Muere Thatcher

De «Dama de Hierro» a anciana vulnerable

La «premier» pasea con su marido, Denis, y sus hijos, Mark y Carol (1979)
La «premier» pasea con su marido, Denis, y sus hijos, Mark y Carol (1979)larazon

Falleció con un periódico entre las manos

Cuando Thatcher abandonó Downing Street, se llevó con ella un puñado de secretarias. En sólo unos días se vieron saturadas por unas 60.000 cartas, la mayoría de apoyo, que llegaban de un público que aún no podía creer que la «Dama de Hierro» hubiera abandonado la primera línea política. Aunque, francamente, durante su primera década retirada, no la abandonó del todo. Sus memorias, sus discursos y sus giras por medio mundo mantenían ocupada a una mujer a la que jamás se le conoció un «hobby».

A finales de 1990 empezaron a circular los rumores sobre su salud, pero no fue hasta la publicación de un libro de su hija Carol en 2008, cuando se confirmó que los problemas con su memoria se remontaban al año 2000. Con todo, en 2002, lanzó la segunda parte de su biografía, «Estrategias para un mundo en transformación», dedicada a su amigo y ex presidente estadounidense Ronald Reagan.

Poco después sufrió una serie de pequeñas trombosis y los médicos le aconsejaron retirarse por completo de la vida pública. No obstante, el declive inexorable se desató enormemente con la muerte en 2003 de su amado Denis, su compañero fiel, su cómplice durante toda una vida. La demencia comenzaba a dejar su huella y en numerosas ocasiones tenían que recordarla que su marido había fallecido. Ella contestaba con tristeza: «¡Oh!».

El año pasado, el rotativo «The Mirror» publicó una fotografía de Margaret Thatcher sentada en un banco en un parque de Londres con la mirada perdida. Atendida por una enfermera y una asistenta, que la acompañaban las 24 horas del día, la que fue «Dama de Hierro» aparecía como una tierna abuelita que parecía contentarse con observar pasivamente la actividad a su alrededor y los aviones que aterrizaban en el aeropuerto de Heathrow. Los que la acompañaron en el tramo final de su vida decían que sólo fue en esta etapa cuando salió a la superficie su faceta más dulce y tierna. Como si su duro y fuerte carácter se hubiera diluido con el paso de los años. Thatcher pasó sus últimos años viviendo tranquilamente en su casa del lujoso barrio londinense de Belgravia, donde se quedaba largas horas sentada en un sillón, escuchando música clásica, viendo la televisión y hojeando los periódicos. En ocasiones, se iba a cenar a su restaurante favorito, en el Goring Hotel.

El pasado mes de enero, tras ser operada por una infección de vejiga, la única mujer hasta la fecha que ha conseguido el cargo de primer ministro británico, aceptó la invitación de los propietarios del Hotel Ritz de Londres para quedarse en una de sus habitaciones. Los hermanos David y Frederick Barclay –dos de los hombres más ricos de Inglaterra y grandes defensores de la líder conservadora– consideraron que estaría mejor allí que subiendo y bajando las escaleras de su casa de cuatro plantas.

El pasado lunes, mientras leía los periódicos en la cama del lujoso hotel, el mismo sitio donde celebró con su amado Denis su 50º aniversario de bodas, la mujer que creció en el piso de arriba de una tienda de comestibles de Grantham dejó para siempre a los británicos. Éstos, con sus amores y sus odios, contribuyeron a convertirla en una de las figuras políticas más importantes y controvertidas de la historia de Reino Unido. Probablemente, también de la historia política mundial.

Cuando no se está a la altura del apellido Thatcher

Margaret Thatcher no dejó sólo una gran lista de políticos bajo su sombra. Su figura –amada y odiada– también puso las cosas difíciles a sus propios hijos. Los mellizos Mark y Carol no tuvieron una infancia al uso. Y tampoco tuvieron un camino fácil una vez quisieron labrarse sus propio futuro. El apellido Thatcher siempre fue para ellos un lastre, más que un premio. Ambos consiguieron unas carreras que, a priori, podían ser vistas como exitosas. Él, un empresario multimillonario. Ella, una conocida periodista. Pero las comparaciones eran tan odiosas como inevitables. Y las sospechas y el recelo que levantaban entre sus compañeros nunca les permitieron que se les tomara realmente en serio.

A pesar de los intentos de Carol por ganarse una reputación como periodista seria, acabó convertida en «celebrity» y concursante en un programa similar a «La isla de los famosos». Acaparó la atención de la Prensa cuando tuvo que comer los testículos y el pene de un canguro australiano durante una de las pruebas a las que se tuvo que someter. «Ha sido un asco, pero lo logré. Espero que mi madre no esté viendo el programa», declaró. «No le he dicho nada. A ella no le gustan este tipo de programas y desaprobaría totalmente que yo concursara», se defendió la buena de Carol.

Aunque el episodio que acabó realmente con su carrera fue en 2009, cuando, fuera de cámaras, comparó al tenista negro Jo-Wilfried Tsonga, durante el Open de Australia, con un «golliwog», un muñeco negro que hace décadas aparecía en un tarro de mermelada. Tras los comentarios racistas, la cadena BBC se deshizo de sus colaboraciones.

LAS LÁGRIMAS DE MADRE

Mark Thatcher, por su parte, era el ojito derecho de su madre. Su favoritismo quedó demostrado públicamente en 1982, cuando la primera ministra lloró públicamente –no volvería a hacerlo hasta 1990, al abandonar su puesto en Downing Street– ante la desaparición de su hijo durante seis días mientras éste participaba con su Peugeot 504 como piloto de carreras en el rally París-Dakar. Después de aquello, la vida de Mark se puede resumir en una frase: amasar dinero y notoriedad a partes iguales.

Estuvo involucrado en una serie de lucrativos y sospechosos negocios en Oriente Medio. En 1987 abandonó Reino Unido para mudarse a Estados Unidos, donde se casó con Diane Bergdof, heredera de la fortuna de un empresario texano. La pareja, que tuvo dos hijos, se trasladó a Suráfrica, donde en 2005 él estuvo implicado en una oscura trama de golpistas contra el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang. El asunto estuvo a punto de llevarlo a la cárcel, pero el buen hacer de sus abogados y el apoyo de su madre dejaron las cosas en una multa de medio millón de dólares. Desde entonces, ha vivido una existencia itinerante. Se divorció de su esposa y durante un tiempo se le prohibió entrar en Estados Unidos para ver a sus hijos.

Carol nunca llegó a casarse ni tener hijos. En los últimos años de la vida de Margaret Thatcher fue ella quien estuvo a su lado. Cuando un día la preguntaron por las quejas de la «Dama de Hierro» por no ver con frecuencia a su hijo varón y sus nietos, ésta contestó: «Una madre no puede esperar que cuando sus hijos crezcan vuelvan a ella como un bumerán. Tampoco se puede intentar recuperar el tiempo perdido de todos los momentos que estuvo ausente. Intentar correr al final no equilibra la balanza».