Xi, mediador
China se lanza al vacío dejado por EE UU en Oriente Medio
Tras el éxito entre Irán y Arabia Saudí, Pekín se ha ofrecido a mediar entre israelíes y palestinos
Pocas son las certezas que ofrece el actual Oriente Medio: la región sigue siendo terreno estéril para la democracia y un escenario geopolítico inestable, turbulento y ambiguo, condenado además a ser escenario de los enfrentamientos por interposición de superpotencias, poderes regionales y actores no estatales. Hace al menos una década que Estados Unidos, cada vez menos dependiente de los recursos energéticos de la región y más preocupado por el escenario de Asia oriental, decidió que Oriente Medio no es ya una de las prioridades de su política exterior. China, el gigante reticente, está dispuesto a ocupar ese vacío. Aunque lo hará a su forma.
El acuerdo alcanzado a comienzos de marzo entre Arabia Saudí e Irán para normalizar sus relaciones gracias a los auspicios de la diplomacia china ha sido la mejor carta de presentación de la candidatura regional de Pekín. Una reivindicación, plena de simbolismo, en toda regla.
El régimen comunista ha logrado algo que parecía imposible hasta hace muy poco: conseguir que los archienemigos íntimos, rivales desde hace años por la hegemonía económica y política en la región, líderes respectivos del mundo suní y chií, sienten las bases de una cooperación en aras de un Oriente Medio con una agenda e intereses propios al margen de los estadounidenses.
Con el reciente acuerdo entre Teherán y Riad, el presidente chino Xi Jinping se presenta como un líder responsable y capaz de procurar el bien para la región. La posibilidad de un acuerdo duradero y sincero entre los regímenes saudí e iraní abre las puertas a que algunos de los conflictos por interposición, desde Irak a Yemen pasando por Líbano o Siria, puedan experimentar una desescalada o incluso ser superados. Esta misma semana, en otro golpe de efecto simbólico, Pekín se ofrecía a mediar en el conflicto entre israelíes y palestinos, a quienes ha pedido que “muestren valor político y retomen las conversaciones de paz”. En 2016, Xi aseguró que China “no emplearía proxies” ni “crearían esferas de influencia” en Oriente Medio.
Pekín quiere aprender las lecciones y no está dispuesto a repetir los errores de Estados Unidos, empezando por el de desempeñar el ingrato y costoso papel de gendarme regional. Después de largos años de inestabilidad, violencia y división los árabes –dos décadas se acaban de cumplir de la invasión estadounidense de Irak- observan con creciente simpatía la creciente influencia y penetración china en Oriente Medio.
Las motivaciones regionales del gigante asiático son principalmente económicas. No en vano, China es el primer cliente del crudo iraní y saudí. Pekín ha ayudado a Arabia Saudí en el desarrollo de sus capacidades nucleares y energéticas. Aramco, el gigante energético saudí, invierte masivamente en China. La tecnología 5G china avanza en Oriente Medio.
Desconexión de EE UU
Entretanto, la creciente presencia china coincide con la larga desconexión estadounidense de Oriente Medio, que comenzó durante la presidencia de Obama sin que sus sucesores hayan hecho sino seguir su estela. La atropellada salida de Afganistán tras el fulgurante regreso de los talibanes el mes de agosto de 2021 arrojó la mejor metáfora de la incapacidad estadounidense.
Si la Administración Biden ha saludado públicamente las bondades del acuerdo irano-saudí, en Washington preocupa que Irán empieza a zafarse de su aislamiento, el régimen de Asad se rehabilita, Arabia Saudí se aleja e Israel atraviesa momentos de zozobra. Con todo, Estados Unidos seguirá siendo pieza esencial en la región dada, sobre todo, la superioridad abrumadora de su presencia militar en el Golfo, su alianza inquebrantable con Tel Aviv y los múltiples lazos económicos y de cooperación tejidos con los regímenes locales. En julio Biden aseguró que no dejarían “un vacío que pudiera ser ocupado por China, Rusia o Irán”.
El mundo es cada vez más multipolar, pero más autoritario. Una de las grandes perdedoras justamente en el nuevo escenario regional es la esperanza de la democracia, a la que los líderes de China, Rusia o Turquía no tienen por lo menos el cinismo de evocar.
El otro gran perjudicado por el acuerdo entre saudíes e iraníes es Israel, que, en medio de una grave crisis doméstica motivada por la propuesta de reforma judicial impulsada por Netanyahu y de meses de violencia y tensión, percibe con preocupación cómo el nuevo escenario puede darle un balón de oxígeno a Irán en sus planes nucleares.
Además, la perspectiva de una cooperación futura entre Teherán y Riad aleja las posibilidades, que hasta hace poco parecían próximas, de normalización entre Israel y la monarquía saudí. La indignación de Netanyahu con el pacto y el ambiente de creciente tensión que viven las relaciones de Israel con sus vecinos han caído como un jarro de agua fría para las perspectivas de los Acuerdos de Abraham (septiembre de 2020). Promovidos por el propio Netanyahu, prefiguraban un mundo árabe suní capaz de construir una arquitectura de seguridad regional y cooperación política y económica con Israel frente a la múltiple amenaza iraní.
Eterna inestabilidad
Entre una época nueva que no acaba de cuajar y un escenario que tampoco queda definitivamente atrás, Oriente Medio es el lugar tan volátil, inestable e impredecible de siempre. El reciente cruce de fuego simultáneo entre Israel con las fuerzas sirias y Hamás en Gaza y el sur de Líbano, además de la escalada de violencia registrada desde comienzos de año tanto en suelo israelí como palestino después de varios meses de relativa paz con Hizbulá constituyen el mejor ejemplo.
China empuja y no oculta sus apetitos en Oriente Medio –también en África-, que irán a más; Rusia, a pesar de los riesgos de acabar reducida con el tiempo a un protectorado chino, se resiste a dejar de ser un actor clave en la región, y Estados Unidos se lamenta de los reveses sufridos sin ofrecer alternativas. El tiempo, ese aliado natural de la milenaria civilización china, dirá si la aparente apuesta de Xi y los suyos por la estabilidad y la prosperidad de la región va más allá de la retórica y está o no llamada a perdurar.
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