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China

El sueño del príncipe rojo: el implacable ascenso a emperador de Xi Jinping.

Es un legalista en la tradición de Han Feizi, el filósofo que enseñó al primer emperador de China que la gente es inestable y egoísta y que hay que mantenerla a raya mediante la ley y el castigo

En la China imperial, los gobernantes fueron durante siglos el centro del Estado y de la veneración pública, así como las figuras centrales de un sistema sinocéntrico de relaciones internacionales. Ahora que el imperio chino está resurgiendo, también lo hace un nuevo emperador: Xi Jinping. El todopoderoso líder obtuvo el viernes un histórico tercer mandato como presidente de China tras una votación formal en el Parlamento. El resultado fue claro: 2.952 votos a favor, cero en contra y cero abstenciones.

La Asamblea Popular Nacional (APN), compuesta por casi 3.000 miembros del Parlamento, votó por unanimidad en el Gran Salón del Pueblo a favor de la continuidad de la presidencia de Xi. Por ello se ha convertido en el líder supremo más longevo de la historia reciente del país. Tras su reelección, alzó el puño derecho y colocó la mano izquierda sobre un ejemplar de cuero rojo de la Constitución china. "Juro ser leal a la Constitución de la República Popular China, defender la autoridad de la Constitución, cumplir mis obligaciones estatutarias, ser leal a la patria y al pueblo", así se comprometió a cumplir sus obligaciones, con honestidad y trabajo duro.

En el juramento y tras una impresionante ovación, retransmitido en directo por la televisión estatal a toda la nación, prometió "construir un país socialista moderno, próspero, fuerte, democrático, civilizado, armonioso y grandioso".

En el pleno se refrendaron a su vez los nombramientos de dos importantes figuras: el exjefe anticorrupción Zhao Leji, que fue designado jefe del máximo órgano legislativo, y Han Zheng vicepresidente. Ambos pertenecían al anterior equipo de líderes, en el Comité Permanente del Politburó.

Nacido en el seno de una familia revolucionaria, Xi ascendió en el escalafón hasta convertirse en el líder de China en 2012. Entre sus cargos figuran los de secretario general del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central y presidente de la República popular China. Desde aquel año, ha dirigido la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, ha consolidado el control sobre el partido y el pueblo, ha afirmado el poder mundial de China, ha reforzado el ejército, ha aumentado el control gubernamental sobre las empresas privadas y ha amenazado con anexionarse Taiwán “por la fuerza si fuera necesario”.

Tras su coronación, a sus setenta años, podría prorrogar su mandato cinco años más, si entretanto no surge un sucesor que goce de credibilidad. Pero sus retos siguen siendo numerosos al frente de la segunda economía mundial, entre la ralentización del crecimiento, la caída de la natalidad, las dificultades del sector inmobiliario y la necesidad de mejorar la imagen internacional del país.

Al mismo tiempo, su política exterior ha ganado en asertividad. Ha respondido con dureza a las críticas extranjeras sobre su postura neutral ante la guerra de Ucrania y su exaltada “sólida” relación de amistad con Rusia, sobre el historial de China en materia de derechos humanos, su draconiana Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong o la intensificación del ruido de sables en Taiwán. Ha invocado una diplomacia de "guerrero lobo" y ha construido una maquinaria militar diseñada para respaldar su ambición de convertirse en una superpotencia.

Entretanto, las relaciones con Estados Unidos están en su punto más bajo desde que ambos países establecieron lazos diplomáticos en 1979, con numerosas disputas, desde Taiwán al trato a los musulmanes uigures, sin olvidar la rivalidad en tecnología o la crisis de los globos espías. Esta semana condenó la "política de contención, cerco y represión contra China" aplicada por "los países occidentales liderados por Washington" y que "ha conducido a desafíos sin precedentes para el desarrollo" del país.

