Asia

La corrupción en la cúpula militar china amenaza la estrategia de Xi Jinping

Las expulsiones de cuatro generales sacuden a la élite castrense y cuestionan la cohesión del poder militar

El presidente chino, Xi Jinping, asiste a los actos del 60º aniversario de la fundación del Tíbet.
El presidente chino, Xi Jinping, asiste a los actos del 60º aniversario de la fundación del Tíbet.XINHUA / Li GangAgencia EFE

El Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo ha vuelto a descargar su veredicto: cuatro generales, pilares del aparato militar chino, han sido expulsados de sus escaños legislativos. No es un simple ajuste administrativo, es más una guillotina ideológica sobre la cúpula del Ejército Popular de Liberación (EPL). La implacable campaña anticorrupción, orquestada por Xi Jinping en su doble rol de secretario general y presidente de la Comisión Militar Central (CMC), se ensancha como una brecha en las líneas de defensa, revelando fisuras en la lealtad partidaria que podrían comprometer la proyección de poder de la República Popular.

En la burocracia castrense continúan las «violaciones graves a la disciplina», eufemismo que en el léxico del Partido Comunista Chino equivale a traición por codicia, a sabotaje interno disfrazado de ascenso meteórico. Los caídos son Wang Chunning (comandante de la Policía Armada del Pueblo), Wang Zhibin (jefe disciplinario de la Fuerza de Cohetes), Zhang Lin (director del Departamento de Apoyo Logístico de la CMC) y Gao Daguang (comisario político de la Fuerza de Apoyo Logístico Conjunto), los últimos en una cadena de ejecuciones simbólicas de la élite militar, que dejan interrogantes sobre la cohesión de las fuerzas armadas en un teatro de operaciones global cada vez más hostil.

El más alto en rango entre los condenados es Wang Chunning, un general de pleno estatus a sus 62 años que encarna el arquetipo del oficial leal que trepó por las escaleras resbaladizas del EPL. Su trayectoria, un manual de ascensos calculados: décadas en las Fuerzas Terrestres del EPL, donde forjó su reputación como guardián de la capital. En 2016, asumió el mando de la Guarnición de Pekín, esa fortaleza urbana responsable de blindar el corazón ideológico de la nación contra amenazas internas y externas —desde revueltas urbanas hasta incursiones cibernéticas de potencias rivales. Cuatro años después, en abril de 2020, el traslado a la Policía Armada del Pueblo (PAP) como jefe de estado mayor, seguido de su promoción a comandante apenas ocho meses más tarde. Desde ahí, Wang supervisaba la represión doméstica y la integración de fuerzas paramilitares en doctrinas de guerra asimétrica, un pilar de la estrategia «fusión civil-militar» que Xi ha elevado a dogma. Su caída no es casual en un EPL donde la corrupción se filtra. Wang representa el riesgo de que incluso los centinelas de la lealtad se corrompen, erosionando la cadena de mando en un momento en que Taiwán y el Mar del Sur de China exigen vigilancia extrema.

Por su parte, Wang Zhibin asumió en diciembre de 2023 el cargo de jefe disciplinario de la Fuerza de Cohetes del EPL —esa rama élite que custodia los misiles nucleares estratégicos, los DF-41 y sus primos hipersónicos, guardianes del equilibrio de terror disuasorio contra Washington y sus aliados. Su misión: purgar las sombras de esta lacra que ya habían devorado a tres predecesores —Li Yuchao, Zhou Yaning y el mismísimo Wei Fenghe, exministro de Defensa hasta su investigación en septiembre de 2023. Veterano de las fuerzas terrestres con puestos políticos clave en los Grupos de Ejército 1.º, 73.º y 81.º entre 2015 y 2018, y comisario político de las fuerzas terrestres del Teatro Occidental en marzo de 2022. La ironía suprema es que el cazador de corruptos se ha convertido en presa. Su expulsión señala una podredumbre sistémica en la Fuerza de Cohetes, donde el desvío de fondos para la provisión de ojivas podría haber comprometido la credibilidad nuclear de Pekín, un pecado capital en la doctrina de «desarrollo de primera clase» militar que Xi pregona.

