Budismo

Cataclismo en el Templo Shaolin: El ‘abad playboy’ cae por lujuria, codicia y rebeldía contra el régimen de Xi Jinping

Shi Yongxin, abad del templo budista de Shaolin, es destituido por malversación, relaciones amorosas prohibidas e hijos ilegítimos

BERLIN (Germany), 28/07/2025.- (FILE) - Shi Yongxin (front), abbot of the Chinese Shaolin temple in Henan, speaks at a press conference held at the Chinese Culture Centre in Berlin, Germany, 07 September 2012 (reissued 28 July 2025). The head of the renowned Shaolin Temple is under investigation for alleged criminal offences, including embezzlement of project funds and temple assets, according to a statement released by the temple on 27 July. (Alemania) EFE/EPA/OLE SPATA GERMANY OUT
El abad budista Shi YongxinOLE SPATAAgencia EFE

La infamia ha embestido al Templo Shaolin, santuario milenario del budismo Chan y punto neurálgico del kung-fu, dejando al descubierto las grietas de un legado mancillado por la codicia y el pecado. Shi Yongxin, su carismático abad, conocido como el “monje CEO” e incluso “playboy”, fue despojado de su venerado cargo en medio de una vergüenza que combina acusaciones de malversación, relaciones amorosas prohibidas y la paternidad de hijos ilegítimos. La Asociación Budista de China, en un dictamen irrefutable emitido el 22 de julio condenó las transgresiones de Shi por “ultrajar gravemente el honor del sangha y profanar la imagen monástica”. Su temeraria peregrinación al Vaticano en febrero, donde se postró ante el papa Francisco, fue un acto que el régimen de Xi Jinping contempló con desprecio y recelo, encendiendo la pira de su ocaso. Esta afrenta, vista como un desafío insolente al yugo ideológico de Pekín, ha podido precipitar su caída, marcando su destino con el estigma de la rebeldía.

Nacido como Liu Yingcheng en Anhui en 1965, Shi Yongxin tomó las riendas del Templo Shaolin en 1999, resucitando un santuario devastado por la furia maoísta para convertirlo en un coloso multimillonario de resonancia global. Faro del budismo Chan y cuna del arte marcial, extendió su mística a más de 40 países con espectáculos marciales, centros culturales y pactos comerciales. “Si China abrazó Disneyland, ¿por qué no llevar el Shaolin al mundo?”, proclamó en 2015 ante Xinhua, defendiendo su visión mercantilista. Más, este matrimonio entre satori y codicia profanó lo sagrado, desatando un alud de críticas y conjeturas de enriquecimiento ilícito que le empujó al abismo de la deshonra.

Una década atrás, susurros de desvarío y pasiones prohibidas acosaron a Shi Yongxin, pero la absolución en 2016 pareció acallarlos. Ahora, un alud de oprobio lo sepulta: la policía de Xinxiang y la Asociación Budista de Henan lo acusan de desangrar los tesoros del santuario. Más grave, su traición al Vinaya, con amoríos ilícitos y un hijo ilegítimo, ha ultrajado el Dharma. La Asociación Budista de China, en un gesto purificador, lo ha despojado de su ordenación, expulsándolo del sangha. “Sus pecados son una afrenta al espíritu budista”, proclamó, mientras millones de fieles lloran la deshonra. Sus empresas, aniquiladas; el abad del Templo del Caballo Blanco toma ahora el timón para sanar una herencia profanada.

Con todo, un velo de audacia y desdicha envuelve al Shaolin, pues el 1 de febrero el controvertido abad osó liderar una delegación al Vaticano para reunirse con el papa Francisco, desafiando el férreo control de Pekín. Este acto, envuelto en un silencio sepulcral por las autoridades y los medios estatales, desató especulaciones que ahora se ciernen como un presagio de su destierro. La Santa Sede, con cautela, minimizó el encuentro, calificándolo de informal, pero en internet las lenguas se desatan: ¿fue esta transgresión el verdadero detonante de la caída del “monje CEO”? En Weibo, las voces digitales murmuran que Shi, al sortear la vigilancia comunista en un contexto de nulas relaciones diplomáticas con el Vaticano, buscó inflar su aura como líder espiritual, una maniobra que el régimen no perdona. Otros, más incisivos, sostienen que erró al leer el pulso político, donde la sinización y el control ideológico del Partido sofocan cualquier atisbo de autonomía.

El alboroto desató el ciclón en redes sociales. Hu Xijin, exeditor del Global Times, lo calificó en Weibo como “el caso de corrupción más sensacional en un templo budista en décadas”. La última publicación de Shi, que invocaba la “pureza del espíritu”, resulta un eco irónico tras su detención el 15 de julio en Xinxiang. Con 880.000 seguidores en redes, el anacoreta, que compartió escenario con figuras como Nelson Mandela y Tim Cook enfrenta el ocaso ignominioso, mientras la institución guarda silencio, limitándose desde la cautela a confirmar la investigación.