Como único candidato, a nadie ha sorprendido su nuevo nombramiento. La magnitud de su consolidación en el poder no tiene precedentes desde las décadas posteriores al liderazgo de Mao Zedong (1949-1976). Ninguno logró reunir un equipo de liderazgo con una mayor proporción de aliados personales que el propio Xi. Arrasó en los siete puestos del PSC, manteniendo a bordo a su viejo socio Zhao Leji y al ideólogo jefe Wang Huning y ascendiendo a sus partidarios Li Qiang, Cai Qi, Ding Xuexiang y Li Xi. En el Politburó, de 24 miembros, Xi aumentó considerablemente su mayoría de leales, personas con vínculos personales o profesionales con él o con sus principales lugartenientes. Sus incondicionales también dominan ahora el Secretariado Central, que gestiona los asuntos cotidianos del Partido, y la Comisión Militar Central (CMC), que dirige las fuerzas armadas.

Para alcanzar este grado de control, Xi ignoró muchas normas políticas de hace décadas. No sólo se eximió a sí mismo de la regla de 20 años que obliga a retirarse a los miembros del Politburó mayores de 68 años (él tenía 69 en el momento del Congreso), sino que mantuvo al vicepresidente de la CMC, Zhang Youxia (72), y ascendió al actual ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi (69). Asimismo, forzó la salida del CPS de Li Keqiang y Wang Yang, de 67 años, las primeras jubilaciones anticipadas en dos décadas. La salida de Li y Wang, junto con la degradación del Politburó de Hu Chunhua (que sólo tenía 59 años), desterró a los últimos líderes de alto rango asociados a la otrora poderosa Liga de la Juventud Comunista, un movimiento juvenil dirigido por el PCCh desde el que Hu Jintao promovió a varios aliados a altos cargos oficiales, poniendo fin a cualquier norma persistente de reparto de poder entre facciones. El Politburó entrante es también el primero desde 1992 sin una sola mujer entre sus filas.

Así, el príncipe rojo consolidó su poder eliminando a la oposición dentro del partido. Desde 2012, su campaña anticorrupción ha investigado y castigado a más de 4 millones de cuadros, incluidos 500 altos funcionarios.

El jefe de Estado no sólo da prioridad a la lealtad política sobre normas como la edad de jubilación, el reparto de poder y el liderazgo colectivo, sino también sobre la experiencia de gobierno y la pericia política. Una de sus mayores desviaciones de los precedentes fue la designación del secretario del Partido de Shanghai, Li Qiang, en lugar de Wang Yang o Hu Chunhua, para suceder a Li Keqiang como primer ministro. A diferencia de todos los primeros ministros desde 1976, y a diferencia de Wang y Hu, Li Qiang nunca ha sido viceprimer ministro, ni ha ocupado ningún cargo en el gobierno central.

Xi es un legalista en la tradición de Han Feizi, el filósofo que enseñó al primer emperador de China, Qin Shi Huang, que la gente es inestable y egoísta y que hay que mantenerla a raya mediante la ley y el castigo. Como nacionalista étnico, tiene una visión del renacimiento chino basada en alusiones a imperios pasados. Habla en términos marxistas de lucha de clases y utiliza tácticas maoístas como la autocrítica y la rectificación, pero su marca de comunismo también promueve a Confucio.

El presidente chino se ve a sí mismo como un salvador, ungido para conducir al país a una "nueva era" de grandeza impulsada por el aumento de la prosperidad y la devoción política. Ha reforzado su reputación con un culto a la personalidad vinculado a eslóganes como "el sueño de China" y "el rejuvenecimiento nacional". Su manifiesto, el “Pensamiento Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, ha entrado en el panteón de la guía ideológica del PCCh junto con los tratados de sus predecesores Mao Zedong, Jiang Zemin y Hu Jintao. Pero éste los ha superado a todos revisando la historia del partido para atribuirse a sí mismo un mérito extraordinario que eleva la importancia de su poder. Incluso los libros de texto sobre su filosofía política son de lectura obligatoria para los estudiantes chinos desde el año pasado.

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