Poder aéreo

El dilema del F-35 y los drones rusos: matar moscas a cañonazos no es sostenible para la OTAN

El elevado de coste de derribar aviones no tripulados rusos de bajo coste con poderosos cazas estadounidenses se convierte en un nuevo problema para los países europeos

Europa acerca la producción del caza F-35 a España para reducir su dependencia de Estados Unidos
Europa acerca la producción del caza F-35 a España para reducir su dependencia de Estados UnidosAgencia AP

Matar moscas (drones) a cañonazos (cazas F-35). Esa es la sensación que muchos tienen en Europa sobre la respuesta a las incursiones de drones rusos en el espacio aéreo de la UE. La irrupción de esos aparatos no tripulados de bajo coste en el espacio aéreo de Polonia, Rumanía y Estonia ha encendido todas las alarmas en la OTAN. Aunque estos episodios no son nuevos, la intensidad de los incidentes y la necesidad de una respuesta rápida han reabierto un debate incómodo dentro de la organización: los cazas de última generación, como el F-35, no son la mejor herramienta para hacer frente a una amenaza de bajo coste como los drones.

El desajuste económico es evidente. Según fuentes militares, los drones kamikaze que Rusia utiliza tanto en Ucrania como en vuelos cercanos al espacio aéreo aliado cuestan entre 10.000 y 30.000 dólares. Para derribar una veintena de estos aparatos en Polonia, la OTAN recurrió a cazas F-16 y F-35 cuyo precio supera los 70 millones de dólares por unidad y que, además, disparan misiles que cuestan cientos de miles de euros cada uno. “La mejor manera de derrotar a los drones no es con un misil muy caro disparado desde un avión muy caro”, reconocieron fuentes aliadas, admitiendo que el actual modelo de respuesta no es sostenible.

Más allá de lo económico, el problema es también estratégico. El F-35 es un recurso escaso, complejo de mantener y con una disponibilidad operativa limitada. Está diseñado para operaciones de superioridad aérea y misiones de alta intensidad, no para vigilar constantemente cielos plagados de drones. Cada hora de vuelo utilizada en estas interceptaciones desgasta un activo esencial para escenarios de combate mucho más exigentes, lo que alimenta el temor de que la OTAN esté dilapidando recursos en operaciones que podrían resolverse de otra forma.

Durante el ataque masivo de abril con misiles y drones iraníes sobre Israel, los aviones de la OTAN fueron muy eficaces al evitar que la fuerza aérea persa alcanzara suelo israelí, pero lo cierto es que el coste de dicha defensa se estimó en unos 1.000 millones de dólares para las arcas hebreas, lo que hace que ese enfoque sea insostenible, según los expertos.

Conscientes de la situación, los aliados trabajan ya en soluciones alternativas. Entre ellas se estudia el uso de municiones más baratas y de sistemas de fuego móvil similares a los que el ejército ucraniano emplea con éxito en el frente. También se analiza el despliegue de sensores acústicos, un sistema en el que Letonia ha invertido recursos y que permite detectar drones a baja altitud sin necesidad de radares costosos. Otra opción que despierta interés es la tecnología láser, como el sistema australiano “Apolo”, capaz de abatir hasta veinte drones por minuto a un coste de menos de diez céntimos por disparo. Este tipo de innovación se inspira en tecnologías ya utilizadas en sistemas defensivos israelíes como la Cúpula de Hierro.

La Unión Europea también se ha implicado directamente. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha prometido 6.000 millones de euros para levantar un “muro de drones” en colaboración con Ucrania, un país que se ha convertido en referente por su experiencia en el uso de aparatos no tripulados y en la fabricación de sistemas de bajo coste para contrarrestarlos. La cooperación en este ámbito se multiplica: Polonia y Dinamarca han anunciado el envío de ingenieros y soldados a Ucrania para entrenarse en defensa antidrón, mientras que empresas militares ucranianas han comenzado a establecer filiales en territorio europeo con el fin de producir conjuntamente drones y sistemas de interceptación.

Las autoridades aliadas reconocen que Ucrania no solo está aprendiendo de la OTAN, sino que la OTAN también está aprendiendo de Ucrania. En palabras de un alto mando, “los aliados y Ucrania ya están trabajando juntos en cómo producir drones, cómo diseñarlos, cómo utilizarlos, cómo responder a ellos y cómo defenderse de ellos”. El ejemplo danés, con la creación de una línea de producción conjunta de drones, o el acuerdo con el Reino Unido para fabricar interceptores a gran escala, muestra cómo la cooperación se ha convertido en un eje fundamental para responder a una amenaza que no parece que vaya a desaparecer pronto.

Los restos de drones hallados en Polonia y el aumento de incursiones en los cielos europeos confirman lo que la OTAN teme: la probabilidad de nuevos episodios es “bastante alta”. Rusia lanza drones y misiles contra Ucrania de manera constante y es cuestión de tiempo que estos aparatos crucen de nuevo las fronteras aliadas, sea de manera accidental o deliberada. En ese contexto, seguir empleando cazas F-35 para enfrentarse a ellos no parece una opción viable a largo plazo.

Aunque el F-35 seguirá siendo una pieza central de la estrategia aérea aliada, la OTAN busca nuevas soluciones para la guerra de drones que marcan el presente y el futuro de los conflictos. Barajar tecnologías de bajo coste, inspirarse en la experiencia ucraniana y acelerar la cooperación industrial con socios europeos y transatlánticos son ahora prioridades. La organización sabe que debe adaptarse, porque en la guerra de los drones, la asimetría del coste puede resultar tan peligrosa como las propias armas.