
Ucrania
La disyuntiva de Trump: mano dura con Putin o renunciar a mediar para acabar con la guerra de Ucrania
El presidente de EE UU no oculta su decepción con el líder ruso tras años de alabanzas y admiración

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha sorprendido con un reciente cambio en su retórica hacia su homólogo ruso Vladímir Putin y la guerra que éste inició contra Ucrania hace más de tres años.
Tras años elogiando a Putin e insinuando que podría resolver el conflicto con rapidez, Trump ahora lo critica abiertamente por la escalada bélica en Ucrania. Este viraje discursivo –que incluye llamar “loco” al líder ruso– contrasta con sus acciones políticas pasadas y ha generado reacciones en Washington y Europa, en medio de un frágil contexto geopolítico marcado por la continua agresión rusa.
Durante la antesala de la invasión rusa de 2022, Trump habló de Putin con admiración. Al reconocer el líder ruso la independencia de regiones separatistas de Ucrania y enviar tropas bajo el pretexto de mantener la paz, Trump lo calificó de “genio” y “muy astuto”. En una entrevista llegó a resaltar su buena relación personal con el ruso: “Él me apreciaba, yo le apreciaba… es un tipo duro… ama a su país”, dijo entonces, mostrando indulgencia ante las ambiciones territoriales de Putin.
Esa complacencia persistió durante largo tiempo. En campaña, Trump prometía “resolver [la guerra] en 24 horas” si volvía a la Casa Blanca, jactándose de su capacidad negociadora. “Los juntaría en una sala… y lograría un acuerdo”, afirmó sobre Putin y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. Incluso celebró que Putin elogiara esa idea: “Me gusta que lo haya dicho… significa que lo que digo es correcto”. No obstante, junto a esas promesas de rápida paz, Trump evitaba criticar al mandatario ruso y dirigía sus reproches a Ucrania. Llegó a culpar a Kiev por alargar el conflicto, sugiriendo que “deberían haberlo terminado… Nunca debieron empezarlo. Podrían haber llegado a un acuerdo” entregando territorio para evitar muertes y destrucción.
Esa postura cambió drásticamente tras las recientes ofensivas rusas. Recientemente, luego del mayor bombardeo con drones contra ciudades ucranianas (que dejó una docena de muertos y decenas de heridos), Trump adoptó un tono inusualmente duro contra Putin. “No estoy contento con lo que Putin está haciendo… está matando a mucha gente”, declaró, expresando desconcierto por la agresividad de alguien con quien “siempre [se] llevó muy bien”. El mandatario aseguró “no saber qué demonios le pasó a Putin” y enfatizó: “no me gusta en absoluto” que lance misiles contra Kiev y otras ciudades. Incluso lo calificó de “completamente loco”, y afirmó estar “absolutamente” considerando nuevas sanciones contra Moscú.
El giro es tan notable porque su propia retórica previa sugería que sancionar a Rusia entorpecería la diplomacia. Ahora, bajo presión de la realidad bélica, al menos verbalmente insinúa medidas punitivas.
El contraste entre el discurso y la acción política de Trump queda en evidencia. Mientras en público el republicano dice querer frenar la “barbarie” en Ucrania y plantea mediar por la paz, en la práctica ha dado señales contradictorias.
Analistas apuntan que, pese a las nuevas palabras duras hacia Putin, Trump sigue evitando un compromiso firme con Kyiv. “Sin duda, la retórica ha cambiado”, afirma Emilio Viano, profesor de American University, tras las recientes declaraciones de Trump. El experto sugiere que Trump podría estar tanteando la reacción doméstica para decidir si conviene involucrarse más en ayuda a Ucrania. “Trump pensó que [la guerra] era un problema simple que resolvería en 24 horas, y ahora ve que es muy difícil de solucionar”, añadió.
De hecho, Trump aún evita respaldar abiertamente una victoria ucraniana: en un debate llegó a negarse a decir que desea el triunfo de Ucrania, limitándose a insistir en “terminar la guerra” pronto, incluso si eso implica concesiones a Rusia. Esta idea –que retirar a EE. UU. del conflicto vale “cualquier costo” para la estabilidad europea o la independencia ucraniana– ha permeado su postura.
Esa ambigüedad genera escepticismo en Kiev. Trump continúa “echando la culpa” tanto a Putin como a Zelenski por la continuación de la guerra. En el pasado calificó a Zelenski de “dictador sin elecciones”, reprochándole no ceder a las demandas rusas. Cabe recordar que en 2019, durante su primer término presidencial, Trump llegó a congelar ayuda militar crucial a Ucrania buscando presionar a Zelenski por intereses políticos domésticos. Aquel episodio, revelado en su primer juicio político, llevó al entonces embajador en Kiev, William Taylor, a advertir de un “escenario de pesadilla”: esa presión “humillaría [a Zelenski] a manos de EE. UU.” y envalentonaría a Rusia.
Es decir, la conducta de Trump ya entonces planteaba riesgos para Ucrania y ventajas para el Kremlin. Ahora, su tibieza a la hora de traducir las palabras en hechos (como sanciones o más ayuda militar) deja dudas sobre si realmente está dispuesto a frenar a Putin.
Viano insiste en que Trump encara dos rutas: respaldar sus fuertes palabras con actos –algo que requeriría una “giro de 180 grados” en su política, renunciando a su oposición de base al gasto en Ucrania–, o tirar la toalla y argumentar que EE. UU. ya no puede hacer más. Y esto último es justamente lo que Moscú espera que ocurra.
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