El Futuro de Venezuela
Centro derecha para estabilizar un continente
Con Chávez fallecido y una presidencia tan disputada como la de Venezuela, el panorama político de América Latina va a cambiar. A fondo. Gracias al petróleo, a una estrategia implacable y una personalidad excepcional, Chávez logró el liderazgo de la izquierda populista y caudillista, la que gobierna en Nicaragua, Bolivia y Cuba, habiendo traspasado esta última el testigo de la revolución a Venezuela. La complicidad de la argentina Cristina Fernández de Kirchner le daba a este bloque cierta credibilidad a la hora de aspirar al liderazgo del conjunto de América Latina. Probablemente, todo eso se ha acabado. Aunque salga elegido sucesor de Chávez, no parece que Nicolás Maduro tenga suficiente personalidad como para reinventar un liderazgo a la medida de continente y medio.
De confirmarse la evolución de estos últimos años, se podría predecir por tanto un bloqueo de los intentos de implantar regímenes «revolucionarios». En cambio, en muchos países, y en algunos de los más importantes, se han consolidado formas de estabilidad democrática que permiten el crecimiento sostenido, el surgimiento de una amplia clase media, la participación, y la corrección de las desigualdades sin violencia.
Las bases de esta nueva situación han sido puestas por un cambio de mentalidad política ocurrido en los últimos veinte años. Las sociedades latinoamericanas han comprendido el valor del pluralismo y de la diversidad a la hora de garantizar la estabilidad. Brasil y México son dos buenos ejemplos. En Brasil gobernó entre 1995 y 2002 el moderado Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), con Fernando Henrique Cardoso a la cabeza. Cuando Lula da Silva llegó al poder desde la izquierda, garantizó la continuidad de las políticas económicas de su predecesor. Dilma Roussef, la actual presidenta, está siguiendo el mismo camino: la inflación está controlada, el PIB sigue creciendo y la pobreza continúa bajando, y de forma considerable. En México, Enrique Peña Nieto, que llegó al poder el pasado verano y devolvió al poder al PRI, tampoco ha intentado alzarse un pedestal sobre la ruptura con su predecesor, Felipe Calderón, del PAN, de centro derecha. Las consecuencias son similares a las de Brasil, aunque México tenga problemas específicos.
Otro tanto ha ocurrido en Uruguay con José Mugica, que ha continuado las políticas de Tabaré Vázquez, y en Perú, donde Alan García no quebró las medidas de Alejandro Toledo y ha seguido controlando el gasto público y la inflación.
La experiencia indica por tanto que el mejor freno al populismo y la demagogia es la capacidad de las élites –y por tanto, del conjunto de la ciudadanía– para respetar las instituciones y la continuidad de las políticas. En este aspecto, y si la evolución no se detiene, es posible que América Latina dé una lección a la Madre Patria, en la que la izquierda se niega otra vez a asumir el liderazgo en democracia.
Los partidos de centro derecha hicieron su propia reconversión a partir de los 80, cuando tuvo lugar la gran ola de democratización de América Latina. Su importancia no es sólo una cuestión de ayer, aunque sea ayer mismo como en el caso de Brasil o México. Hoy en día el centro derecha liberal-conservador gobierna en Chile, con Sebastián Piñera, y en Colombia, con Juan Manuel Santos. Álvaro Uribe jugó un papel fundamental para detener las ambiciones caudillistas de Chávez y ha marcado una dirección que, con algunos matices, está siguiendo Santos, su sucesor. Con esta trayectoria, que ha permitido un progreso indiscutible, Colombia debería estar llamada a jugar un papel fundamental en la nueva etapa de Latinoamérica.
En Chile, por su parte, también gobierna un partido de centro derecha con avances como la reducción de la corrupción y un crecimiento de más del 5% en 2012. El éxito de la izquierda en las elecciones municipales del pasado verano no parece poner en peligro la continuidad, aunque debería animar al partido y al Gobierno de Piñera a articular una argumentación y una posición política que vaya más allá de la simple gestión económica. En otros países, relevantes por muy diversas razones, también gobierna el centro derecha. Así ocurre en Guatemala, donde el Partido Patriota de Otto Fernández Molina se enfrenta al problema de la inseguridad y la corrupción causadas por el narcotráfico, que sirve de alimento a la evasión de la sociedad norteamericana. Además, el centro derecha tiene que articular aquí, como en muchos otros países latinoamericanos, una posición propia ante las actitudes políticas identitarias en las que ha acabado derivando la inacabable (e intolerable) segregación de las poblaciones que seguimos llamando indígenas.
En resumen, el papel del centro derecha ha sido fundamental para garantizar la estabilidad y el crecimiento en América Latina. Después de Chávez, debería serlo otra vez. El discurso y las propuestas de Henrique Capriles indican que hay quien está dispuesto a recoger el guante.
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