Oriente Medio
El debilitamiento de Hizbulá dibuja un nuevo escenario político en Líbano
El Partido de Dios ha vetado candidatos presidenciales, dirigido negociaciones bilaterales y frustrado investigaciones judiciales. La ofensiva israelí puede poner fin a su dominio político
A punto de cumplirse un mes desde el inicio de la entrada en la «nueva fase» de la guerra entre Israel y Hizbulá –que arrancó hace más de un año, exactamente el 8 de octubre de 2023, cuando la milicia proiraní se unía a Hamás en su ataque a la «entidad sionista»– la estructura militar de la organización libanesa acusa un severo castigo militar. La campaña aérea y terrestre de las FDI ha acabado con el liderazgo de Hizbulá –desde el secretario general Hasán Nasrala al conjunto de la Fuerza Radwan, la unidad de élite del grupo, además de numerosos mandos estratégicos y militares– e infligido importantes daños a la infraestructura bélica, con en torno a la mitad del arsenal destruido según los expertos.
Pero Israel no está dispuesto a conformarse con lo logrado y ha dejado claro que seguirá golpeando a la organización creada, financiada y entrenada por la República Islámica de Irán a fin de menguar aún más sus posibilidades militares. Unas capacidades que superan con creces las del Ejército libanés y que le han convertido en el auténtico bróker de la política del país levantino, un Estado dentro de un Estado fallido.
A pesar de sus 13 diputados en el Parlamento, como parte de la última coalición gubernamental Hizbulá ha sido y es capaz de vetar a distintos candidatos presidenciales, dirigir las negociaciones sobre la delimitación de las aguas territoriales libanesas o de frustrar la investigación judicial para la investigación de la explosión del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020.
Por eso, su descabezamiento y debilitamiento militar abre nuevas perspectivas políticas –esperanzadoras para una parte importante de la opinión pública libanesa, al menos el 70% de la población, que no comulga ni con la ideología ni con la praxis de la milicia proiraní– a medio y largo plazo para Líbano.
Desaparecido su líder espiritual y carismático Hasán Nasrala, es el presidente del Parlamento, Nabih Berri –un chií, como lo estable el sistema político que rige en el país desde 1943–, quien –desde 1992 en el cargo– hace las veces de portavoz de Hizbulá y de Irán y de interlocutor con Occidente, y de manera particular Estados Unidos. «Sin Nasrala, sea Berri o quien hable en nombre de Hizbulá quien lo hace de verdad ahora es Irán», recuerda a LA RAZÓN una politóloga libanesa que no quiere ser identificado.
Consciente de la debilidad de Hizbulá, cuyos mandos militares aseguran estar repeliendo con éxito la campaña terrestre de Israel, el líder del Parlamento asegura que la organización chií está dispuesta a atenerse a la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –aprobada el 11 de agosto de 2006–, que exige la retirada de cualquier fuerza militar que no sea el Ejército libanés –por tanto, Hizbulá– entre el río Litani y la Línea Azul. Una parte creciente de los libaneses, como la oposición de las cristianas Fuerzas Libanesas, hace tiempo que quiere la desaparición de la milicia que la Unión Europea y Estados Unidos consideran un grupo terrorista, o lo que es lo mismo, la resolución 1559, dos años más joven que la antecitada, para que el Estado libanés recupere el monopolio de la fuerza.
Con todo, nadie duda de que el severo castigo israelí está lejos de acabar con un movimiento profundamente enraizado en la comunidad musulmana chií del Líbano, que supone en torno al 30% de la población. Hizbulá cuenta con una milicia dotada de un importante arsenal y de varias decenas de miles de combatientes, pero también es una estructura política y asistencial con feudos impenetrables en el sur y el este del país, y con tentáculos en toda la sociedad libanesa. «Están debilitados, pero no significa que vayan a desaparecer», sintetiza a LA RAZÓN el analista político y periodista libanés Samir Skaf.
Uno de los primeros pasos que la oposición política libanesa –también potencias como EE UU o Francia– exige a la mayoría gubernamental interina con cada vez mayor insistencia es la elección de un presidente. Más dos años después de que concluyera el mandato del veterano general Michel Aoun, que fue elegido con el beneplácito de Hizbulá, Líbano sigue sin tener un jefe de Estado que pueda, a su vez, elegir un nuevo gobierno.
En cualquier caso, el bloqueo de la escena política libanesa va mucho más allá de la elección del jefe del Estado. «La cuestión no es solo la presidencia, sino reconstruir un Estado que se ha visto paralizado y vaciado de todos sus contenidos», afirma a LA RAZÓN el exprofesor de la Universidad de Oxford Nadim Shehadi. A día de hoy, Hizbulá sigue teniendo importantes aliados en el Parlamento. «No está claro si los aliados de Hizbulá seguirán siéndolo. [Junto con estos aliados, Hizbulá y Amal (la otra gran organización política de base chiita) han venido bloqueando el Parlamento y retirándose de los plenos para sabotear las votaciones», recuerda el exinvestigador del Chatham House londinense.
La clave de la existencia y la fortaleza de Hizbulá no se encuentra sino en Irán, que observa con preocupación el debilitamiento de la más aventajada de sus fuerzas proxy en Oriente Medio y aguarda la respuesta de Israel al lanzamiento de misiles balísticos el pasado 1 de octubre. Hasta en dos ocasiones, primero el ministro de Exteriores y después el presidente del Parlamento, dos altos oficiales del régimen de los mulás han visitado Líbano para hacer patente el mensaje de apoyo de Teherán a la población y tratar de contrarrestar el creciente rechazo de la sociedad libanesa a Hizbulá y, en última instancia, a Teherán.
Con todo, los especialistas en política libanesa advierten que, a pesar de las llamadas de Hizbulá a través de sus interlocutores, también de la comunidad internacional, a que Israel decrete una tregua, a corto plazo solo se espera una intensificación de la campaña de las Fuerzas de Defensa israelíes en territorio libanés. «No veo ni la elección de un presidente ni una solución diplomática que conduzca a un alto el fuego», concluye Skaf.
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