Terrorismo yihadista
Australia, en el punto de mira
La posición de Australia en la guerra contra el terrorismo islámico ha estado ligada íntimamente a su fuerte alianza con Estados Unidos. En la primera Guerra del Golfo, entre 1990 y 1991, Australia fue uno de los primeros países en unirse a la fuerza de la coalición. Las fuerzas australianas se desplegaron bajo los auspicios de la ONU. Tras los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001, Australia rápidamense se sumó a la guerra en Afganistán en una coalición combinada de tropas estadounidenses y británicas, entre otras, y bajo el liderazgo de Washington para combatir lo que entonces se llamó «el eje del mal» y acabar con el empuje de Al Qaeda, el enemigo número uno de Occidente.
Fue a partir de este momento cuando Australia empezó a sufrir las consecuencias de su infatigable lucha contra el terrorismo y empezó a sentir cómo, en represalia por su actuación, sus ciudadanos eran golpeados por los ataques de islamistas. Los cruentos atentados que tuvieron lugar en una zona turística de Bali en 2002 mataron a 202 personas, entre ellas 88 australianos y 38 indonesios. Osama Bin Laden afirmó entonces que los atentados fueron en represalia directa por la «guerra contra el terror» de EE UU y el papel de Australia en Afganistán. Este atentado golpeó fuertemente al subconsciente colectivo de la población australiana, que empezó a sentirse vulnerable a los avatares de las decisiones de su Gobierno en política exterior.
Ahora, después de doce años en Afganistán, una operación que les ha costado 40 víctimas mortales, 260 heridos graves y una inversión de más de 6.000 millones de euros, la conclusión obvia a la que llega el Gobierno del liberal Tony Abbott es que han sido decisiones que les han costado demasiado caras. Cuando el primer ministro se unió a las fuerzas australianas en su base de Uruzgan, en octubre del pasado año para cerrar esta fase del conflicto y traer a las tropas de vuelta a casa, Abbot definió el momento como «agridulce». «El conflicto se dirige a su fin, no en la victoria o la derrota, pero ahora esperamos, confiamos en un Afganistán que sea mejor gracias nuestra presencia aquí», aseguró.
En 2008, el entonces ministro de Defensa anunció la salida escalonada de Irak, donde sus Fuertas Armadas tuvieron desplegados hasta 14.000 militares durante cinco años. Cuatro años más tarde Abbott no dudó en que Australia fuese uno de los primeros países en sumarse a la coalición internacional para combatir al Estado Islámico en Siria e Irak, donde ha participado en más de 50 bombardeos.
Así, en los últimos meses y como respuesta a las nuevas amenazas globales que salpican a muchos países occidentales, el Gobierno de Abbott ha endurecido las leyes de seguridad para combatir a las potenciales células terroristas que quieren operar en Australia o reclutar activistas yihaidistas para luchar en Siria y en Irak. El primer ministro ha advertido de que el equilibrio entre libertad y seguridad tendrá que cambiar para combartir con más fuerza a los militantes islámicos. Esto incluye, por ejemplo, fuertes restricciones en la cobertura mediática de las operaciones especiales. Estas nuevas medidas consideran también delito viajar a una zona terrorista si no existe una razón válida para ello, además de considerar una ofensa defender el terrorismo, lo que se castiga con penas de hasta cinco años de cárcel, ya que se consideran actos que sirven para «aconsejar, promover, favorecer o instar a cometer un acto terrorista». Sin embargo, ahora todas estas medidas de seguridad están en el punto de mira, ya que el autor del secuestro de ayer tenía una dilatada trayectoria delictiva y nadie supo prever sus planes.
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