El teniente general y director del Departamento de Apoyo Logístico de la CMC, Zhang Lin, operaba en el corazón del EPL: la Fuerza Conjunta de Apoyo Logístico, esa red tentacular que asegura combustible, municiones y raciones en teatros de guerra prolongados. Su carrera, un periplo por los bastiones navales —comandante de la base de apoyo de la Armada en Qingdao en 2013, sub-jefe de estado mayor de la fuerza de apoyo en 2018, jefe de estado mayor en 2019—, culminó en traslados relámpago: al Departamento de Logística de la PAP en 2020, Oficina General de la CMC en marzo de 2021, y finalmente al mando logístico supremo en enero de 2022.

Gao Daguang, teniente general y comisario político de la Fuerza de Apoyo Logístico Conjunto, representa el ala ideológica de esta criba. Su vida, un tapiz de cargos administrativos y políticos, desde las Regiones Militares de Shenyang, pasando por los Grupos de Ejército 41.º y 77.º, hasta la Oficina General de la CMC como comisario de 2021 a 2024. En sus filas, un interludio en la Oficina de Veteranos, supervisando pensiones y cuidados médicos para los generales retirados —un recordatorio de que el Partido no olvida ni a los vivos ni a los caídos. Gao era el guardián de la ortodoxia marxista-leninista en las filas, el que inyectaba lealtad partidaria en las venas del EPL. Su derrocamiento, en un año donde supervisó la transición a la nueva fuerza logística, sugiere que incluso los comisarios pueden sucumbir al veneno de la ambición personal.

Se trata del clímax de una limpia que Xi ha transformado en arma estratégica, implicando a más de una docena de generales del EPL y ejecutivos de la industria de defensa. Cabe recordar a Miao Hua, el ideólogo supremo del EPL, derribado en junio y despojado de su rol en la CMC, un golpe que reverbera en los salones donde se forja la narrativa de «sueño chino». Incluso a He Weidong, vicepresidente segundo de la CMC y miembro del Politburó, evaporado de la vista pública desde el cierre del NPC el 11 de marzo —ausente en plantaciones de árboles, cumbres del Politburó y maniobras conjuntas, su silencio un presagio de tormentas mayores. Como arquitecto supremo, Xi ha martilleado el mantra de la lealtad partidaria como base contra la disolución. En unas fuerzas armadas modernizadas para la guerra de alta intensidad, el fraude no es solo un delito fiscal, es además una brecha de seguridad nacional, una invitación a la humillación estratégica ante adversarios que acechan en el Indo-Pacífico.

La purga de 2023, que derribó un récord de «tigres» —altos funcionarios como presas en una cacería maoísta—, se ha metamorfoseado este año en una operación de contrainsurgencia interna, donde el enemigo porta estrellas en los hombros. Xi apuesta alto: sacrificar cohesión a corto plazo por pureza ideológica a largo, alineando al EPL con la visión de superpotencia militar para 2049.

Ramificaciones económicas

Los escándalos trascienden la preparación militar y golpean directamente las aspiraciones económicas de Pekín. El gasto en defensa, que en los últimos años ha crecido a un ritmo superior al de la economía, ha sido sistemáticamente desviado. Recursos destinados al desarrollo de sistemas de armamento de vanguardia —cruciales para competir con Estados Unidos en el ámbito tecnológico— han terminado en los bolsillos de oficiales corruptos. Esta malversación representa una pérdida colosal de recursos nacionales, comprometiendo la capacidad del EPL para sostener la modernización militar que Xi ha priorizado como pilar del «sueño chino».

Además, las purgas han generado disrupciones en programas clave de modernización. Proyectos de desarrollo de armamento han sufrido retrasos y cambios de liderazgo en un momento crítico, cuando la continuidad es esencial frente a la intensificación de la competencia tecnológica con Washington. La interrupción de estas iniciativas debilita la proyección de poder militar y pone en riesgo la posición de China en la carrera por la supremacía en tecnologías estratégicas, como la inteligencia artificial y los sistemas hipersónicos.

Un modelo de gobernanza en jaque

La naturaleza endémica de la deshonestidad señala fallos estructurales en el modelo de gobernanza chino. A pesar de una década de campaña anticorrupción bajo el mando de Xi, su persistencia en los niveles más altos del EPL evidencia que las purgas de arriba hacia abajo, aunque políticamente convenientes, no han abordado las debilidades institucionales subyacentes. La mentalidad de «enfermedad de la paz», que asumía que el EPL nunca enfrentaría un conflicto real, creó un caldo de cultivo para el enriquecimiento ilícito. Durante años, la priorización de ganancias económicas sobre el profesionalismo militar ha dejado cicatrices profundas.