Opinión
El despertar geopolítico de Europa
La UE ha demostrado su unidad con la imposición de sanciones económicas a Moscú y, por primera vez, con una importante ayuda militar a Ucrania
Dos años después de la invasión rusa de Ucrania, la guerra no da indicios de victoria para ninguno de los dos contendientes. La agresión de Putin devolvió la guerra a territorio europeo. Los bombardeos y muertes en las calles ucranianas no se concebían en la Europa actual que despertó de la edad de la inocencia.
La Unión Europea tiene un ADN de potencia normativa y comercial, pero no de poder duro militar. Sin embargo, los 27 Estados miembros, para sorpresa del Kremlin, se han mantenido unidos desde el primer momento mediante la imposición de sanciones económicas a Moscú y, por primera vez, con una importante asistencia militar a Kyiv. La única voz discordante fue la del primer ministro húngaro Viktor Orban, que durante la presidencia española bloqueó el nuevo paquete de ayuda económica a Ucrania por valor de 50.000 millones de euros. Esta semana el dirigente húngaro dio su brazo a torcer, tras sentirse solo y amenazado en el Consejo Europeo con una congelación de los fondos europeos, y dio su respaldo a esa medida.
Europa tenía que enviar a Putin ese mensaje de unidad en un momento en el que el apoyo de Estados Unidos a Kyiv está en entredicho y más si el próximo mes de noviembre gana Trump las elecciones. Bruselas no solo debe apoyar a Zelenski con ayuda económica sino también con apoyo militar y utilizar los beneficios de los activos rusos congelados para reconstruir Ucrania. Aun así, parece complejo que la UE pudiese cubrir el vacío económico que dejaría Washington en un momento de crecimiento económico frágil a este lado del Atlántico.
La agresión rusa ha servido para el despertar geopolítico de Europa, acuñado por Borrell y Von der Leyen, que a muchos dirigentes europeos les cuesta identificar con medios militares en lugar de con herramientas económicas. De ahí que el futuro del Ejército Europeo no esté cercano y parece improbable salvo que sea dentro de la OTAN, reforzada durante el conflicto como institución de referencia en la defensa de Europa tras su ampliación a Finlandia y Suecia con la aquiescencia final de Turquía y pese a las reticencias de Hungría. Una Alianza Atlántica que ha resurgido con este conflicto, pero cuyo retorno puede ser coyuntural si los republicanos vuelven a la Casa Blanca. De ahí que a Europa no le quede más remedio que desarrollar sus capacidades militares, ante la desconfianza que genera Washington, y tendrá que aumentar su presupuesto militar.
Otro obstáculo que la Unión Europea debe vencer, si quiere hablar el lenguaje del poder y ser tomada en serio como actor geopolítico, es modificar el sistema de toma de decisiones por unanimidad en asuntos de política exterior, seguridad y defensa; que retrasa e incluso impide avanzar en cuestiones en las que los 27 no están totalmente de acuerdo. Es el caso del conflicto de Gaza, donde la respuesta de la UE nos ha devuelto a la habitual cacofonía que solía reinar entre los 27 Estados miembros en política exterior.
Pese a los problemas que la UE sufre desde 2009, las instituciones han demostrado la resistencia del proyecto europeo, que avanza pese a pandemias, guerras y crisis como la energética, alimentaria, el aumento de la inflación o la recepción de miles de personas desplazadas por los conflictos. Cuanto más grave ha sido el problema, la respuesta se ha dado a una mayor escala europea. Durante la pandemia fue a través del programa de compra conjunto de vacunas y del plan de Recuperación; durante la guerra con los 12 paquetes de sanciones a Rusia, con el envío de armas y misiles, con instrumentos como Repower Europe para afrontar el problema del gas con Moscú o a través de la Directiva de Protección Temporal, que ha permitido la protección sanitaria, educativa y de alojamiento de manera rápida a los más de 4 millones de personas se han visto obligadas a trasladarse a territorio de la Unión Europea desde Ucrania.
La incertidumbre que rodea a la política mundial ha traído la geopolítica a un primer plano y un nuevo modelo de globalización cada vez más regional para evitar la interrupción de las cadenas de suministro frente al que Europa responde a través de la autonomía estratégica abierta. La excesiva dependencia europea de terceros en sectores como el energético, alimentario, sanitario, digital o alimentario han obligado a los 27 a reducir esas vulnerabilidades. Para ello se trabaja en la necesidad de acelerar la neutralidad climática y la transición hacia las renovables; con una mayor autonomía industrial frente a China y Estados Unidos, a la vez que flexibiliza la política de competencia y se busca un mandato nuevo para el Banco Central Europeo en tiempos de guerra. También en el ámbito tecnológico y digital, donde se libra una batalla cruenta, la UE ha aprobado nuevas leyes como la de materias primas críticas, Inteligencia Artificial o el Reglamento de Chips con el fin de ayudar a las empresas a invertir en microprocesadores.
Entramos en un año decisivo para Europa con unas elecciones en ciernes donde Rusia podría buscar la división a través de la desinformación y en la que euroescépticos y antieuropeos de distintos pelajes llaman a la puerta para reformar Europa a su gusto. Unos cambios que no irán en consonancia ni con una UE más integrada ni con el orden internacional liberal que Occidente defiende.
*Miguel Ángel Benedicto es periodista y profesor de Relaciones Internacionales en la UCM. Coordinador de «Europa durante la guerra en Ucrania» (Colex)
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