Represión en Venezuela

Testigo directo: Diáspora venezolana para huir de la muerte

El adelanto electoral anunciado por Maduro para el 22 de abril ha pulverizado las esperanzas de la población sobre un cambio político y disparado las cifras de la emigración.

Testigo directo: Diáspora venezolana para huir de la muerte
Testigo directo: Diáspora venezolana para huir de la muertelarazon

El adelanto electoral anunciado por Maduro para el 22 de abril ha pulverizado las esperanzas de la población sobre un cambio político y disparado las cifras de la emigración.

«El éxodo no es como lo pintan, es mucho menor». Nicolás Maduro no da crédito a las cifras extraoficiales que hablan de un desplazamiento masivo de venezolanos fuera de su territorio. Pero tampoco muestra registros de Estado que las desmientan. A su juicio, y producto de que «laboratorios mediáticos» han activado campañas de zozobra, «algunos venezolanos se han visto tentados a salir del país». Tentados, dijo. Unos 4 millones de personas han huido de Venezuela, un país cuya población oficial alcanza los casi 30 millones de habitantes. La estimación la hace la empresa demoscópica Consultores 21, y no se aleja demasiado de las proyecciones que hace la Universidad Simón Bolívar, en Caracas. «Tenemos aproximadamente un 10% de la población fuera del país», asegura la investigadora y profesora de esa casa de estudios, Claudia Vargas. Desde 2014, añade, los números han ido en aumento. El anuncio de elecciones anticipadas por parte de Maduro ha intensifcado las salidas. Los venezolanos han perdido la esperanza del cambio.

La crisis que vive Venezuela ha roto el arraigo. Nada descabellado al enfrentar el desabastecimiento de hasta un 90% en medicinas y un 80% en alimentos, hiperinflación del 2.600% al cierre de 2017 y proyección catastrófica de 13.000% para 2018, además con una caída esperada del Producto Interior Bruto de hasta 15 puntos este año. Todo esto ha roto el apego al país. «Yo me voy obligada, pero me voy», dice Inés Rivas, especialista en turismo que el 14 de febrero cruzó caminando el puente internacional que separa a Venezuela de Colombia por el estado de Táchira, al suroeste. «Ya no pude más. Vivir no se puede reducir a buscar comida y saber que no se tiene el suficiente dinero para pagarla, rezando para que no me enferme. Me voy y allá espero poder luego llevarme a la familia», apunta sus intenciones al llegar a Perú, el destino que se ha marcado y pretende alcanzar después de una larga travesía en autobús que iniciará en Cúcuta.

Su ruta coincidirá con la de Andrés Prato, un caraqueño que comenzó su periplo en la capital y pagó 170 dólares para que un autobús lo condujera hasta Quito, en Ecuador. «Tengo 23 años, pero no futuro. Si quiero intentar hacer algo en la vida, no es quedándome a morir aquí», dice al subir al vehículo que lo llevará a la frontera tachirense. Su madre llora, pero lo alienta. «Uno quiere lo mejor para los hijos, así sea lejos. Espero volverlo a ver», afirma con aplomo.

Por los cuatro costados

La frontera con Colombia, en San Antonio del Táchira, es la más caliente de toda la geografía venezolana. Históricamente el intercambio comercial ha sido grande, pero ahora es protagonista de la oleada de emigrantes. Por allí saldrá Doranis Palacios, una de las 16.000 pacientes renales que ha dejado de recibir la diálisis y los cuidados que sólo el Estado puede proveer si consigue el dinero necesario a través de donaciones. Y no está sola.

