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La Razón
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l ¿Puede tacharse de xenófobo el control suizo de los flujos migratorios en el país?

–No. La población inmigrante en Suiza constituye el 23% de residentes permanentes y está muy bien integrada en nuestra sociedad, sin problemas de ningún tipo. Suiza goza de una buena salud económica y competitividad, pero cada año llegan 80.000 nuevos inmigrantes, lo que en un país con ocho millones de habitantes supone una gran presión sobre el mercado de la vivienda, las infraestructuras, las escuelas, los hospitales... Por este motivo se ha optado por poner límites a la inmigración –no acabar con ella–, para que la sociedad y el mercado suizo puedan asimilarlos mejor.

l ¿Esta decisión puede sentar precedente en otros países europeos?

–Cada país tiene un tipo de problemas, diferentes, y unos tipos de inmigración distinta. Por ejemplo, Francia posee un problema de guetos de inmigrantes y barrios marginales que no existen en Suiza. Cada país debe atender sus propios problemas.

l ¿De qué manera puede castigar la UE a Suiza tras cerrar sus fronteras?

–Suiza firmó un Acuerdo de Libre Comercio con la UE en 1972 y nuestras relaciones económicas funcionan muy bien. No creo que peligren las relaciones económicas. Importamos de la UE mucho más de lo que exportamos. Sobre la libre circulación, sí que ha sido muy positiva para los negocios suizos y la interrupción supone una carga adicional a esta decisión, pero el éxito de Suiza se basa en otros factores como un mercado de trabajo flexible, una buena formación profesional, impuestos moderados y finanzas públicas saneadas.