Asia
China: las reformas que no pueden esperar
El nuevo Gobierno deberá afrontar la corrupción y la «ley del hijo único»
"Aquellos que han cursado estudios universitarios deberían ser autorizados a tener todos los hijos que quieran. A los que sólo tienen estudios secundarios no se les debería permitir tener más de un hijo. Al resto, a los que no han estudiado, no se les debería permitir tener descendencia". Esta explosiva propuesta nunca ser convertirá en ley, pero su simple exposición en una entrevista concedida por el famoso magnate y filántropo chino Chen Guangbiao, levantó la semana pasada una polvareda en las redes sociales que ha durado varios días: cientos de miles de internautas chinos han opinado desde entonces sobre cómo habría que reformar la "ley del hijo único", la compleja política de restricción de la natalidad con la que se estima que el Gobierno chino ha evitado el nacimiento de unos 400 millones de personas desde su implantación a finales de los años 70.
La pasión a la hora de debatir este asunto contrasta con la indiferencia con la que la población sigue los discursos oficiales de la cita política anual de su clase política: la Asamblea Nacional del Pueblo. Y es que, de una u otra manera, la "ley del hijo único"afecta a casi todas las familias chinas, todo lo contrario que los discursos del "politiqués"chino, cargados de retórica y expresiones como "sociedad armoniosa"y "desarrollo con características chinas", abstracciones muy alejadas de los problemas de la gente. En realidad, al margen de los soporíferos parlamentos de la política oficial, el Gobierno que asume el mando afrontará un desafío apasionante del que depende no sólo el futuro del país, sino de todo el planeta.
Dejando a un lado el saldo criminal de su implementación, la restricción de la natalidad en China ha logrado controlar el problema de la superpoblación (de hecho, India se convertirá pronto en el país más poblado del mundo), pero también ha propiciado el envejecimiento prematuro de la sociedad: invirtiendo la pirámide demográfica antes de alcanzar un grado de desarrollo mínimo y generando un desequilibrio que ya empieza a tener consecuencias. Que resulta urgente reformarla es algo en lo que coinciden sociólogos, economistas, políticos y ciudadanos del gigante asiático. La manera de hacerlo es algo que tendrá que decidir el nuevo Gobierno que toma posesión en la cita política que empezó ayer y que se alargará durante dos semanas. La llamada "quinta generación de líderes", encabezada por Xi Jinping (que será nombrado presidente la semana que viene) y Li Keqiang (que se convertirá en su primer ministro), hereda un país con muchas urgencias como ésta. Asuntos a los que apenas se hace referencia en los discursos políticos pero que sí se tratan en los debates internos.
El premier saliente, Wen Jiabao, se despidió ayer en el Palacio del Pueblo ante los casi 3000 "diputados"de la Asamblea con un grandilocuente monólogo de casi dos horas, un parlamento muy parecido al que ha venido repitiendo en los últimos años. Desbrozando el texto, los analistas se afanan en encontrar significados, llegando incluso a contar el número de veces que se repiten ciertas expresiones para aventurar hipótesis. Wen se congratuló por los logros del pasado, habló de la necesidad de ser inflexibles con la corrupción, de mejorar la vida de los chinos e impulsar el consumo, de invertir en las clases más pobres, de contener la corrupción, etcétera. También presentó unos presupuestos generales que elevan nuevamente el gasto público y se puso unas metas razonables para el siguiente ejercicio. Nada nuevo. Las propuestas concretas serán debatidas en privado en las Asambleas y en las reuniones a puerta cerrada del Politburó.
El demográfico no es el único problema que apremia afrontar. El estatus de los cientos de millones de campesinos llegados a la gran ciudad desde las zonas más pobres es otro de los temas estrella para los chinos. Sin acceso a permisos de residencia (el llamado "hukou"), una proporción significativa viven como inmigrantes ilegales en su propio país, sin derechos ni coberturas sociales, lo que crea un inmenso malestar social. Quienes nacieron en megalópolis como Pekín o Shanghai (más educados y en puestos más altos e influyentes) presionan para que los recién llegados no alcancen su estatus, ya que perderían privilegios. Mediar entre los intereses de ambas "clases sociales"es otra de las reformas pendientes para el equipo de Xi Jinping. Igualmente complejo de resolver es el rompecabezas de la degradación ambiental. Para mantener el ritmo de crecimiento económico actual y evitar el estancamiento, las industrias necesitan seguir consumiendo carbón y petróleos baratos; y necesitan seguir emitiendo sustancias nocivas a la atmósfera y ensuciar ríos y tierras de cultivo. Igualmente, para saciar el apetito de la nueva clase media, las granjas tienen que atiborrar de antibióticos a sus animales y llenar de pesticidas sus campos. La población, que demanda los puestos de trabajo que propicia ese desarrollo, es también cada vez más consciente del envenenamiento cotidiano que supone comer, beber y respirar en China. De hecho, las protestas por problemas medioambientales, algunas muy violentas, se han multiplicado exponencialmente en los últimos años. La fórmula mágica para seguir creciendo y contaminar menos es lo que el Partido Comunista Chino debate entre bambalinas.
La otra gran reforma que no puede esperar es la de la administración pública. La corrupción genera un creciente malestar y se barajan ideas para dotar a los organismos públicos de mayor transparencia y simplificar la kafkiana burocracia estatal, empezando por la reducción de ministerios y la unificación de competencias.
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