The Japan Times sostiene que Xue “cruzó las líneas” que marcan el comportamiento aceptable de un representante extranjero. En lugar de la sobriedad propia del servicio exterior, sus palabras fueron “insultantes y de mal gusto”. El rotativo aboga abiertamente por declararlo persona non grata y enviarlo de vuelta a China si Pekín no presenta disculpas formales: “Su conducta no es la de un diplomático”.

El detonante fue la respuesta del cónsul a las declaraciones de Takaichi sobre el derecho de autodefensa colectiva en una contingencia sobre Taiwán. A pesar de que la primera ministra terminó reconociendo que sus palabras representaban una opinión personal, basada en un escenario extremo, y prometió no pronunciarse sobre casos concretos en el futuro, la reacción china fue de furia.

El Ministerio de Exteriores en Pekín afirmó que las afirmaciones de la mandataria debutante eran incompatibles con los compromisos asumidos por Japón. La Embajada china en Tokio las tildó de “provocación flagrante” y “grave interferencia en los asuntos internos de China”, e insistió en que Japón estaba “repitiendo errores históricos”.

Los medios estatales se sumaron en tromba. La televisión pública CCTV editorializó que los comentarios de Takaichi tenían una “naturaleza extremadamente maliciosa” y un impacto “muy dañino”. La cadena llegó a trazar un paralelismo explosivo: asociar la referencia a una “situación de amenaza a la supervivencia”, condición legal para invocar el derecho de autodefensa colectiva, con la invasión japonesa de Manchuria en 1931. Un salto histórico pensado para tocar la fibra más sensible de la opinión pública asiática.

Diplomacia al borde del colapso

Mientras Tokio intenta mantener el delicado equilibrio entre reforzar su alianza con EEUU, desplegar músculo militar y no romper por completo los puentes con su principal socio comercial, Pekín combina una narrativa de agravio histórico con amenazas militares explícitas. El resultado es un clima sumamente enrarecido en el noreste de Asia, donde cualquier frase mal calibrada puede inflamar tensiones latentes.

El cruce de acusaciones deja ver algo más que un simple rifirrafe exhibiendo el choque entre dos visiones irreconciliables. Para China, Taiwán es una provincia llamada a ser “reunificada”, por la fuerza si fuera necesario, y la región entera debe acomodarse a esa premisa. Para Japón, una invasión de la isla transformaría de raíz su entorno estratégico y podría arrastrar a una guerra que lleva ocho décadas evitando.

Entre ambas narrativas, el lenguaje se endurece, los diplomáticos se comportan como cruzados y los militares se preparan para lo que, hasta hace muy poco, parecía impensable. En el estrecho de Taiwán se juega ya mucho más que el destino de una isla, se prueba hasta dónde está dispuesto a llegar cada actor en un orden regional que cruje.