Yihadismo en el Sahel

Cifra histórica: La Alianza de Estados del Sahel confirma que 400 yihadistas fueron abatidos en Burkina Faso

Los hechos tuvieron lugar en los alrededores de la localidad de Djibo, que lleva asediada por los yihadistas desde febrero de 2022

March 2, 2017 - Ouagadougou, Burkina Faso - Burkinabe soldiers utilize smoke cover to regroup after an ambush exercise at Camp Zagre March 2, 2017 in Ouagadougou, Burkina Faso. (Foto de ARCHIVO) 02/03/2017
VDP en Burkina Faso.Europa Press/Contacto/Britany SlEuropa Press

Una mujer iba a comprar el pan por la mañana, era un día como otro cualquiera. De pronto, en su paseo, alertada por un tumulto, corrió a los límites de la ciudad y vio ante ella a 3.000 muyahidines cantando el nombre del Todopoderoso y dispuestos a arrasar su hogar con sangre y fuego. La escena es sobrecogedora. Tres mil lobos aullando, asilvestrados por la violencia de los combates, los ojos imbuidos en el fanatismo de la caza. Parecería una escena sacada de una novela de Posteguillo. Y esta situación aterradora se aplicaría a una toledana del año 711… pero también a una mujer de Djibo (Burkina Faso) en 2023. Porque el mundo ha cambiado menos de lo que nos quieren hacer pensar.

La situación de la ciudad de Djibo y de sus 29.000 almas atrapadas en el norte de Burkina Faso es la siguiente: en febrero de 2022, tres mil yihadistas iniciaron un asedio que impedía entrar y salir de la ciudad por vía terrestre, limitando sus facultades a las conexiones aéreas, intermitentes e inseguras. Casi treinta mil personas llevan secuestradas dentro de su ciudad durante años y sin que los medios de comunicación internacionales hayan querido dedicar unas pocas líneas a su situación. Apenas se hizo eco de que 27 militares burkineses fueron asesinados en octubre de 2022 mientras procuraban romper el cerco para acceder a la ciudad, añadido a los recordatorios intermitentes de los medios locales. Por lo demás, Djibo, encajonada entre los resquicios de la Historia y del Sahel, lleva su asedio en un silencio estoico e ignorado por el mundo. Algo similar ocurre desde este verano en Tombuctú (Mali).

Son las guerras que no importan a nadie pero que matan igual y con la misma temperatura donde estallan los explosivos. Y fue en Djibo donde, según confirman las cifras provisionales ofrecida por la Alianza de Estados del Sahel (conformada por Burkina Faso, Mali y Níger), hasta 400 yihadistas fueron neutralizados en la noche del domingo al lunes mediante una serie de bombardeos. Conflagraciones y estruendo. Temblor de los cimientos. Las imágenes facilitadas por el ejército burkinés muestran decenas de motocicletas incineradas y el suelo chamuscado, como una resaca del infierno que se desató en las primeras horas de la madrugada. Las primeras informaciones apuntan que los yihadistas supervivientes habrían huido del lugar.

Esta respuesta tan contundente de las fuerzas de seguridad burkinesas se debería a un intento de asalto (concluido en fracaso) efectuado por los yihadistas, con el objetivo de tomar Djibo tras el largo asedio. Las felicitaciones al ejército burkinés y a los Voluntarios por la Defensa de la Patria por su excelente actuación deberían estar al orden del día. Igualmente, el uso intensivo de drones en esta demoledora acción defensiva refuerza la confianza de los burkineses en estos “pájaros silenciosos” que sustituyen desde hace diez meses al partenariado con Francia y su poderosa Fuerza Aérea. Los Bayraktar TB-2 adquiridos a Turquía (se conoce que Burkina cuenta al menos con 3 de estos aparatos) se revelan como una maquinaria de guerra barata y efectiva, siempre que se utilice adecuadamente.

Igualmente, que el único canal oficial que haya comunicado el ataque sea la Alianza de Estados del Sahel (AES) demuestra la compenetración de la organización con las diversas acciones militares de los tres países implicados. Independientemente de sus capacidades a la hora de terminar la amenaza yihadista de manera definitiva, y de la escasa legitimidad de sus gobiernos, muestran un interés por la cooperación entre las partes que podría indicarse como un aspecto positivo a la hora de valorar la AES.

Los acontecimientos en Djibo deben servir para revisar la terminología que afecta a la situación en Burkina Faso. Mientras el capitán Ibrahim Traoré, líder de la junta militar desde el golpe de Estado que le instauró en el poder en 2022, califica de “guerra” la realidad burkinesa, medios y organizaciones internacionales continúan sirviéndose del término “conflicto” para referirse a ella.

Pero cuando 3.000 fanáticos religiosos y armados cercan una ciudad durante más de 21 meses, cuando en una sola noche caen abatidos 400 combatientes, y las cifras de civiles asesinados por las prácticas violentas en Burkina Faso superan los 7.000 en lo que va de año… la palabra conflicto se queda corta. Igual que llamar “terroristas” a quienes asedian ciudades, toman carreteras, bloquean fronteras y establecen califatos con independencia económica y sistemas de impuestos, en lugar de calificarles de “combatientes”, no hace sino restar importancia a un problema de creciente gravedad. La importancia de la terminología falla de pleno en el Sahel cuando se aplican designaciones basadas en la psicología social y no en la realidad bélica.