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Afganistán

Barrabás en los Balcanes

La Razón
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Siguiendo la estela judicial de fallos internacionales pueriles frente a atrocidades manifiestas y probadas, Croacia (miembro de la UE) y Serbia (en negociaciones de adhesión), no tendrán que rendir cuentas a la sociedad internacional ni a las víctimas de las guerras balcánicas de los años 90, motivadas, en cualquier caso, por los intereses enfrentados de ambos estados. La Corte Internacional de Justicia de la Haya ha considerado que “las fuerzas serbias cometieron crímenes pero no intentaron con toda o parte de la población croata” y que “no reconoce – tampoco – intento de genocidio cometido por Croacia ni la existencia de intención”.

“El acto cometido con el propósito de destruir, en parte o en su totalidad, a una nación, etnia, raza o grupo religioso”. El genocidio. Hasta que la tenacidad del jurista judío Raphael Lemkin consiguiera definir el crimen, tipificar el delito e impulsar la convención sobre la Prevención y Castigo de los delitos de Genocidio, después de la segunda guerra mundial, ni siquiera los asesinos nazis pudieron ser condenados en Nuremberg por aquel crimen sin nombre al que se refería Winston Churchill.

Pero ahora que tenemos los argumentos jurídicos y la razón, parece que los gritos pasados de la opinión pública europea contra los criminales en la Antigua Yugoslavia se han quedado afónicos entre las deudas para llegar a fin de mes. El relato de las guerras y de la vileza humana llega a los tribunales internacionales de la mano de las víctimas, los corresponsales y de las organizaciones internacionales. Todo está probado y es conocido. En la Antigua Yugoslavia se estima que perdieron la vida 200.000 personas mientras decenas de miles de desplazados tuvieron que emigrar por el hecho de ser croatas, bosnios y también serbios, como los de la Krajina y Eslavonia que huyeron a Kosovo y después, con la siguiente guerra, a otro y a otro lugar.

Cruzando la senda histórica que antes atravesaron los armenios huyendo de los otomanos, los judíos, los camboyanos a manos del Khmer Rouge, los hutus y tutsis en Ruanda, las víctimas de Sadam Hussein y de tantos otros dirigentes genocidas, criminales o atroces. Tanto al menos como los que ordenan lanzar bombas atómicas o de destrucción masiva, los que disparan con tanques contra niños o los que han utilizado tecnología de última generación para bombardear civiles desde Vietnam y Afganistán hasta nuestros días.

Pero la Corte Internacional de Justicia ha preferido lavarse las manos y soltar a Barrabás. Sin pensar en cómo argumentarán sobre al Estado Islámico cuando sea acusado de genocidio contra sus vecinos, o frente a Boko Haram cuando se reconozcan sus crímenes contra los cristianos en Nigeria. O sobre los terroristas de Al Qaeda contra los que se acaba de firmar un pacto bien diferente en España.

Catedrático de Comunicación y Política Internacional. Universidad Europea