El Shaolin trasciende su condición monástica: es un emblema del sincretismo entre Chan y kung-fu. Sin embargo, ahora se han expuesto las tensiones entre modernización, control estatal y la pureza del Dharma en una China que intensifica la supervisión de sus líderes religiosos. Shi, quien fue delegado del Congreso Nacional del Pueblo y vicepresidente de la Asociación Budista de China, encarnó esta dualidad, pero su ambición lo ha precipitado al abismo.

En 464, el monje indio Bada, heredero de la sabiduría de Buda, desembarcó en China para sembrar el budismo. Su visión floreció en el Templo Shaolin, fundado en 495 bajo el mandato del emperador Wei Xiaowendi en el sagrado Monte Song. Allí, Bada tradujo textos ancestrales, dio vida al budismo zen y, según la leyenda, fusionó meditación con artes marciales, forjando el legendario kung fu Shaolin. El complejo, adornado con madera y piedra en tonos carmesí y esmeralda, se expandió bajo las dinastías Ming y Qing. El Salón de los Mil Budas, con sus murales vibrantes, y el Bosque de Pagodas, con 246 sepulcros únicos, deslumbran. En 2010, la UNESCO lo coronó Patrimonio Mundial, inmortalizando su gloria como faro del zen.

Según TheDharma.com, entre el 60% y el 80% de la población —de 600 a 1.000 millones de seguidores— abraza esta doctrina, aunque no siempre como religión pura, sino como una filosofía que danza con el taoísmo y el confucianismo. Este sincretismo, que impregna la vida cotidiana, convierte al budismo en un pilar cultural, aunque bajo la atenta mirada del Estado. El régimen comunista, en un gesto calculado, patrocina eventos como el Foro Mundial Budista, proyectando una imagen de apoyo mientras ejerce un control férreo sobre las prácticas religiosas. En las vastas tierras del Tíbet y Mongolia Interior, el budismo tibetano florece, pero cargado de cadenas invisibles. Receloso de cualquier atisbo independentista, Pekín mantiene una vigilancia estricta sobre los monasterios lamaístas. En un movimiento audaz, el gobierno designó a su propio Panchen Lama, segundo en la jerarquía tras el Dalái Lama, a quien considera un peligroso subversivo. Las fricciones con este líder exiliado en India persisten como un eco de desconfianza, mientras el Estado refuerza su narrativa de unidad nacional.

La sagrada túnica azafrán, símbolo de pureza y devoción en el budismo tailandés, se ha contaminado también . Una mujer, arrestada a mediados de este mes por la policía, desató la agitación moral al confesar que sedujo a al menos 11 monjes, violando sus votos de celibato, para luego chantajearlos con miles de fotos comprometedoras. El precio de su silencio: casi 12 millones de dólares, saqueados de los fondos de monasterios que dependen de donaciones de fieles en busca de méritos espirituales para una mejor reencarnación.

La deshonra ha azotado una sociedad donde el budismo Theravada es un rasgo distintivo desde hace más de dos milenios. La hipocresía de aquellos que son venerados como herederos espirituales de Buda, ha desatado furia y desilusión. “Son muchos los que ya no respetan la religión como antaño, aunque si confían en las enseñanzas de Buda”, confesó a La Razón una profesora quien, desde el anonimato, ahora prefiere donar a hospitales o escuelas para niños necesitados. Incluso el rey Maha Vajiralongkorn, muy indignado, canceló invitaciones a más de 80 monjes para su cumpleaños, citando “comportamiento inapropiado” que ha causado “angustia mental” a su pueblo.

La implicada, en una entrevista televisiva, reveló su “actitud derrochadora”, alimentada por los que la colmaban con lujosos viajes de compras de hasta 90 mil dólares diarios. Estos religiosos, atados por 227 reglas estrictas que prohíben desde tocar mujeres hasta masturbarse, habrían sucumbido a la tentación, traicionando su voto de pobreza. No es la primera vez que el clero tailandés enfrenta escrutinio ya que por ejemplo, este mayo otro fraile fue detenido por desviar casi 10 millones para apuestas en línea.

La fe tambalea en estos lares también. En Wat Bowonniwet, uno de los sitios más venerados, las ordenaciones cayeron de 100 a solo 26 este año. Expertos advierten que los templos se han convertido en “basureros” donde familias envían a jóvenes con problemas, desde adictos hasta miembros de la comunidad LGBTQ, para ser “corregidos”. Mientras, el jefe de policía Kitrat Panphet promete una nueva fuerza especial para investigar a los descarriados, y un legislador jura imponer regulaciones más estrictas en tres meses.