Al norte, en el estado de Zulia, la desértica Paracuachón es punto de salida incluso para comunidades indígenas que nunca imaginaron tener que abandonar sus tierras ancestrales. El miedo a morir empuja. «Pasé 36 horas sin inyectarme. No conseguí más la insulina, y eso que busqué en tres ciudades», cuenta Carolina Sulbarán, quien cruzó a Colombia para poder sobrevivir, literalmente. Es wayuú, diabética y apenas supera los 32 años. Al sur, la quieta frontera con Brasil ahora es un hervidero de despedidas. Apenas en los últimos meses unos 40.000 venezolanos han llegado hasta Boa Vista, capital del fronterizo estado de Roraima, que tenía unos 320.000 habitantes, según ha confirmado el presidente carioca, Michel Temer. Ni hablar de los aeropuertos. «Ya la mayor parte de quienes emigraron por avión se fueron, quedamos los que no podemos darnos ese lujo», dice Ricaro Peña, un contador de 41 años que viaja a Chile para reunirse con sus hijos, quienes abandonaron el país hace más de 4 años. Como él, quienes se van por tierra además deben estar preparados incluso para enfrentar mafias de la inmigración que aprovechan el éxodo para «matraquear» a quienes lo dejan todo atrás.

Pero aún hay quien vuela, no es casual que en el aeropuerto internacional de Maiquetía, que sirve a Caracas, las lágrimas acompañen a cada avión que despega, con billetes abultados por la escasez hasta de aerolíneas. Y en la capital abundan las filas en los registros públicos y consulados para apostillar papeles necesarios para «irse demasiado», como se habla comunmente en Venezuela. De hecho, «el porcentaje de residentes que están haciendo trámites para emigrar subió de 12% en 2015 a 35% en 2017», confirma Luis Vicente León, citando un estudio de Datanálisis.

Colombia, Estados Unidos y España encabezan los destinos de quienes han huído de los efectos de la revolución bolivariana. 500.000, 350.000 y 250.000 migrantes, respectivamente, han ingresado a esas fronteras. Son cálculos mínimos que se conocen tras consultar registros de Migración Colombia, Pew Reasearch Centre, Acnur y el Observatorio de la Diáspora Venezolana. Panamá, Ecuador, Italia, Argentina, México, Perú y Chile completan la lista de números más abultados. Pero las colonias se configuran hasta en los destinos más inusuales. En todos los casos, se presume que se trata de un subregistro, pues muchos viajeros entran a los destinos con papeles de turistas y no siempre regularizan su situación. Como pasa también con los más de 100.000 solicitantes de asilo, principalmente en EE UU y España, que quedan legalmente «en un limbo» hasta resolverse su estatus.

Los venezolanos se desparraman. La migración descontrolada, por tierra, en oleadas, ha causado verdaderos dramas humanitarios y complicaciones en los territorios de acogida. En Colombia, se calcula ingresan 35.000 personas a diario y las autoridades han decretado el estados de alerta y activado refugios, así como más controles policiales para evitar el aumento de la delincuencia y la prostitución, mientras aumentan los llamamientos a evitar la xenofobia. Entretanto, el Gobierno de Santos ha comenzado a emitir desde el año pasado permisos especiales de residencia.

En Argentina, se aprovecha la migración profesional y se reconocen títulos universitarios, al igual que en Perú, donde además se entregan papeles de residencia temporal. En Brasil, se instaló un hospital de campaña militar a fin de auxiliar a la red de salud pública de Pacaraima, la localidad fronteriza que sirve como punto de entrada, pues los servicios diseñados para los apenas 10.000 habitantes colapsaron. En Boa Vista, además, se han comenzado a instalar campos para refugiados por un trabajo conjunto del Gobierno brasileño con el de Canadá y la Fundación Panamericana para el Desarrollo. «Yo no me regreso. Me duele mucho, pero aprendí que mi patria la llevo adentro. El Gobierno me maltrató tanto que me echó», admite Carmen Sánchez desde Chile. La revolución bolivariana tampoco la quiere de vuelta. Mientras Maduro desestima el éxodo, su ministra de Prisiones, Iris Varela, va más allá. «Ojalá que no regresen más nunca todos esos bichos», dijo en televisión.